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feranza

Septiembre. La vida es una excusa para vivir.

Maduran los higos y poco a poco van amarilleando las copas de los plátanos. Ese arbolito tan raquítico de la finca, ese peral tan pequeño, ha vuelto a dar sus frutos. Y además, es el único que lo ha hecho. Cuando llegué el viernes, aún hacía calor por la carretera y es necesario poner el aire acondicionado. Estuve poco contigo, pues bajabas con mamá y con Vlad, el primo, que ahora se ha venido a estudiar al instituto de Jarandilla, Hostelería. Bajabas a Navalmoral, a entrenar con el caballo. Fuí a dar una vuelta para esperarte. Me paseo de nuevo por las calles de Jarandilla, por sus rincones. Obras en el Ayuntamiento, la plaza preparándose para las fiestas de los toros en el Cristo. Me gusta pasear por los lugares de siempre. Ahora voy con mi perrito, con Martín, que se acopla enseguida al nuevo escenario.

El sábado fuimos los tres, Vlad, tú y yo, a bañarnos a El Guijo, al puente. El agua está fría, pero apetece. Te arrojo al agua, te sumerges.De vez en cuando , también le doy un chapuzón a Martín, que hace todo lo posible para salir enseguida y sacudirse el agua. Han llegado Fátima , Irene y los niños. Hemos comido de lo que ellas traían , en un chiringuito de al lado.

¿ Qué me pasaba ?. Besaba su boca , su boca de niño como aquella primavera adolescente entre los trigos. Es como mi primer amor, ahora es mi hijo y noto en su boca toda la fragancia de la vida.

Te arrojo al agua , a la garganta; y noto tu cara emocionante al salir. Chapoteas con los brazos ágilmente enterrando tu carita en el agua.

Atrapasueños

Ha pasado un poco de tiempo. El verano cruza como un velero en una pequeña caleta.  Ya es septiembre y se sigue notando que el verano estuvo por aquí, en retazos de ese calor que asusta la calle, pero ha llovido y afuera y dentro de uno , se nota un cambio repentino. De pronto todo se calma, se aplacan los nervios de esa tormenta calurosa y todo está algo más nítido, esperando de nuevo el ciclo de año que se inicia cuando en el campo que rodea Badajoz, se pudren los tomates, se abren las mazorcas y los niños vuelven al colegio. Entonces, el ajetreo es como una rueda que no cesa.

Volvamos al mes de agosto, al día 15 de agosto, lunes de fiesta nacional, cuando comencé mis vacaciones y nos fuimos a Valencia. Han pasado cosas que no quiero olvidar así como así, para que se me sigan poniendo los pelillos de punta y la piel en combate.

Fuimos a Valencia, dando algo de rodeo por Campo de Criptana y Belmonte, desde Toledo, para coger de nuevo la autovía A-3.

Esta vez hemos compartido cuarto y nos mudábamos de cama sin ton ni son en una que se mete debajo de la otra y que abríamos de noche. Venías conmigo, te abrazabas a mí cuando sentías algo de miedo y arriba, coloqué el atrapasueños que mamá incluyó en tu maleta, un aro de plástico con tres o cuatro plumas.

Siendo así, te dormiste con mayor tranquilidad y disfruté muchísimo viéndote extendido sobre el colchón, desnudo o semidesnudo toda la noche y hasta bien entrada la mañana. Tu rutina era jugar con el primo Toni. Un día fuimos al parque del Turia, donde os quitásteis la camiseta en el gran Gulliver que reposa para ofrecer su cuerpo al juego. Plataformas y toboganes, cuerdas, rampas, escaleras. Hacía calor y sudábais como nunca. Tu cuerpo fuerte, nervudo, sudaba y brillaba.

Fuimos a la playa, cómo no !. Estaban también el abuelo y María Jesús. Fuimos a la playa de Las Arenas, junto al gran hotel del mismo nombre. Entrabas y salías del agua. Nosotros bajo la sombrilla, protegiéndonos del sol y tú y Toni, untados de crema antisolar, os tirábais arena en medio de la gente. El abuelo se escandalizaba, bajo su sombrero de paja y sus gafas de sol. María Jesús, a la espera de él. Eso y un olor a pescado de puerto, es lo que recuerdo de Valencia. También, ver al padre del tío Toni, leer el periódico en el salón, inmóvil, sabio, con su enorme bagaje de vivencias en la memoria, vivencias que con emoción, logro de vez en cuando oir.

El jueves nos fuimos hacia Almería. Y nos fuimos porque quise que este año fuera el primero en compartir juntos la vivencia de un cámping, al menos durante dos días. Así es que elegí para este motivo el cámping nautico " La Caleta ", playa de Las Negras, a un kilómetro escaso de la localidad, en el término municipal de Níjar. Antes, pasamos por Lorca, que fué asolada recientemente por un terremoto y donde aparecen edificios agrietados y otros derrumbados. La hora del mediodía hizo que nos metiéramos en una cafetería para tomar algo fresco y salir pitando.

LLegamos al fin al cámping, con el coche cargado. Sol y más sol. Olor a las plantas del desierto que rodea las instalaciones , mezclado con el olor a pino, más mediterráneo. Piscina, parcela donde instalar la tienda, el coche y los vecinos, que son de San Sebastián. Te dije: Carlos, no te vayas de aquí sin hacer al menos dos amigos. Y vaya si lo conseguiste !. Te recreaste más con un chico vecino que se llama Unash, ágil con la bici y de tu edad, quizá unos meses mayor. Tengo fotos que lo atestiguan. Con la nintendo entrabas en su caravana y él venía a la tienda cuando te levantabas por la mañana.

Montamos la tienda, apenas amarrada por los clavos que no entraban en el terreno duro y nos fuimos a cenar al pueblo, a pié, como los buenos. Carretera estrecha, algo de turismo que poco a poco empieza a masificarse también aquí. Una pizzería en la plaza y los pescadores al fondo con sus cañas. Pizza tropical con piña. Te hago fotos, me siento bien, feliz, ancho y orgulloso de estar aquí contigo.

Volvimos al cámping con la noche encima.Daba miedo mirar al borde de la carretera y ver las olas chocando sobre las rocas, allá abajo. En el pueblo, en Las Negras, jugabas a perderte entre las barcas descansando sobre la arena. Tu perfil y el perfil de Las Negras. Te dije: Carlos, sabes por qué se llama " Las Negras " ?. Y entonces te señalé ese perfil de las dos caras de las rocas desde lejos, paralelas, mirando al mar, a ese gran Mediterráneo que en una foto, también mirabas, como un sueño, como un soñador.

Dormimos en la tienda. Durante el día hizo un calor mayúsculo, pero la noche llegó con los brazos del mar metidos en la tienda, con su humedad, con sus sonidos. Así es que me estrechaste tras rogarme que colocara el atrapasueños, ese aro con plumas, dentro de la tienda, para que te protegiese contra las pesadillas. Y eso hice, anudándolo con una lazada.

Luego te expliqué que el sueño llega como una nube por todos lados y que te coge si estás con los ojos cerrados. Y tú me dijiste: Papá, papá, por dónde viene ahora?. Y yo te respondí: Por Las Negras. Y más tarde, como te quedaste pensando y aún no te dormías, de nuevo me preguntaste por donde venía y te dije: Ya ha llegado al cámping y ahora va a dormir a las personas que tienen los ojos cerrados y luego da una segunda vuelta y coge a los demás. Como no te quisiste quedar el último, enseguida te dormiste. Esto me pareció milagroso, mágico, increible. Y disfruté la noche a tu lado a pesar de que el colchón de aire, poco a poco, se iba deshinchando.

Al día siguiendo, piscina y más piscina. Te colocabas justo en el chorro por donde sale el agua y no dejabas rincón sin recorrer. Saltando y saliendo y así muchas veces, hasta que caías rendido y te tendías al sol, sobre el suelo, no importaba.

Pero , ! ay ¡ cedí a tu ruego constante de querer coca - cola y te dí una para comer en el restaurante del cámping. Uf, qué tarde!. Para calmarte, tuve que ponerte una toalla en la boca para que mordieras algo que no fuera mi mano. Y te lanzabas a la piscina como poseído, como loco. Por la tarde estuvimos  cuatro horas en la playa, por un camino que conduce directamente. Y allí, jugábamos a amontonar piedras a modo de dique entre una roca y otra para que no penetrase el agua, como una barrera hecha con nuestras manos. Luego, corrías de un sitio a otro, de un lugar a otro por encima de los bañistas. En un cubo tenía las cosas. Hicimos competición de carrera para que te cansaras, pero ni aún así. LLegó la tarde, la noche y fuimos de nuevo al pueblo. Subías por la escarpada montaña. Te llamé más de dos veces para que bajaras. Tanta era tu energía !. En el pueblo, en una pizzería , comenzaste a sentirte mal de los ojos, por causa del cloro de la piscina y llorabas mientras hablabas con mamá por teléfono. Me sentí mal, muy mal y sin saber qué hacer. Salimos de allí, ibas con los ojos cerrados. Me daba pena. En un quiosco te compré golosinas, que tocabas sin verlas para comértelas. Te las conocías todas de memoria. Me hizo gracia. Cuando caminamos de vuelta al cámping, ya se te había pasado el dolor, menos mal. Pudimos dormir, pensando en el sueño, que llega por el pueblo y entra en el camping, como una nube.

El día siguiente , como siempre, me levanté antes que tú. Para que el sol no te molestara mucho, te puse una sombrilla al pié de la tienda. Mientras, fuí a desayunar con los vecinos, muy amables.  Desmontamos la tienda, metimos todo en el coche y nos fuimos hacia Almería pasando por Huebro, al lado de Níjar, donde hace muchos años estuve allí, en varias ocasiones. Hay un bar: Casa Enriqueta y una poza de agrua fresca que han convertido en piscina natural. Nos bañamos, tomamos el sol, te sentaste sobre el borde.

La señora del bar nos puso un arroz demasiado picante y salimos por la tarde dirección Almería para quedar con Maribel y su sobrino Juan , al lado de la estación de trenes.

Hostal Alcazaba hab 103 y feria de Almería. Todos las atracciones eran pocas para tí. Dentro de una gran bola de aire que daba vueltas sobre el agua " esferismo ", te veo saltar y caer junto a otros niños. En un simulador de vuelo, tu carita de sorpresa, tus ojos abiertos. Hace un calor asfixiante.

El día siguiente nos bañamos en una pequeña playita al lado del cargador de mineral, donde cogimos trocitos de hierro oxidados con el tiempo.

Los días en Motril han transcurrido entre la playa y el juego con otros niños en el patio común del piso de Maribel, donde ya te conocían e hiciste buenos amigos. Allí, entre tantos, es una tranquilidad dejarte a tu aire. LLegas sudado y sediento. Por las noches, reclamas mis brazos. Dormimos como podemos para combatir el calor.

Un día fuimos con Juan al puerto pesquero. Donde huele a pescado y a gato, donde los pescadores acuden a la lonja y otros se afanan en los barcos, has bajado a una barca pequeña desde donde me lanzas las bogas que nadie quiere. Yo las voy destripando y las junto todas en una caja de maderita para comerlas en la plancha. Tienen muchas espinas, pero no están mal. Hemos juntado muchas.

Marina del Este, puerto Deportivo. Cámping de Almayate, el naturista. En una tienda dormimos los tres, el último sábado. También estuvimos con Maribel en Vélez Málaga, en sus calles y su castillo.

A la vuelta , dejamos el Xsara y volvimos con una furgoneta marca Hyundai H-1  2715 BVS que compré a un señor de Granada por 5500 euros. Hemos hecho un viaje cómodos, parando varias veces. Una de ellas en Torrijos.

Momentos contigo

Quiero de nuevo recordarte. Recordarte en tu actividad. Ese cuerpo divino que se mueve, que trafaga, que se lanza al agua donde hay agua, al aire, donde hay aire. Quiero de nuevo recordarte. Este momento permanecerá: " Estamos en la piscina de Losar, en la piscina natural. Al borde del agua, antes de lanzarte, haces un gesto, el gesto de leer un libro y de pronto, llegas al borde , avanzas y te arrojas al agua, con esa confianza. Te dejas caer, como siguiendo caminando y te veo desaparecer por un momento bajo el agua y resurgir corriendo, con la cabeza alcanzando el aire y nadando a la orilla como un perrito. Sales, te arrojas, te vas, vuelves, cambias a la piscina en forma de guitarra, donde juegas con otros niños. Te has dado un golpe en la cabeza con la boca del perrito que arroja agua. Vienes lastimándote. Te espero en la sombra. He ido a tomar un café con hielo. Ando algo despreocupado porque confío en tí. Has estado leyendo un libro infantil con letras grandes, durante un cuarto de hora. Luego , te cansas, lo dejas, te vas al agua, te pierdes un rato. Te rescato con mi mirada en medio de los niños . Cuando llegamos a mi apartamento, el tuyo, te tumbas en el sofá. Te quitas el bañador, lo arrojas sobre el tendedero en forma de tijera, como encestando. Nos quedamos desnudos. Preparo algo de comer, ves los dibujos. Te gusta que te meta la comida en la boca y la abres con inercia. Me gusta cuidarte, sentirte, pegarme a tí, cada uno en su libertad, no quiero sustraértela jamás. Quiero compartirte, vivirte, sentir que pasas por mí, como un tren por medio de la vía. Tan natural, la vida fluye así, sin prisas contigo.

Badajoz, en mi casa. 30 de junio de 2011

Sentimos el verano, su libertad !

Hemos pintado un símbolo en una roca cerca de la garganta Parral.  Llevaba un bote de spray en el coche, color blanco. Sabía que te iba a gustar porque es como una travesura. Así es que fuimos a bañarnos en la garganta y antes, comencé a pintar en una roca de granito con musgo, con algo de musgo seco, una flecha, que tú me hiciste retocar. Es un segmento con fechas en ambos lados y cortado por el medio, como me sugeriste. Así es que nos fuimos corriendo para que no nos vieran. Te pusiste un poco nervioso por si te veían. Ahora nos tiramos al agua de cabeza, a bomba, como sea con tal de refrescarnos y jugar en este otro mundo del agua . La mañana avanza con un calor casi insoportable. Sentimos arder nuestra piel. El campo se va secando en las hierbas menudas y el verano se asienta en Jarandilla. El olor de la flor del castaño, un olor denso, azucarado, se atenúa un poco. Hay mosquitos y moscas gordas que se posan en los brazos cuando te asomas a la barrera de la garganta, una barrera que se coloca año tras año por estas fechas para detener y embalsar el agua. Por la otra parte, se abre una brecha por donde el agua cae formando una cascada ruidosa. Acuden bañistas.

El viernes fue fiesta en Badajoz por San Juan. Llegué el jueves por la tarde. Has venido a comer a casa. Yo cocino mientras ves los dibujos en la televisión y de vez en cuando te siento reir, comentar solito lo que ves. Me agrada que estés aquí. Por la tarde hemos dormido un poco la siesta, tú en el sofá, yo en la cama. Te has quedado dormido y desnudo, con tu piel suave y tu cuerpo atlético. Me ha gustado verte así. Pero enseguida has despertado y tu cuerpo y tu mente se han dispuesto en segundos de nuevo para el juego. Acudimos a la garganta de Losar, donde el agua, ensombrecida por la arboleda, está más fría. Allí te metías, tirándote justo en el borde y no alejándote de la orilla. Poco a poco, con tus bracitos, te veo alcanzar el borde, salir y arrojarte de nuevo. Quieres que me tire contigo y me reclamas ardientemente que te siga. Te veo jugar también en la piscinita con forma de guitarra, mientras me tomo un café con hielo bajo una sombra. Hace un calor espectacular, alerta naranja en Extremadura. Han llegado unos niños de un campamento de Cáceres. Así es que toda la piscina se ha llenado de gritos y toallas, de niños comiéndose el bocadillo de merienda y monitores que se quedan sin fuerzas.

Te cojo entre mis brazos cuando te tiras al agua y te persigo. Esto te excita, sales del agua, corres, subes a una piedra, pareces de electricidad, enteramente eléctrico y no te acuerdas ni de comer.

A veces, con nostalgia, te veo echado sobre una gran piedra, boca abajo. Entonces, me acerco con una toalla y te la echo por encima o te rodeo con ella como momificado. El viernes por la tarde fuimos a la equitación con Vidal, que cumple años y el sábado fuísteis mamá y tú a celebrarlo allí mismo, al recinto donde tiene los caballos. El viernes bajamos los tres en el coche de mamá. Te subes a la burrita que se llama Frijolita y das vueltas en torno a un circuito. Hace calor y te veo desde la sombra. A veces te acerco una botella de agua para que bebas y sigues tu marcha.

El sábado por la noche, te fuiste al cumpleaños, así es que antes, comimos en casa y te duché, pasando la esponja por detrás de tu cuerpo suave. El champú te cubre tu pelo castaño. Te digo: “Cierra los ojos, la boca, todo” y tú entonces, aprietas la cara en un gesto que me hace gracia y te enjabono por completo el pelo. Luego busco el agua más templada y te aclaro. Son momentos bonitos. Sacas tu bienestar tras el baño y saltas sobre la cama. Te digo, “Carlos , relájate, hijo”. Ahora te tengo vestido, peinado, mamá te ha visto guapo. Antes tomamos un colacao con pajita y te manchaste un poco tu camiseta blanca.

En las gargantas nos espera el sol y esa agua cristalina , verde, fría. Nos espera este juego de toalla a secar, bañadores, protección para tu piel, gorra, algo de comer. Nos espera esta agonía de energía que se marcha aguas abajo hasta el Tiétar, por entre las piedras y los peces muertos, algún pez muerto que descubriste entre una roca con la boca abierta, la tuya y la del pez. Entonces me preguntas: “Papá, de qué murió? “. Sigo sin saber responderte. Más adelante en el coche, tu recuerdo de nuevo se posa en esa imagen y me comentas: “ Papá, que es mejor, que un pez muera de viejo o que se lo coma otro pez? “ . Yo te respondo como puedo: “ Hombre, si muere de viejo, también acaban comiéndoselo”.

Todo te interesa y lo preguntas. Mamá te colocó dos tatuajes, en los brazos, en la parte de arriba: Uno de una luna y otro de un tigre. Luces con orgullo esas pinturas en tu cuerpo inmaculado. Veo tu pequeño vello en las piernas, tu espalda que acaricio, tu pelo ondulado, que acaricio. Te doy besos, siempre mojados, besos de almíbar. De vez en cuando vienes quejándote de alguna herida en la rodilla o en el pié, son marcas de ti, de este momento tan precioso que la vida nos está regalando. Son marcas de tus seis años, del verano, de tu prisa por vivir, de tu prisa por querer jugarlo todo, sentirlo todo, vivirlo sin excusas.

Te quiero. Talavera la Real, 27 de junio de 2011

 

Con un palo hicimos un barco

Es ese espacio tan particular donde siento una profunda emoción. La emoción de tenerte entre mis brazos, sobre mí, bajo mi cuerpo, ahora que eres más pequeño, que aún puedo abrazarte y rodearte , ahora que aún puedo subirte encima, ahora que aún puedo agobiarte a besos, ahora que aún puedo jugar contigo a crear barcos con palos de la luz en la garganta.

Ahora que puedo hacer esto, mi niño de plata, y ahora que lo hice, siento la profunda emoción del fin de semana vivido. Son momentos, ya lo sé, pero momentos intensos.

El sábado como no encontrábamos niños con los que jugar en la pista de fútbol pequeña y nos aburríamos bajo el calor de la mañana de junio, pensé en poner anuncios buscando niños. Y así, en el coche, mientras buscábamos un lugar en Aldeanueva donde quizá jugaran niños, fuiste escribiendo: “ Se busca niños para jugar al fútbol”. Lo repetiste en tres papeles , en tres hojas que arrancaste de un cuaderno. Al llegar a Aldeanueva, donde tampoco habían niños pegándole patadas a la pelota, pusimos los carteles con fiso en la puerta del polideportivo. Nos reímos mucho con esta ocurrencia, pero a ti te daba vergüenza trabar los anuncios, sentías un poco de pudor. Nos fuimos a la garganta, donde la piscina del pueblo. Se hayan acondicionando el bar, el chiringuito. Has bajado en busca del agua. Nos hemos descalzado. Corre un reguero de agua fría. Con una navaja y troncos de palos de la luz, jugamos a fabricar un barco. Me dices entonces : “ Papá, con siete retoques , vale”. Y vas contando las veces que meto la navaja por medio y me llevo las virutas de madera que tu retiras con la mano hacia la corriente. Luego, jugamos a leer las cosas al revés y esto nos hace una gracia incorregible. En mi camiseta pone con letras blancas sobre fondo negro: “ Centro Veterinario El Alamo” . Entonces tu lees :  “Omala” y yo bromeo con una canción. Luego me toca a mi en tu camiseta de Spider Man y leo : “ Nam redips”. Esto nos hace reir y reir de forma contagiosa y mientras te tengo entre mis piernas, sentado, nos abrazamos y reimos de lo lindo. Comprendo el sentido de la felicidad y ahora no necesito nada más. Te tengo, te abrazo, te dejas caer sobre mí con la flojera de la risa. Es fantástico, emocionante, irrepetible.

Hemos comido en Losar. Estaba cansado, pero no quise perder la oportunidad de hacerte la comida. También para mí un arroz con pollo y para ti pechuga y huevo. Con el sueño, me marcho un poquito a la cama y ves los dibujos, pero solo poco tiempo, pues luego has venido a la cama para recordarme que la tarde es joven.

Hemos ido a Valfrío, donde estaba mamá con más gente. Allí jugueteabas con Enrique y te bañaste en el río. Te ví correr, desnudarte, cuerpo ágil y tierno, cuerpo blanco inmaculado, cuerpo de niño travieso. Mientras, yo leía sentado en la hierba.

El domingo fui a recogerte y fuimos a bañarnos a la garganta Parral y luego a comer a casa, juntos en el sofá y a la garganta de Cuartos.  Te has quedado en medio del agua, un poco asustado. Enseguida fui a buscarte. Te tumbas sobre las piedras de granito y te echo la toalla por encima. Tus labios se ponen sonrosados, casi lilas y te noto tiritar, mientras aún se te sale un poco de babita por la perilla.

Talavera la Real Base Aerea. 16 de junio de 2011 

Dormidos en una noche de Semana Santa

Hola hijo. Quiero recordar; recordar a veces es lo único que me queda para no caer al suelo y morir entre el llanto agarrándome al corazón que se me sale del cuerpo como una víscera huidiza.

Quiero recordar y como no te tengo, mi recuerdo se llena de estómago, se hace por dentro como una bola que me crece y crece hasta impedirme respirar. Pero lo hago, sigo manejando el teclado para escribir como vomitar algo que quiero decirte.

La otra noche, una noche de Semana Santa, hemos dormido juntos. Estábamos compartiendo el día con Maribel, la garganta, lluvioso el tiempo, Cuartos y comida en el Fogón Verato. Te ví subir y esconderte por las peñas peligrosas de la Garganta del Diablo en Villanueva. Los hombres abrían sus ojos, las mujeres se echaban manos a la cabeza al verte trepar insólito y decidido. Yo confiaba en tí pero te llamaba para que me contestaras a lo lejos y no perderte.

Eres delgado y ahora más alto. Disfruto de tí cuando me agacho y te echas encima por detrás. Cuando buscas cosas para tirar al suelo, al agua, palos, piedras....

Pero la noche.... mágica como ninguna, abrigados entre las sábanas, aún con el frío en las rodillas, te abrigué como la primera noche de tu vida en el mundo y nos quedamos dormidos, primero tú, luego a tu son, yo mismo.

Dormir juntos , un tiempo que no recordaremos nunca, nunca, porque no hubo palabras, ni miradas, ni gestos, pero que existió, que existió profundamente dentro de mí y me llegó dentro, muy adentro.

Noche del Viernes Santo de 2011

La Rueda

Pasan los días, llega febrero. Se repiten los mismos pasos sobre las mismas aceras. Busco abrigo bajo las mismas mantas. En un rincón de la casa, arrimo mis piernas al calor del radiador. Fuera, como una postal de invierno en la ciudad, la carretera permanece desierta, los árboles pelados, sin pájaros, sin hojas, el mismo tono, igual ambiente. Subo las escaleras desgastadas del bloque, el mismo olor me saluda al llegar a casa. La habitación oscura, fría, la cama deshecha. En la estrechez de la cocina, me frío un huevo con el fuego del anafe. La llama me reconforta, una pequeña llama que es mi reflejo ahora delante de la vida: una pequeña llama. Fuera, dentro de mí incluso, hay decenas de cosas, de ilusiones de ahora y de antes, de ilusiones potenciales que me harían sentir bien, de estampas que llegan a mi memoria como hojas abiertas de un álbum de fotografías. Pero ahora esto no me sirve. Un manto de hielo recubre mi mente. Mi alma dormita en un mal sueño con pesadillas.

El día muere con el teléfono en la mesita, el despertador a punto, programado, cerca de la una de la noche, para su timbre de las siete de la mañana. La helada recubre el parabrisas del coche y tengo que frotar con una pequeña pala de plástico para poder ver. El hielo, que recubría la chapa y el cristal como una gasa brillante, sale en forma de polvo, descubriendo un interior vacío. Salgo de noche, por la misma avenida, algunos semáforos, algunos coches madrugadores, el camión de la basura, pocos bares abiertos, las luces amarillentas del alumbrado público… Rodeo cuatro o cinco rotondas y cuando menos lo espero, ya estoy otra vez aquí sentado para ver como amanece delante de mis ojos sin sentir su despertar, como un mal amante que no reconociera el perfume de su amada.

Talavera la Real, 3 de febrero de 2011

Fotografía en el MEIAC

 

Hay una exposición de fotografías sobre el tema del flamenco en el MEIAC de Badajoz. España, Andalucía, finales de los sesenta, década de los setenta y algunas de los ochenta. Son fotografías realizadas por autores extranjeros. Uno de ellos aparece en una toma vestido al modo anglosajón de esa época: pantalones con campana, camisa ceñida, bigote… Aparece al lado de un hombre rudo, con chaqueta y corbata, español, con aire de socarrón, curtida la cara, cigarro entre los labios. El chico fotógrafo puede rondar los veinticinco años y el que posa a su lado, los cincuenta. He sentido nostalgia y envidia, como dicen, envidia sana. Pero es una envidia temporal, no una envidia permanente, no un sueño sin realidad, no. Es una envidia temporal porque sé lo que se siente al romper en una realidad tan distinta a la tuya y de pronto verte en el mismo lugar con un personaje, unido por la misma instantánea. Es un momento fugaz, irrepetible sin duda, pero eterno. Esa es la vida.

Ahora esa eternidad  nos conmueve, más aún en la lejanía del blanco y negro, esa separación entre lo real de los colores y lo teñido por el pasado bicolor, o mejor dicho, tricolor: blanco, negro y grises.

Vemos aquí como la realidad quedó atrapada como un insecto en el ámbar y nos alucina su frescura a pesar del tiempo, una frescura que por el canal de nuestros ojos, otorga nuestra mente a lo que nos es reconocido en nuestra realidad colectiva: personajes de la tierra, cantaores, mujeres y niños gitanos. Son casi escenas de pintores románticos. Gestos petrificados, arrogantes, altivos, chaquetas al aire con el gesto del baile donde parece que todavía podemos oler a bodega, a pescaito frito y a tablado de madera pisoteada.  Y por otro lado, niños gitanos con sus ademanes insolentes, pies desnudos, caras sucias, niños que pasarían por mendigos hoy en día, por desahuciados, por marginados en una etnia de arrabal. Pero en la foto, oh, la fotografía, en ella, son criaturas divinas elevadas al rango de museo, estampa petrificada y adorada por su singularidad, detalles abiertos a miles de retinas. Y así, en grande, en esas fotografías enmarcadas con el fondo blanco de las paredes, en silencio la sala, luz concentrada, concentrada para predisponer a la observación del detalle, los miramos con una mezcla de nostalgia, admiración y mucha, mucha emoción.

Quedaron atrás, sus cuerpos envejecieron, se los llevó la vida. Pero la fotografía los rescata para siempre, cobran un sentido que no solo se hace palpable entre nosotros, espectadores vespertinos, sino que además, la mima imagen es capaz de sobreponerse a la idea aterradora de la muerte, elevándose como una verdadera resucitadora del alma.

Es fácil enamorarse de lo que ya no nos pertenece, una mirada hacia atrás y la nostalgia de los objetos antiguos, las ropas antiguas, las casas y pueblos antiguos. Ya no pertenecen a este mundo o se han transformado considerablemente. Emocionarse con todo esto y una leve sonrisa, un leve gesto interior lo reconoce. Hemos caminado curiosos por esa sucesión de fotografías, sorprendiéndonos con algunas escenas hilvanadas como en una película. Con el paso del tiempo todo se adorna, decorándose con el sentimiento. Es fácil hacerlo, con el momento congelado de la fotografía.

Lo difícil ahora, reto para todos nosotros, es atrapar esa emoción en la realidad de ahora, la nuestra, la de este momento, cuando todo se mueve y nuestra mente, como casi siempre, continúa en otro lado.

Badajoz y Talavera la Real, 1 y 2 de febrero de 2011

Breve carta para el psicólogo

Llegué a Badajoz hace más de dos años. Antes vivía en Sevilla, trabajaba allí y allí tenía mi casa, algunos compañeros del trabajo y poco más, pero me sentía acompañado. Las tardes las dedicaba a quedar con alguna amiga, a entretenerme por Internet, a salir.

Mi familia vive lejos, repartida entre Córdoba y Valencia. Tengo una hermana algo mayor que yo y un hermano diez años más joven. Mi padre, después de morir mi madre, volvió a casarse a los sesenta años y ahora vive con su mujer en un pueblo al norte de Córdoba.

Tuve una relación amorosa durante mi vida en Sevilla, fruto de la cual, nació mi hijo Carlos, que ahora tiene seis años y medio. La madre de hijo, Beatriz, trabaja en un hospital de un pueblo al norte de Cáceres y  viven a treinta kilómetros, en otro pueblo en la Sierra de Gredos.

Cuando nació Carlos, estuve un año de excedencia voluntaria y viví durante ese tiempo con mi ex pareja y él. Dejé mi trabajo en Sevilla, mi casa, mis compañeros y mi tiempo libre para dedicárselo a él e iniciar una vida juntos con mi pareja. Ella, después de la baja maternal, iba y venía del hospital a casa y yo estaba con el niño toda la mañana.

A pesar de las emociones, esta situación llegó a cansarme, me sentía acorralado, enjaulado en aquel pueblo.

Buscaba evadirme de la realidad y eso desembocó en la ruptura de la relación cuando mi hijo tenía once meses. (Septiembre de 2005)

Entonces, tras deambular por distintos lugares en busca del calor de la familia y amigos, regresé de nuevo a Sevilla (enero de 2006).

Me encontraba solo, muy solo y ahora, lo que más quería, estaba lejos, muy lejos, a cuatrocientos kilómetros.

Ahora viajaba de Sevilla a Jarandilla cada dos fines de semana, haciendo el trayecto los viernes por la tarde y regresando los domingos.  Cuando llegaba allí, estaba con el niño, salíamos a pasear en el carrito por los caminos, los campos... Por la noche, me busqué una pensión económica y me quedaba allí. Con el tiempo, pude comprar un apartamento y sentirme más cómodo. (Marzo de 2007)

Pero la distancia me mataba.  A veces lo llevaba bien, tomándolo como un desafío, pero otras veces se me hacía un nudo en la garganta cada vez que me subía al coche.

Todo se repetía cada dos fines de semana y el viaje me desgastaba. También la situación lo hacía: encuentros tensos, cansancio, rencores… Tuve problemas con la espalda, con el estómago, con el sueño.  Ida y vuelta, ida y vuelta y así una y otra vez.

En Sevilla me sentía extraño, tenía la sensación de transitoriedad en una ciudad que cada vez quería menos. Este echar de menos se me hacía insoportable y deseaba huir, huir donde sea, como sea.  Pensé en cambiar de destino incluso a Madrid o donde fuera con tal de estar más cerca. Durante los años 2006, 2007 y 2008, terminé la carrera y barajé la posibilidad de opositar y salir de allí.

Quería estar más cerca, terminar de una vez con esta rueda que no para.

Cuando estaba desesperado, salió una vacante en Badajoz y pude pedirla.

Ahora estoy aquí, y aunque al principio saboreaba los cambios: menos kilómetros, más tranquilidad, otra vida., seguía estando lejos y condicionando mis visitas a los fines de semana.

Disfrutando del principio de una vida nueva, me sentí bien, conocí a gente, salía por la ciudad, aunque vivía dentro de la base.  Era la novedad del cambio. La distancia se redujo a 230kmts. Todo parecía más propicio, más ameno.

Seguía viendo a mi hijo cada dos semanas.

Durante estos primeros tiempos, conocí a Maribel, mi actual pareja. Era una antigua amiga de la que no sabía nada desde hacía años y ahora había contactado con ella. Nos vimos, nos volvimos a querer.

En abril de 2010 compré un piso en Badajoz y me fui a vivir fuera de la base.

Ella vive en Motril, a más de quinientos kilómetros de aquí. Al principio nos veíamos poco, un fin de semana cada mes o dos meses. Me sentía bien con ella a mi lado, viajamos, nos emocionábamos juntos, en esta etapa de fusión.

Luego nos fuimos viendo con mayor frecuencia y hoy en día viajo cada dos fines de semana a Granada. Algunas veces, ella se desplaza también y nos vemos a mitad de camino, en Córdoba. Su trabajo le impide disfrutar del fin de semana completo y solo puede pasar una noche fuera, así es que casi todo el tiempo viajo yo. Al principio hacía el viaje completo en coche, pero ahora hago la mitad en tren.

 

Mi vida actual, en el presente más inmediato, se reparte entre las visitas los fines de semana alternos a mi hijo y el encuentro con Maribel. Durante la semana voy del trabajo a casa. Estoy un poco allí, hago algunas cosas de mantenimiento, leo, Internet, un día por semana voy al cine, cuando el tiempo lo permite monto en bici, paseo por la ciudad, hago fotos, me entretengo como puedo.

Pero me siento solo, muy solo, y no solo eso, me siento además, lejos de todo, de todo lo que quiero y necesito.

No me importa soportar un poco de soledad y creo que es bueno, pero no tengo donde agarrarme cuando tengo un problema, cuando algo no va bien.

Sé que existe el teléfono y lo uso, pero las palabras me llegan lejanas, sin valor, sin fuerza suficiente. Poco a poco voy perdiendo la fe en ellas.

La madre de mi hijo sabe lo de mi relación con Maribel, desde hace un año aproximadamente y la relación con ella, con Beatriz, se ha hecho más “impersonal”, más distante. Ya apenas compartimos nada con Carlos, ninguna actividad común que antes solíamos hacer.

En Badajoz me entretengo como puedo, salvando las tardes del tedio y de la tristeza. Hasta el verano, todo era llevadero, pero a partir del mes de agosto he notado que mi estado emocional está mucho más frágil, que me desespero, me ahogo, todo lo veo negro, oscuro, sin sentido, sobre todo sin sentido.

He llegado a irme a casa llorando por el camino, sin saber realmente por qué, por una pequeña discusión, por algún problema económico también.

Es cierto que he tenido problemas con la economía, una revisión de hacienda y la consiguiente penalización. Tuve problemas con el piso de Sevilla, que tenía alquilado, falta de pago, el desahucio.

También he contado con el apoyo de Maribel, no solo económico sino también afectivo.

Pero ahora no encuentro consuelo, me veo a punto de llorar en muchas ocasiones. No quiero salir, no tengo ánimos para nada.

El año pasado estudiaba inglés en la E.O.I.  (Curso 2009-2010), pero este año, aunque hice la matrícula, no acudí a clase. No me sentía con ánimos.

Solo me causa consuelo estar cerca de Maribel, pues ella conoce mi historia y me siento bien en su casa, su espacio, compartiendo con ella una cena, hablando, hablando me desahogo.

Con mi hijo me siento bien, pero creo que no le estoy dando lo mejor. Disfruto menos de su tiempo libre, como un padre ocasional que no está para lo importante. Además, él ha ganado en independencia y ahora disfruta del grupo de iguales, de otros niños, de otros juegos. Algunas veces tengo la firme impresión de que estoy sobrando en ese mundo de él y esto me entristece mucho, muchísimo.  En este “sentirme ajeno”, trato de buscar amparo en otras madres y padres con niños como el mío para salir con ellos.

Pero siento que necesito complicidad con él, salir y viajar los dos solos, compartir cosas nuestras.

El verano pasado viajé desde Madrid a Roquetas de Mar para recoger a mi hijo que había ido a pasar una semana allí con su madre. Antes, recogí a Maribel en Motril. Esperábamos estar una semana con él, pero cuál fue nuestra sorpresa que Beatriz se había marchado del lugar donde me indicó que estaba alojada. Pasé el resto del tiempo sin él y ella no me dio una explicación coherente a su partida. Esto me marcó bastante las vacaciones. Al principio me lo tomé con resignación y traté de hacer algo alternativo con Maribel. Pero sé que me ha machacado mucho.

Esto fue en julio.

La siguiente semana que tuve al niño en verano, fue en agosto en Valencia, donde vive mi hermana. Mi sobrino, aunque es algo mayor que Carlos, mantiene muy buena amistad con su primo y están deseando verse para compartir juegos, comida, todo.

Allí es donde comencé a sentirme realmente mal.

A la casa de mi hermano, vino también mi padre con su mujer. Aunque estábamos en familia, la distancia que nos separa y la falta de compenetración, lleva a que tengamos que adoptar ciertas normas de protocolo que a mí me agobiaron. Mi hijo estaba estresado, yo con él, perdí los nervios, le pegué en varias ocasiones, me sentí mal, lloré, salí a la calle casi ahogándome.

Me siento lejos de todo y de todos. Aislado y en ocasiones encuentro un bote salvavidas que me permite respirar, pero no hago una vida amable ni la vida que quiero.

Venir al trabajo es como subirme al patíbulo. Me cuesta levantarme, a veces tengo pesadillas. No es que me acueste tarde, es que no duermo bien. Esto no me pasa todos los días, pero sí la mayor parte de los días que estoy en Badajoz.

Me siento abatido, cansado. En el trabajo hago una labor que no me enriquece en absoluto. Sé que me pagan por eso, pero no encuentro aliciente. Estoy buscando salidas, continuamente buscando salidas y pensando qué hacer para sentirme bien. Pero no consigo encontrar nada ni tengo fuerzas para empezar nada.

La voz al teléfono de Maribel, cada día me parece más lejana, como una cantinela que oímos sin prestar casi atención.

La quiero, pero no me basta.

No sé donde está la clave, pero me siento bastante derrotado y triste. Lejos de todo, y lejos de las riendas de mi vida, como si viviera fuera de mí (esta sensación no la tengo a diario, pero se repite bastante)

Desde julio he tenido crisis migrañosas con aurea, repitiéndose en julio, diciembre y enero. Pierdo el equilibrio, visión borrosa, me mareo, me duele la cabeza en la zona alrededor del ojo izquierdo y siento molestias de estómago. 

Badajoz, noche de finales de enero

 

Badajoz es una página en blanco que quiero llenar. Y me acerco a las frías calles del centro antiguo, donde el alma intuye que puede haber alguna hoguera encendida entre las personas que parecen de hielo animado. Surco las calles como si se tratase de un laberinto de canales sin puerto definido, sin puerto, sin un malecón donde sentarse y extender las piernas para notar la brisa marina.

Mi alma camina despacio, lo hace mi cuerpo también, al aliento de un quehacer que atrapo como a una cuerda larga por los muros de la cárcel, como una fantasía que de repente me iluminara por dentro el entusiasmo, esa pequeña llamita de excitación que produce el saberse dentro de algo, entretenido, empeñado en una labor, la que sea, pero labor al fin, para dar un descanso a mis piernas, a mis ojos, siempre en órbita, como radares.

Llego a las esquinas doradas de las calles antiguas: Bravo Murillo, Amparo. Son calles desiertas, por donde transita alguna niña corriendo o jóvenes de ropa gris dando voces. Suena entonces el eco de los pasos y de los motores. La noche se hace tenebrosa y yo camino con algo de recelo pero sin miedo. Todos somos sospechosos en un instante cuando me cruzo con un hombre detrás de una esquina. Mi cámara, fiel cazadora, me protege intrigando de alguna manera a los que me ven pasar. Soy yo y soy la soledad que se viene conmigo. Anoche la saqué a pasear por estas calles – arrabal, silenciosas y frías de enero. Y petrificadas en el almacén de la tarjeta de memoria, las luces amarillentas de las farolas alineadas desaliñadamente sobre las fachadas rurales. De cuando en cuando se oye un canto gitano salir por la ventana de una casa medio en ruinas, donde la basura se acumula en la acera y enfrente, sobre los cascotes caídos en un solar, los coches de lujo brillan a pesar de la monotonía del barro y la cal.

En mi caminar, descubro viviendas sucias, atrapadas en el abandono, molestas para los vecinos, de una decadencia sin elegancia, como un bastión protegido por los desahuciados para sus andanzas, refugio de gente perdida, nido de hombres con las manos sucias y del carrito de la chatarra o peor aún, toxicómanos a los que la vida les arrancó la decencia y ahora viven como perros maltratados al amparo de los tabiques tiznados con pintadas callejeras.

 En el cruce, siento una mezcla de distancia y cariño por dentro, recordando, como si ya fuera un pasado lejano, el camino que haré dentro de unos instantes, de regreso a casa por las callejuelas oscuras, calle Arco Agüero, San Blas, quizá, plaza de San Andrés… Recorro y recorro una y otra vez, con la sombra pesada de la noche solitaria, este crucigrama de calles, porque mi alma quiere encontrar una verdad profunda y permanente dentro de mí

      Talavera la Real, 27 de enero de 2011

Austeridad

 

Nada que ver con la tacañería ni la nostalgia, nada que ver con la tentación resignada de una vida sin lujos, sin consumismo, sin escaparates ni tiendas, sin engaños ni ilusiones. Voy paseando por Badajoz y evito las mareas de consumidores dispuestos a todo: se busca fuera lo que no se encuentra dentro porque el alma está vacía en casa, huye hacia la calle, se refugia en el olvido de quererlo todo, del deseo, de la gracia, de la luz. Ahora yo voy escalando las tapias de los arrabales, subiéndome hacia los pozos de las afueras, en las peatonales plazas, apenas un café, doblo la esquina, una foto. La muchedumbre se agolpa en torno a las iglesias, en la puerta se blasfema, se murmura con la voz en el ombligo de las querencias de otros.

Me he sentado en la cafetería Dadá, junto a la plaza de La Soledad. Al amparo de una bebida, leo un libro de filosofía fácil: El camino de los sabios de Risso. Pasa una hora, la noche fría de enero recoge a la gente temprano en sus casas. He bajo antes, las escaleras de la Alcazaba, abrigado, con las manos en los bolsillos del chaquetón rojo y me he refugiado en este lugar, frente a la ventana, con el libro bajo la luz.

La austeridad es una forma de ver la vida sin la esclavitud del consumo impulsivo. La cultura del ocio no desea prolongar aún más el gasto diario en lo necesario y busca alternativas para sentirse bien. El ocio no puede seguir ese camino del consumo, porque perdería la esencia de ser un cambio de la cadena del intercambio diario: tiempo por dinero. Ahora, mi ocio es caminar, ir solo por las calles haciéndolas mías, por la ciudad sintiéndola despacio, por los caminos, haciéndome viajero en cada momento. Me obligo a esta actividad, escapo de la resignación de las  horas muertas y busco, busco, busco. La supervivencia de mi voluntad por encima de las noches frías de enero, del gasto, de las voces, de esa hoguera artificial llamada televisión.

Talavera la Real, 26 de enero de 2011

Mérida

Se llama: “Dinosarios ¡ Invaden la ciudad”. Y está instalada, la exposición, en el IFEME de Mérida. Así es que como venías cerca de Badajoz, cogí el tren el la estación de trenes de Badajoz y fui a verte a Mérida. Llegué con tiempo, me comí un bocadillo de tortilla en la calle Marquesa de Pinares, en un bar, donde hice tiempo. Iba montado en el tren por las vegas del Guadiana y al llegar a Mérida, me sorprendió el acueducto, su singular belleza pétrea. Así es que después de comer, fui a hacer unas fotos en perspectiva del singular monumento y luego a echarme un ratito sobre la hierba, tapándome la cabeza del frío con el gorro del chaquetón mimetizado. Allí, rescatando como pude rayos de sol para estar bien, abrigadito, pensé en mi condición de viajero y en el desafío de tenerte, de sentirte, de estar cerca de ti a pesar de la distancia y de mi vida azarosa. Bueno, me levanté rehecho, pasé bajo los arcos del acueducto y seguí el camino para cruzar el puente Lusitania, alcanzar la otra orilla del Guadiana y seguir adelante hasta el edificio de IFEME, donde ya te encontrabas explorando la exposición con estos enormes bichos. Mamá salió a la puerta. Puedo recordar ahora y rescato para siempre, tu boquita rodeada de chocolate de un pan con nocilla que comiste para merendar. Mamá no vino sola, sino con Raúl, Paloma, Minerva, Enrique y Alina.

Te veo afanarte con una brocha limpiando el esqueleto de un dinosaurio que está colocado sobre un arenal. Es un recinto que levanta mucho polvo. Luego, inquieto, eléctrico, vas de un sitio para otro y me indicas con el dedo el animal que te gusta más. Apenas puedo retenerte un momento para hacernos una foto juntos y los momentos pasan sin darme cuenta y pensando en la vuelta.

Regreso por las calles de Mérida, ya de noche, con la gente entrando y saliendo de las tiendas y comercios, para esperar al tren que se retrasó. Me siento solo y muerto de frío en medio de esta multitud y quiero salir de allí rápido.

Talavera la Real, 25 de enero de 2011

Frío y heladas

Camino por la mañana con la idea de encontrarte. Son campos blancos de la helada, el sábado, tras la noche de bebida y música  a todo volumen, humo, humo salado y gentes que van de paso, miradas, un sinfín de miradas.

Camino por la carretera, primero por un camino de nata, endurecida el agua por el hielo en los estanques bajos los robles desnudos de enero. Me encuentro contigo en la casa, en el sofá, la cara fina, suave, con señales de las pupas que te hiciste jugando, quizá las únicas señales aún de la vida.

Este camino no para, se abandona la tranquilidad de los campos para estar bien alerta por la carretera. Subo la cuesta, llego al fin, lleno de cansancio, de humo, a estar contigo. Vamos a jugar un poco al campo de fútbol. Te observo con las manos en el abrigo. Hace un frío azul, intenso, cortante, ese viento, ese viento…

Bajo el blanco de la helada, como una pequeña nevada, no prende la hierba seca, ni siquiera los helechos. Terminamos el gas de un mechero prendiendo los rastrojos en la finca. Nos empeñamos, te agachas para manipular solito el encendedor. Las llamas devoran el pasto, se forma una gran llamarada y poco a poco van desapareciendo. Entonces, te miro de soslayo y te veo concentrado, quieto, casi balanceándote embelesado ante el fuego, como estoy yo también, embrujado con la pasión de las llamas, fascinado.

De pronto, desapareces con el mechero y te adentras por el camino de herradura para hacerlo a tu modo. Me quedo tratando de controlar las llamas. El terreno, poco a poco se despeja y quedan tan solo las hierbas verdes y las manchas negras del tiznado.

El sábado por la tarde fuimos los dos al cumpleaños de Noelia, que hace 6 años, en la calle Vahillo, en la parte baja del pueblo, casas antiguas, y calles por donde apenas pasan coches. Los niños jugabais en la calle. Dentro de la casa, en torno a una mesa larga, nos agolpábamos los adultos. Hay aperitivos y bebidas de colores. Hablo con el padre de Rafita que sostiene en sus brazos a su hijo de siete meses, Alejandro y que le va echando a la boca de todo, a trocitos. De vez en cuando entras y te escondes detrás de la comitiva en torno a la tarta. Ana, la madre de Noelia, te ha preparado un sándwich de jamón york, porque no te gusta la pizza de queso. En la calle, apenas lo cogiste, se te cayó con el alboroto del juego. Te reñí, volvimos dentro. Después pusieron panceta y comiste un bocadillo. Volvimos a casa. Yo estaba muerto de sueño.

Como hiela por la noche, colocas un vaso con agua sobre la mesa de la terraza, esperando que se congele. Cuando te levantas por la mañana, te emocionas de ver como puedes sacar un bloque pequeño de hielo del vaso. Y lo guardas en el congelador y te gusta verlo y se te abren y brillan tus ojillos con una sonrisa que te achina la mirada. Y te veo y disfruto, como en un suspiro, un momento, pero disfruto, no te lo cuento, pero lo siento, se me pasa rápido y me deja una huella de felicidad como en un cuento.

Hemos salido el domingo por la tarde, a dar una vuelta en medio de un frío casi insoportable. En el termómetro de la farmacia: 17:43 h. ; 23-01; 4º.

En el parque, donde han allanado con hormigón un espacio donde antes se ubicaban los columpios y las barras de hierro para trepar y que no volveremos a ver, vas cogiendo del suelo pegatinas que encontraste. Es un hallazgo formidable y las metes en el bolsillo. Disfruto viéndote hacer esto.Tus manitas heladas, rojas. Ese pelo medio enredado, medio rubio, carita lisa.

Talavera la Real, 24 de enero de 2011

Esperanza

Una esperanza es un aparato de teléfono que llevamos puesto como una cremallera. Algo que irrumpe con un sonido agudo en medio del perfume triste del silencio de la soledad vengativa o a la que no queremos a nuestro lado por más que nos recuerdo la realidad única de ser uno y no más. Compañera inoportuna

Y nos aferramos como a un salvavidas a este teléfono que no suena, que no suena, como una noche entera sin dormir y sin esperanza de que amanezca.

Badajoz, 3 de enero de 2011

Niebla

Ha sido una noche de niebla, navegaba por la carretera en medio de una nube que pronto  morirá en el corazón de los recuerdos, con un halo de señal luminosa, con un resto como de una irrealidad. Caminaba hacia un lugar cavernoso por la autovía con la conciencia aún puesta en tenerte, en estar a tu lado, oírte y sobre todo, hablarte. En el silencio de la antigua casa, nos hablábamos de una habitación a otra y te sentía allí, más allá del ruido de la limpieza, de los cacharros, de las escaleras, de los instrumentos que van y vienen y de la voz con su timbre único, de esa voz… Ahora me adentro entre la niebla que me cala como una lluvia que respiro. Camino por las calles convertidas en piedra difusa, en esta ciudad que duerme. Siento la soledad entre los bordillos, las aceras, los rincones, esos baluartes siempre repetidos, defensivos, donde paseé contiguo y por ello con el sobrenombre de vividos. Naturalizamos la vida, el transitar cotidiano y a cada lugar fuimos dándole un nombre simplemente con haberlo visto juntos, diferenciándolo, cuantos más mejor, como quien trata de apoderarse de lo visto con el sello de lo querido. Conservo en medio de los despojos de lo que anduve contigo, el recuerdo de esa cafetería, aquella calle, esa alcazaba. No sé como podré salir de nuevo solo al amparo de la soledad, con la mente refugiándome, con un amor lejano que es el tuyo, pero tan presente, tan presente. Es una llama, a veces hoguera, a veces relumbrante , incendio, llamarada o fogonazo, pero también pequeña vela para alumbrarse de noche, entre la tiniebla, que es la niebla que hay en ti, en mi, en mi persona cuando rastreo sin cesar los mismos lugares.

Llega la noche, vuelvo a casa, esperando, esperando. Oh, no, no quiero hacer de mi vida esto, pero de pronto, en la casi desesperación , oigo tu voz al teléfono, como una lucecita que viene a orientarme de nuevo en este camino de amor, en esta historia común, quizá de encuentros intermitente al fin, pero no menos real. Y detrás, al lado, delante, encima, dentro, dentro, sobre todo dentro, siento esta niebla de enero y como un farolillo, la primera luna del año que pronto estará llena.

Pienso en ti, en ese halo que te rodea, querida mujer, hecha de luz y calor.

Talavera la Real, 18 de enero de 2011

Navidad

El mismo día de Nochebuena viajamos desde Jarandilla hasta Villaralto. Como quise variar la ruta, tomamos por Guadalupe y en Los Ibores, paramos un poquito para contemplar la hermosura de estos parajes, altas montañas, jaras, alcornoques y un sinfín de emociones paisajísticas más. A la hora de comer, paramos en Casas de Don Pedro, en un restaurante rústico al mismo borde de la carretera. Allí, comiste unos muslitos de pollo con patatas. A la entrada, había un monopatín, que utilizaste sin  más, nada más llegar. Pertenecía a la niña Nayara, una chica rubita de unos 4 años de edad. Cuando vamos en el viaje y tú detrás con tu video y pelis de dibujos que mamá te puso en una pequeña maleta negra, vas recordando algunos pueblos : Hinojosa, Cabeza del Buey. Yo te voy contando por donde pasamos y te tranquiliza saber los pueblos que quedan para llegar.

Llegamos al pueblo, pero antes, en Hinojosa, me dijiste que querías que te llevase al cementerio y allí fuimos. Estuve en la tumba de la abuela, mi madre. Mientras, te entretuviste de aquí para allá, de cuclillas o agachado, haciendo tus cosas, tu juego. Hace frío, se acerca el atardecer, fuimos a casa. Yo te esperaba en la puerta del camposanto, forjada con una fecha: 1912. Al poco tiempo llegó el primo Toni y sus papás. Allí ya estaban el abuelo y María Jesús. Después vinieron Eduardo y Verónica y celebramos juntos la Nochebuena, este año sin mamá. También vinieron las hermanas de Vero y sus padres. Esta primera noche la pasamos juntos en la cama, con mucho frío, pero juntos.

Vino Papá Noël y te trajeron regalos. Otros esperan en Reyes en Jarandilla. Hubo el ajetreo propio de papeles, envoltorios y sorpresas, en el salón de la casa.

El día 25 vino Maribel y estuvo para la hora de comer en casa, desde Albuñol. También vino con regalo para ti. Hemos compartido buenos momentos y todo ha pasado rápido.

Como traje la bici en el coche, pudiste salir con el primo a pasear. Jugamos al fútbol en el polideportivo y te agobias cuando algo no te sale bien.  

Con la bici, por los arrabales del pueblo, en medio de una tarde fría, surcamos los caminos cercanos a la Viñuela. A un lado se ve el cementerio.

Por la mañana, bajábais las escaleras para jugar juntos con las maquinitas en el salón. Os miré sorprendidos. Te vas haciendo mayor.

Monfragüe

El sábado día 18 de diciembre, estuvimos en Monfragüe. Yo sé que te costó un poco decidirte. El viernes por la noche, habíamos estado en el Gante, con un frío en la calle que se llama invierno y allí, habíamos hablado con Enrique, que estaba muy emocionado con la idea y con Islam, la hija de la cocinera Sofía. Bueno, Raúl, el padre de Enrique, enseguida se negó a que su hijo viniera con nosotros y solo nos quedó Islam. Bueno, así fuimos a casa y con esa idea nos levantamos el sábado. Fui a buscarte con un paquete de churros y ese olor a calentito que se impone en los sentidos. Pero Islam no vino, su padre no la dejó y tras estar un rato en casa debatiendo qué podríamos hacer, al final, le echaste coraje y nos fuimos, papá y su niño a Monfragüe, donde ya estuvimos hace unos meses, en el otoño pasado. Así es que cogimos el coche, mañana de niebla, despacito por la carretera, hasta el Parque Nacional. Pasamos al lado del Camino Natural del Tajo, en la carretera estrecha que nos deja al fondo, la vista del Parque. Pasamos una presa , donde hice alguna foto y bordeando el río Tajo, llegamos al lugar donde te gusta caminar: la subida al castillo de Monfragüe desde la Fuente del Francés. Este recorrido ya lo hicimos, así es que lo conocías. Chicho nos esperó abajo y no quiso acompañarnos en la subida. La arboleda forma una galería y hay una humedad impresionante. Te paras a tirar piedras, coger palos, a dar golpes con ellos y yo te miro sosegadamente, casi sin cansarme. Vamos despacio en nuestro camino. Han bajado un grupo de excurionistas de Parla, que luego encontramos en un bar de Villarreal de San Carlos. En el suelo hay semillas y frutos secos, también el fruto maduro del madroño. Te caes, resbalas a veces por la pendiente y tus manos, tus guantes y los pantalones claros y elásticos, se manchan con el barro. Subimos y descansamos. Nos hacemos fotos. Todo es sencillo y compartimos la emoción. Tu carita fría, tus mocos a pié de nariz sonrojada, amoratada por el frío. Poco a poco vamos viendo la escarpada plataforma que da acceso al recinto del castillo. Sobrevuelan los buitres, algunos más bajo, con un vuelo expectante. Te dejo los prismáticos y miras al cielo. El Tajo camina serpentando allá abajo, formando meandros de una belleza singular. Subimos al fin a lo alto por unas escalinatas. Te detienes a tirar piedras que forman el camino y otras a un aljibe entre piedras. Te dejo hacer hasta cierto punto. Subimos a la plataforma, los muros del castillo sobre nosotros. Traemos la comida en la mochila. Sacamos los bocadillos y nos sentamos en un lugar resguardado al abrigo del viento y el frío. Tienes frio en tus pantalones finos. Nos pegamos el uno al otro. Te comes el bocadillo de jamón y un zumo. Luego, más tarde, el de jamon york. Subimos a lo alto de la torre del homenaje, desde donde podemos ver toda la plenitud, toda la extensión. Alguien viene y nos hace una foto. Me da un poco de miedo esta altura sin protección.

Como estás tiritando del frío comenzamos inmediatamente el descenso. A la mitad del camino, me emociono cuando me dices que quieres que te dé la mano para bajar más calentito en compañía. Llegamos al coche, Chicho sale a nuestro encuentro y nos vamos a un bar de Villarreal de San Carlos, donde estaba el grupo de Parla . Me tiras sin querer el café con leche, te tomas un nesquik con leche y te caes del taburete de tan inquieto que estás.

En el camino de vuelta, pasando Plasencia, te quedas dormido y poco a poco, tu cuerpo se va cayendo hacia un lado. Tu boquita roja, tus ojos cerrados, tu carita tierna, me emocionaron.  Ahora, cuando lo escribo, puedo sentir esa sensación como una espuma en la memoria.

Talavera la Real, 20 de diciembre de 2010

Soledad en los baluartes

Baluartes de Badajoz, esa pared de piedra, esas paredes de piedra que vienen a decirme que la vida pasa. Camino a solas por las lluvias que tejen el suelo de hojas, con mi cansancio de días tristes y un dolor en la boca del estómago que no deja levantar mi vista a la nube blanca del otoño. Radian los amarillos, brillan por todos lados, esa plaza de colores, esa acera encantada, ese escaparate cristalizado. Camino hacia la consulta, la sala de espera, las caras desesperanzadas, esperando la noche agria del dolor.

Grises las orillas de los muros, más aún en las cornisas, por los cortes de la historia, los baluartes de Badajoz, se abren y se suceden para dejar en mi memoria una barrera donde no consigo penetrar en una ciudad que mansamente, ligeramente, espera.

Ahora regreso por los puentes que sobre el arroyo húmedo Rivillas, llegan a una barriada de barro, a una puerta de cemento, a una mirada vieja de viejo aburrido. Y entro en casa, el olor a la fermentación, el puchero, las verduras.... Nota triste en medio de un día fértil, húmedo, vegetal, como debiera serlo si esta noche me dejara, si este estómago agitara los dados de la felicidad en lugar de los cólicos de la soledad sin norte.

Talavera, 25 de  noviembre de 2010

Crónica de un desahucio

 

Fué una mañana de niebla que no levantaba. Una noche pasada con la humedad, como en el mismo sueño. Las fotos de los puentes, impregnadas de gotitas de agua, apenas dejaban ver una ciudad que ahora visito como un turista. Recuerdo esas sábanas manchadas contigo y tu olor: Tous. Desde la habitación 409 se veían los bloques como una colmena de humo. Salimos por Sevilla como en una cueva, con las luces de la noche. Hablamos en un bar con un amigo fiel. Nos paseamos sin rumbo debajo de las setas en la Encarnación, con sus interminables andamios, estructuras óseas de un esqueleto que no se sabe cuando terminará. Un cuerpo oculto tras la noche, como digo, envuelta en niebla como un crimen.

Al día siguiente, la mañana, de un frío que busca los cuadritos de sol que se posan en las fachadas, llegaron abogados, civiles, funcionarios y policías.

Esa casa era tuya, pero aún mía en el recuerdo. No quisimos saber nada. Desde fuera, la fachada, era de un blanco ceniciento y hasta la calle parecía abandonada. El tránsito diario es una postal retenida de un día cualquiera. En las calles, los viandantes seguían su rutina, conversaciones, la compra, nada nuevo. Pero dentro de esa vivienda, algo iba a suceder.

Casi todo ocurre de pronto y aunque el tiempo se retiene latiendo como después de una carrera, las puertas se abren y se cierra como en un juego de trampas.

Hubiera querido correr, sin duda, a una de esas cafeterías donde el calor humano y el olor a café, te cuelan en un sueño, en el sueño de tí mismo, de tu vida. Y en esa anestesia, pasas un tiempo hasta que tus músculos, deseoso de pisar, de hacer, te lanzan a la calle, a los caminos.

Hubiera querido decir: basta. Pero dentro me anida el recuerdo y la ceguera.

Todo pasó como el que espera el resultado de una operación, una cirugía de médicos : la comisión judicial, los vigilantes de la anestesia: policías ; el director médico: los abogados, procuadores. Iban y venían al escenario: Cuidado con la higiene, no se puede entrar en la sala de operaciones. Todo aconteció con la brevedad de la espuma y con la lentitud del fuego, pero el final fué de una solemnidad, ironía de la vida, que me hizo triste, de pronto, triste: sus juguetes, niña de nueve años, sus colores rosas, la cartera con ruedecitas, los libros , las muñecas despeinadas... Y esas fotos, armarios llenos, virgen en la pared, juguetes y más juguetes, toda la infancia, toda, toda !!.

La cama aún caliente, apenas cubierta, aún oliendo a personas, a personas !. En la cocina , la presencia muy viva de los alimentos sin consumir: un plato de fruta del tiempo, olores a tostadas, quemadores quemados, cocina sucia, residuos de pájaros, el alpiste, seres vivos a fin de cuentas.

En el baño preparada la colada, ropa tendida, todo por medio, la ducha ocupada con enseres. Y ese mueble-bar: lleno , lleno. Cómo puedo entrar aquí. Es mi casa este lugar ?. Me siento extraño y apenas puedo reconocer la cara de lo que allí fué: la cortina amarilla a cuadros, algún mueble, alguna lámpara.

Pero me dijeron que saliste y casi esperaba veros en algún lugar del salón, nada más abrir, ya tan impregnado de vosotros.

En la ocupación de mi nuevo piso, sentí pena, fijaos bien, pena de todo, emoción de vosotros. Yo, que hubiera querido teneros por más tiempo, si esta conversación de euros hubiera salido bien.

Fuera, la niebla, aún continuaba, pero el sueño ya se había roto. Cerramos la puerta con cuidado, como con miedo a despertar a alguien que quedara dentro.

Talavera la Real, 19 de noviembre de 2010, un día después del desahucio en Camas.

Alegoría del otoño

Noviembre está en la Vera, como si residiera ahí, en los colores, en la lluvia, en los olores. También y como no, en los sabores de la fruta.

LLego el viernes a recogerte en casa, después de que Esther terminara algunas faenas que tenía empezadas. Ya has almorzado y ves la televisión. Te veo sentado enfrente del aparato en una imagen cotidiana que tengo retenida en mi memoria.

Vamos en bici al frontón y en el parque La Aliseda, hay una verdadera alfombra selvática de ramas de catalpa y arces, con una  mezcla de colores amarillos  y verdes, que dan ganas de respirar, de respirar profundamente para atrapar los olores a vegetación mullida por la lluvia, al mismo tiempo que nuestro cerebro se anestesia por la captación de esta maravilla policromática que brilla en los ojos.

Dan ganas de dejarse ir así y saco mi cámara para fotografiarlo todo: esta escena que se irá, repetida año tras año, forma parte de un ciclo que relaciono con tu vida y con estos años a tu lado.

En el marco de Jarandilla, observo las estaciones como vienen y se van y todo, como una corriente de agua, como una fuente que no para de verter su líquido saciador, concurre dentro de mí como una cotidianidad buscada, esperada impacientemente.

Ahora, noviembre está en la calle y en las casas frías con chimenea, también está en los olores de esa lecha que comienza a arder.

Siento este otoño con toda su fortaleza, como una desmesura de acontecimientos que concurren al mismo tiempo y nos vamos buscando los huertos, los manzanos y los caquis que comienzan a madurar.

Es tal el colorido, la nitidez, la humedad, las calles alimentadas por tu presencia, que bato esta composición y obtengo una vez más, para felicidad interna, esta emoción indescriptible. Esta emoción del otoño fértil, de la paz que al caminar siento, me arropa, me cobija, hospitalaria.

La luna se posa en un cielo azul frio, con su mitad creciente, como una D casi conseguida.

Y ahora, hijo mío, estás tú. Nada de esto estaría en mi vida sin tí. Ahora, estás tú y te veo montar en bici con soltura y agilidad, pero a veces, te caes y sin rechistar, te levantas.

Te veo aventurarte a lugares donde ya no alcanzo. De pronto, te pierdo la pista cuando persigues a otros niños o jugáis a rodar con la bici por las aceras, hasta el final de la avenidad. Confío en tí dentro de este margen , pero, créeme, se me ponen los pelos de punta y se me enciende el farolillo de la inquietud, cuando no te veo, cuando te grito y no contestas.

Debe ser natural, pero lo vivo así

Por la noche nos encontramos a Luca, Manuela y sus padres en La Palmera. Así que estuviste en la calle con los niños, con bici aparcada y mientras, me tomé algo con ellos.

Por la noche, estuvimos los tres: Luca , tú y yo, durmiendo en la misma habitación, en la tuya. Los dos en la cama de arriba y yo, debajo. Mamá está en Toledo.

El sábado, estuvimos en casa hasta que marchamos a la finca, los tres, mechero en mano, quemando pasto. Así, bueno, hasta que os aburrísteis y fuísteis a cavar agujeros a los terrenos de tabaco. Luego estuvimos llenando bolsas con manzanas y tomates. También abrimos una sandía que Luca no quiso probar. Nos reimos los dos dando bocados como salvajes al fruto rojo y líquido.

Luego, de vuelta a la finca de Luca, nos encontramos con sus padres y fuimos a comer a Losar, a un restaurante de la calle principal. Luego estuvimos en la casa de Luca, pero enseguida quisiste volver a casa, la noche encima y tú gritando: quiero ir con mamá, quiero ir con mamá !. Esto me ha irritado un poco y he dado voces y gritado. Bueno, la noche ha terminado un poco triste , tú en casa y yo en Losar.

El domingo llovió y estuvimos en casa, hiciste los deberes: había que dibujar en una cuadrícula las diferentes comidas del día. Terminaste pronto, no te ilusiona demasiado la tarea. Mamá te grita y te reconduce, pero quieres terminar y lo haces refunfuñando.

El domingo , como siempre, te dí un beso de despedida, esta vez, al lado del parador, cuando estabas dando un paseo con mamá, Victor y Mari. Y como siempre, me dijiste: ¿Donde vas , papá?

A Badajoz, hijo, a Badajoz.

No te olvides que te quiero, que te voy a querer siempre, que eres lo único que estoy seguro que voy a querer siempre.

Talavera la Real, 16 de noviembre de 2010