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feranza

Crónica de un desahucio

 

Fué una mañana de niebla que no levantaba. Una noche pasada con la humedad, como en el mismo sueño. Las fotos de los puentes, impregnadas de gotitas de agua, apenas dejaban ver una ciudad que ahora visito como un turista. Recuerdo esas sábanas manchadas contigo y tu olor: Tous. Desde la habitación 409 se veían los bloques como una colmena de humo. Salimos por Sevilla como en una cueva, con las luces de la noche. Hablamos en un bar con un amigo fiel. Nos paseamos sin rumbo debajo de las setas en la Encarnación, con sus interminables andamios, estructuras óseas de un esqueleto que no se sabe cuando terminará. Un cuerpo oculto tras la noche, como digo, envuelta en niebla como un crimen.

Al día siguiente, la mañana, de un frío que busca los cuadritos de sol que se posan en las fachadas, llegaron abogados, civiles, funcionarios y policías.

Esa casa era tuya, pero aún mía en el recuerdo. No quisimos saber nada. Desde fuera, la fachada, era de un blanco ceniciento y hasta la calle parecía abandonada. El tránsito diario es una postal retenida de un día cualquiera. En las calles, los viandantes seguían su rutina, conversaciones, la compra, nada nuevo. Pero dentro de esa vivienda, algo iba a suceder.

Casi todo ocurre de pronto y aunque el tiempo se retiene latiendo como después de una carrera, las puertas se abren y se cierra como en un juego de trampas.

Hubiera querido correr, sin duda, a una de esas cafeterías donde el calor humano y el olor a café, te cuelan en un sueño, en el sueño de tí mismo, de tu vida. Y en esa anestesia, pasas un tiempo hasta que tus músculos, deseoso de pisar, de hacer, te lanzan a la calle, a los caminos.

Hubiera querido decir: basta. Pero dentro me anida el recuerdo y la ceguera.

Todo pasó como el que espera el resultado de una operación, una cirugía de médicos : la comisión judicial, los vigilantes de la anestesia: policías ; el director médico: los abogados, procuadores. Iban y venían al escenario: Cuidado con la higiene, no se puede entrar en la sala de operaciones. Todo aconteció con la brevedad de la espuma y con la lentitud del fuego, pero el final fué de una solemnidad, ironía de la vida, que me hizo triste, de pronto, triste: sus juguetes, niña de nueve años, sus colores rosas, la cartera con ruedecitas, los libros , las muñecas despeinadas... Y esas fotos, armarios llenos, virgen en la pared, juguetes y más juguetes, toda la infancia, toda, toda !!.

La cama aún caliente, apenas cubierta, aún oliendo a personas, a personas !. En la cocina , la presencia muy viva de los alimentos sin consumir: un plato de fruta del tiempo, olores a tostadas, quemadores quemados, cocina sucia, residuos de pájaros, el alpiste, seres vivos a fin de cuentas.

En el baño preparada la colada, ropa tendida, todo por medio, la ducha ocupada con enseres. Y ese mueble-bar: lleno , lleno. Cómo puedo entrar aquí. Es mi casa este lugar ?. Me siento extraño y apenas puedo reconocer la cara de lo que allí fué: la cortina amarilla a cuadros, algún mueble, alguna lámpara.

Pero me dijeron que saliste y casi esperaba veros en algún lugar del salón, nada más abrir, ya tan impregnado de vosotros.

En la ocupación de mi nuevo piso, sentí pena, fijaos bien, pena de todo, emoción de vosotros. Yo, que hubiera querido teneros por más tiempo, si esta conversación de euros hubiera salido bien.

Fuera, la niebla, aún continuaba, pero el sueño ya se había roto. Cerramos la puerta con cuidado, como con miedo a despertar a alguien que quedara dentro.

Talavera la Real, 19 de noviembre de 2010, un día después del desahucio en Camas.

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