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feranza

Austeridad

 

Nada que ver con la tacañería ni la nostalgia, nada que ver con la tentación resignada de una vida sin lujos, sin consumismo, sin escaparates ni tiendas, sin engaños ni ilusiones. Voy paseando por Badajoz y evito las mareas de consumidores dispuestos a todo: se busca fuera lo que no se encuentra dentro porque el alma está vacía en casa, huye hacia la calle, se refugia en el olvido de quererlo todo, del deseo, de la gracia, de la luz. Ahora yo voy escalando las tapias de los arrabales, subiéndome hacia los pozos de las afueras, en las peatonales plazas, apenas un café, doblo la esquina, una foto. La muchedumbre se agolpa en torno a las iglesias, en la puerta se blasfema, se murmura con la voz en el ombligo de las querencias de otros.

Me he sentado en la cafetería Dadá, junto a la plaza de La Soledad. Al amparo de una bebida, leo un libro de filosofía fácil: El camino de los sabios de Risso. Pasa una hora, la noche fría de enero recoge a la gente temprano en sus casas. He bajo antes, las escaleras de la Alcazaba, abrigado, con las manos en los bolsillos del chaquetón rojo y me he refugiado en este lugar, frente a la ventana, con el libro bajo la luz.

La austeridad es una forma de ver la vida sin la esclavitud del consumo impulsivo. La cultura del ocio no desea prolongar aún más el gasto diario en lo necesario y busca alternativas para sentirse bien. El ocio no puede seguir ese camino del consumo, porque perdería la esencia de ser un cambio de la cadena del intercambio diario: tiempo por dinero. Ahora, mi ocio es caminar, ir solo por las calles haciéndolas mías, por la ciudad sintiéndola despacio, por los caminos, haciéndome viajero en cada momento. Me obligo a esta actividad, escapo de la resignación de las  horas muertas y busco, busco, busco. La supervivencia de mi voluntad por encima de las noches frías de enero, del gasto, de las voces, de esa hoguera artificial llamada televisión.

Talavera la Real, 26 de enero de 2011

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