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feranza

Desencanto

Huyó por la sombra,
sin rumbo cierto,
con sus labios perfilados,
laminados de desierto.

¡ No te vayas !,
grité desde lejos.
A su aire acudían,
agitados los recuerdos.

Y al volver la esquina,
su eco de tacones
trazó una línea
quebrada de desamores.

Se veían farolillos
maltratados por el viento
y en su vientre
dos niños,
se comían un cuento.

¡ Ay que pena !
Dios mío,
que pena.

El corazón
devoraba,
dando gritos,
la gangrena.

Cuatro años de polvo,
como castillos de arena
pintaron de marrón
encima de su cabeza.


Lo último que pude ver
fue el perfil de su cara
y su cuerpo empezando a arder
como un campo de grama.

Sevilla, 18 de abril de 1999

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