Sin anestesia
Vivir sin anestesia es duro, es enfrentarse constantemente al vacío. Es sentir la soledad, sin obstáculos, sin barreras, sin traición. Es deambular libremente en uno mismo, por cualquier lugar, sin rumbo, a veces con pena, otras con admiración, otras, la mayoría, en silencio, tan solo tú, dentro de tí, sin más música que esa suave vocecita interior que te va conduciendo por calles deshabitadas, por rincones oscuros, por los arrabales de la ciudad.
Vivir buscándose, buscando la naturaleza propia, es una tarea complicada, porque nada te vale para soportarte a una realidad que sería más fácil, llevadera, olvidadiza, pasajera sin memoria. Pero ahora no hay marcha atrás. Camino entre los pilares de mi ser y entre lo que entiendo por una vida real, única, verdadera.
Estoy en Badajoz como sobrevolando una ciudad de la que solo sintiera a lo lejos, las casas, los tejados, el leve olor de las estaciones, las aguas del río fluyendo despacio. Pero sobrevolando a fin de cuentas sin entrar, como en una enorme cometa que se hubiera desprendido para siempre de las manos de su monitor. Soy esa persona que quiere posarse en cualquier lugar, pero sin quedarse en ningún sitio. Camino, obedezco a mi cuerpo, a mi alma que me grita desde dentro a veces. También obedezco al ocio, a la búsqueda de la que estoy hecho y a veces salgo de noche para cansarme, para cansarme sin más.
Me miro por dentro y todo son preguntas. En medio de todo eso, quiero entender la vida con amor, pero tórpemente, sin llegar a posarme en ninguna ventana, sobrevolando como siempre y de nuevo en la carretera, donde en el movimiento y la búsqueda permanente de algún lugar desconocido, quiero olvidarme de esta realidad de asfalto a la que no quiero pertenecer.
Sin pertenencia, sin un mundo cálido, me he sentido bien en algunos momentos. Sigo apreciando una mirada, un gesto de cariño, una puesta de sol, un lugar nuevo, el ruido de las olas, con su voz ronca de mar en el corazón. Sigo entendiendo el alma del hortelano y del jardinero, entre el sudor , el lenguaje de la tierra y la belleza. No sé cuando voy a dejar de existir, pero sigo amando, quizá lo que no tengo, quizá lo lejano, quizá solo en un momento, a pizquitas, a ráfagas, pero entiendo verdad en ello, así lo vivo, me sirve, es todo.
Me enamoran mis fotos, busco el lugar donde sentirme bien, quizá entre la espesura de un bosque o entre las gentes de los pueblos que no conozco, entre sus comentarios, sus gestos, su calmada y reposada actitud dentro de las tabernas.
Busco un río cuando puedo y me siento para dejarme llevar un poco por sus aguas. Busco la altura cuando me hace falta, un desafío con un final repetido, por el placer de subir. Desde la altura veo la tierra de otra manera y me siento bien con el solecito y la brisa,con los colores de los chopos amarillentos y el olor al otoño que va pudriendo las hojas entre los arroyos recién alimentados.
A veces, alcanzo la orilla de la playa con una mano de la mujer que quiero. Disfruto bien este amor como un renglón cierto del sonido de la vida, una partitura clara, abierta, floreciente y perfumada.
No quiero quedarme en las lindes de las grandes cosas. quiero penetrar en ellas y me visto de aventurero que es siempre la ropa que mejor me sienta. No me importa esa soledad y la asumo con una felicidad que pocos conocen, que pocos entienden. Entonces, soy yo mismo, me siento gigante y pequeño a la vez, pero abierto como una granada en octubre, para las gentes que encontré. Estoy para todos en ese momento y me gusta jugar con la realidad, soñar donde otros padecen, donde otros tristemente, pasan sin más. Soñar en lugares nuevos. Esa es una realidad fantástica que ahora me sujeta a este mundo.
Badajoz, 20 de octubre de 2010
1 comentario
Raúl Pampu -
Un saludo,
Raúl Pampu.