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feranza

En Vélez de Benaudalla. Junio de 2010

Ha entrado la luz del amanecer por la ventana, por el amplio cristal que nos separa del campo, de esas montañas por las que ayer vimos el sol en su fulgor de fuegos de junio. Ha entrado la luz y es un fino cristal, algo imperceptible, lo que nos separa de la calle, del olor de las plantas secas y de la humedad. En el pueblo, la vida transcurre despacio y los grandes plátanos son ahora un refugio para el paseo y el tránsito.  Estamos en la cama, cubriéndonos con una sabanita del frescor de la mañana, del frescor de las primeras horas de un domingo silencioso, de la suavidad de tu piel, de tu cuerpo desnudo junto a mí, de tu olor que persigo. Ha llegado junio a nosotros, como el que espera un día afortunado para aventar la mies, como el que aguarda la noche en luna para segar sin calor. Ha llegado la estación prometida y preparamos nuestro lecho como una baño para un recién nacido. Jugamos a comernos y a suspirar, jugamos a los fluidos, sintiendo la sangre y los latidos. Te abrazo entre dos finas superficies con mis dedos ardientes. El sol ha salido, pero entrelazados, queremos despistar ese otro momento de la conciencia, de sentirnos queridos también con las palabras y con los ojos. Queremos atrasar la ropa, el agua y la comida. Pasar hambre para saciarnos en nosotros mismos, de sal, de olor, de sudor, de codicia de piel, de sexo, de un sexo suave, azul, azul desde fuera y blanco, muy blanco, desde dentro.

Vélez de Benaudalla. LLanos del Castillo. Junio de 2010

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