CUARTO DÍA: 18 DE AGOSTO DE 2001
Por la noche hizo un frío intenso y el viajero ha notado que tenía la cara helada y tuvo que cambiar de posición repetidas veces para no incomodarse. Por la mañana, el viajero se siente perezoso y aunque oyó cómo tocaron las seis y sucesivos toques, cada cuarto de hora, no quiso levantarse hasta las siete y media, justo cuando los vecinos comenzaban a salir de sus casas y se oían comentarios por las calles.
El viajero se siente resguardado y calentito en su saco y le cuesta ponerse en pie. Cuando al fin lo hace, recoge su mochila y va a asearse a una fuente, junto al torreón. De paso, hace una foto al horizonte, con el Sol que acaba tambien de levantarse, todo anaranjado, tras la cuna de las montañas.He bajado la calle y caminado hacia la entrada del pueblo. A mi olfato ha llegado el olor de una panadería y he entrado sin preguntar. Es un horno donde se elabora pan y dulces de pimentón. El panadero saca las tortas calientes y su mujer las corta a trozos a razón de once duros el trozo. El panadero es un hombre sin humor que se enfada a voces y reproches, lanzando improperios contra su mujer, que cansada, suspira. Se nota enseguida que está acostumbrada y no rechista. Al hombre no le ha parecido bien que haya tres personas, incluyendo a un servidor, mirando lo que hace. He cogido mi torta y me he marchado sin despedirme.
Más abajo del monumento a los Donantes de Sangre, obra financiada por la Caja de Murcia, me he metido en un bar, al lado de la tienda de regalos de alfarería, para tomarme un café y salir pitando, cuando rozan las ocho y media de la mañana.
El viajero toma la carretera que dejó ayer, a la izquierda, en dirección Bullas y comienza su caminar mañanero entre chalés y arboleda, tambien árboles frutales y almendros.
He caminado durante cinco kilómetros para llegar al cruce con el Collado Bermejo y con el camino que lleva al Escuadrón de Vigilancia Aérea nº 13, a doce kilómetros, y he tomado esta otra carretera que nos adentra en el Parque Natural. Sobre este paraje, Jerónimo Hurtado, en el año 1584 nos dice lo siguiente: “.. y á la mano derecha entre Aledo y Alhama ay una sierra notable llamada Aspuña; es la más alta deste reino y que primero se descrubre á los que nabegan de Berbería ú de lebante para España y ansí entiendo, que se a llamado Aspuña de España, como luego los navegantes en uiendo tierra apellidan el nombre Despaña...”
.Sierra Espuña es un enclave montañoso que se eleva en la zona central de la Región Murciana, encajado entre los valles de los ríos Guadalentín y Pliego, ocupando una superficie de algo más de veinticinco mil hectáreas, de las cuales, diecisiete mil ochocientas cuatro y desde 1995 han sido declaradas como Parque Regional.
El asentamiento humano más antiguo en esta zona, data del Neolítico medio y el Eneolítico ( entre 2000 y 3000 años antes de Cristo ), cuando el desarrollo de la agricultura y la ganadería hizo posible que en los valles más húmedos y cálidos se asentaran varios grupos humanos, dominando los fértiles valles de la periferia de la Sierra. Por esta zona existieron poblados argáricos , íberos y romanos, pero es sobre todo a partir del año 713 de nuestra Era y con la llegada de los árabes, los que mayores evidencias nos dejaron, siendo testimonio de ello, los poblados fortificados de Aledo, Alhama y Pliego o la introducción de cultivos como la vid, el trigo y el olivo.
Con la Reconquista, en una etapa de relativa paz, la población abandonó las fortificaciones para dedicarse a las labores del campo como la agricultura, la ganadería, el leñeo o el carboneo.Este aprovechamiento masivo de los recursos naturales de la Sierra produjo drásticas deforestaciones de sus montes. En el siglo XVI se comienzan a construir los primeros Pozos de la Nieve, antiguos frigoríficos en los que durante el invierno sse almacenaba nieve para producir hielo y utilizarlo durante el verano. Hoy en día existen veintiseis construcciones existentes, ubicadas a unos mil trescientos metros de altitud, constitiyendo uno de los complejos arqueológicos industriales más valiosos de los montes mediterráneos.
Refrescando un poco la historia del parque, podría decir que a finales del siglo XIX se llevaron a cabo trabajos de repoblación forestal a base de pinar, iniciándose hacia 1891 y prolongándose durante 12 años de trabajos, a cargo del insigne ingeniero de montes cartagenero D. Ricardo Codorniu. En ella, casi cinco mil hectáreas fueron cubiertas de este tipo de conífera. El buen resultado de esta acción hizo posible que en 1931 se declarasen algo más de cinco mil hectáreas como Sitio Natural de Interés Nacional. En 1973 se calificaron más de catorce mil hectáreas como Reserva Nacional de Caza y en 1978 el antiguo Sitio Natural, se recalificó como Parque Natural, ampliando su superficie a nueve mil novecientas sesenta y una hectáreas. En tiempos más recientes, en 1992, se le otorgó la categoría de Parque Regional.
El relieve de la Sierra es agreste y complicado, con abundantes y profundos valles y barrancos interiores y elevadas cumbres. Destacan el Valle del Río Espuña, Valle de Leyva, Barranco de Enmedio y Barranco de la Hoz. Entre las cumbres más elevadas, superando los mil quinientos metros sobre el nivel del mar, están el Morrón de Totana ( 1585 m ), el Pedro López ( 1566 m ) y el Morrón de Alhama ( 1507 m ).
En la Sierra encuentran su hábitat el jabalí, el azor, el búho real, el arrendajo, el piquituerto, la culebra bastarda. El espacio aéreo está ocupado por el águila real, las chovas piquirrojas y los aviones roqueros. Tambien, en las cumbres, existen ejemplares de muflón de Atlas, introducido en 1970 y el gato montés.El viajero no ha visto ninguno de estos animales, quizá porque no ha estado muy atento y se ha dejado llevar por la continuidad de sus pasos, de su infatigable caminar hacia arriba. Lo único que ha podido ver, porque se le ha cruzado al paso ha sido, dando saltitos, rojiza y extraña, una ardilla, la ardilla de Espuña, subespecie exclusiva de estos montes, con su gran cola y que después se ha subido al tronco de un pino.
Todo son pinares, pinares de repoblación donde podemos encontrar tres variedades: el pino carrasco, el más abundante, el pino ródeno y el pino negral. El terreno está seco, “está que arde”, como indica una señal. No hay que olvidar que hidrológicamente, Sierra Espuña es pobre en agua de circulación superficial y que sólo algunos barrancos cuentan con afloramientos puntuales o de escaso recorrido. Sin embargo, es significativo el número de manantiales dispersos como el de Fuente Blanca, Fuente Bermeja, El Hilo, Fuente Perona, Fuente Carrasca o El Sol. Al poco tiempo, he encontrado el Área de Acampada “ Las Alquerías “, que tiene casitas de madera a la parte derecha y donde hay alojados unos monitores al cargo de unos chavales que pertenecen a las Juventudes Franciscanas ( JUFRA ), de Totana. Me he lavado un poco y sentado a escribir. Me han ofrecido un café mientras ellos desayunan sobre una larga mesa de madera.
El viajero, un poco antes, mientras comía un poco de chocolate y dulce de pimentón, se siente de nuevo privilegiado, cuando ve a su alrededor, el grupo de chavales en su quehacer casi doméstico, recogiendo las mesas y barriendo el suelo. El viajero no tuvo que dejar nada fregado, ni barrido, ni tuvo que despedirse con diplomacia de nadie esta mañana. Al viajero, tempranito, nada más levantarse, no le apetece hablar ni atender a muchos quehaceres. Se coloca su mochila y va dejándose llevar hasta que se va calentando poco a poco.He aprovechado para ir al servicio y de paso, lavarme los dientes, que todo hay que cuidar. Después, he subido por las curvas ascendentes en medio del bosque. A veces, alternan los pinares con las encinas ( quercus rotundifolia ), cuya presencia está más reducida. El sotobosque está formado por especies propias del matorral mediterráneo, como la coscoja, el enebro o el lentisco. En las laderas solanas abunda el matorral desarbolado de mediano porte como el esparto, el romero, el tomillo o la jara.. Se está nublando la mañana, en la altura. Hay silencio y oigo mi respiración, mis pasos, notando el sudor que puebla mi frente, mi cabeza, mi mejilla. Se nota, igualmente, la humedad, que no la presencia del agua, sí , su misterio. Este macizo montañoso posee un microclima algo más húmedo que el resto de la Región, con una temperatura media anual de casi catorce grados centígrados y una precipitación media que en las cumbres es del orden de los 500 mm/año.
He ido subiendo hasta el Collado Bermejo, una explanada a unos 1200 metros desde donde se puede acceder al E.V.A.,a cinco kilómetros, subiendo por la carretera a la izquierda. A la derecha, por pista de tierra, podemos llegar a Alhama de Murcia o bien, camino que he optado por seguir, bajar por la carretera que lleva a El Berro, Huerta Espuña o Fuente del Hilo. Por la carretera del Escuadrón de Vigilancia, podemos acceder al Pozo de la Nieve, a unos tres kilómetros, lugar de singular belleza, según me contaron unos ciclistas que pararon para descansar y refrescarse en el Collado Bermejo. El pico Espuña, insignia del Parque Natural, se yergue altivo y solitario, allá arriba, con su cumbre abierta que roza los 1600 mts. Después de hacernos una foto en grupo, los ciclistas han continuado su camino y yo el mío hacia El Berro.En el descenso he encontrado construcciones como La Casa Rosa, a 1036 m, que aunque abandonada, tiene su encanto con ese horno de barro y esa higuera al borde del barranco. Más abajo, llegamos a un cruce, que si lo tomamos a la izquierda, llegamos al Barranco de Leyva y Aérea Recreativa “La Perdiz”, que es por donde he tomado. Al frente, tenemos el Centro de Interpretación del Parque y Huerta Espuña, tambien la Fuente del Hilo y Fuente del Sol, en el camino que conduce a Alhama.
En la bajada, con el sol bien arriba y la sequedad ambiental absoluta, el viajero suda, se lamenta, sufre y a esto, la naturaleza impasible, sigue indiferente su curso. Proliferan los matorrales con espinas y de cuando en cuando, como un pequeño regalito, al viajero le llega una ligera brisa fresca de no sabe dónde.Sin darse cuenta, envuelto en sus pensamientos y recuerdos, el viajero llega a la Fuente de la Perdiz, de agua potable aunque no tratada sanitariamente, la cual está situada al mismo borde de la carretera, bajo el restaurante pintoresco del mismo nombre y que actualmente se encuentra en reformas. En su lugar y para no perder clientela, ni vida para los aledaños, han colocado un chiringuito improvisado con veladores y sombrillas. Y así como el encanto no solo reside en el lugar, sino tambien en las gentes, en su carácter, la gente sigue acudiendo con asiduidad a este oasis que tiene historia propia.Al entrar, buena intuición por mi parte, he entablado conversación con Paco. Es este hombre una persona inteligente y con mucha sabiduría, que me ha estado hablando de muchas cosas relacionadas, con un punto de vista muy profundo, particular, filosófico en su serenidad. Es un gran hombre y hemos compartido un buen rato a la sombra de una cerveza y del pacharán. Es natural de la ciudad de Murcia y mientras su familia se va a la costa, él se viene por aquí, a disfrutar de estos entornos y darse un paseo por la sierra que como bien dice, es sierra de bolsillo. Cuando he salido, él tambien se ha marchado. Me ha dado agua y he llenado la cantimplora. Nos hemos despedido con varios apretones de manos.
He pasado por el Área de Acampada y en la curva, la Virgencita Blanca del Pilar sobre pedestal. Debajo hay una leyenda y una fecha: “Sierra Espuña, 2 de enero de 1940”.
Surcan la montaña, como reptiles, los numerosos cauces secos, las numerosas franjas por donde el agua, algún día, dejó su huella al pasar. Ahora, el viajero, no siente el ruido ni el frescor de esa caída milagrosa y todo esto lo echa de menos.1 He llegado a la altura del cruce con el Barranco Leyva, que no tomé y después un nuevo cruce que a la derecha nos lleva al Centro de Interpretación y Huerta Espuña y a la izquierda, hacia el poblado de El Berro a dos kilómetros y medio. Un nuevo cruce, después de tomar hacia El Berro, nos indica que a la izquierda podemos llegar a esta aldea y en linea recta a Alhama de Murcia.He bajado al pueblo y enseguida, muy cansado, me he metido en el cámping Sierra Espuña para tomar una cerveza. El viajero va haciéndose sus conjeturas y baraja posibilidades para darse una ducha. Al viajero le hace falta meterse bajo el agua y cuando se toma la cerveza, se anima, recoge su mochila y se mete en los baños donde hay duchas. Desmonta la mochila, coge lo necesario y se mete bajo la presión del agua fría, sin rechistar casi. Se enjabona, se seca y cuando cree que está todo hecho y que su labor higiénica ha pasado desapercibida, en la puerta le esperan para pedirle explicaciones, que el viajero no sabe dar. Ante el caso, el viajero se calla y paga las 455 pesetas que es lo que cuenta la estancia por persona y dia. Después de pedir perdón sin demasiado convencimiento, el viajero se da cuenta que puede lavar la ropa sucia y darse un baño en la piscina por el mismo precio; así es que lo aprovecha.Me he ido a los lavaderos y friega que te friega a mano hasta quedar todo listo, incluso el pantalón corto. Luego he tendido la cuerda a mi libre albedrío entre la valla de la pista de tenis y un poste de luz, cosa que no gustó a los dueños del recinto por la ruptura que ha supuesto con la estética del establecimiento. Así es que los dueños no tuvieron inconveniente en levantar al viajero de su siesta sobre el césped al lado de la piscina. El viajero no ha almorzado y se siente débil y un poco agobiado ya, así es que con un poco de malhumor pero sin mostrar disgusto, desata lo atado y coloca la ropa en otro sitio.Cuando me he levantado pasaban las seis. Como no me han salido las cosas muy bien, he recogido la colada y he salido pitando del camping, sin decir adios, para cruzar el pueblo a todo lo largo y andar decididamente, casi con despecho, en dirección a Pliego. He pasado por la plaza de El Berro, para comer un poco chocolate y un melocotón al lado de una fuentecita y de paso escribir algo, quizá para llevarme algún recuerdo agradable del lugar.El viajero copia lo que ve en una de las losetas pegadas a la pared: “Plaza del Berro” y debajo : “Vicente, Matilde, María, Juanito y Salvador”. No se sabe muy bien a que responde este listado de nombres propios, pero me siento satisfecho, lleno mi cantimplora en un bar a la salida y me pongo a caminar hacia Pliego.
Llanea la carretera, voy a buen ritmo y no se me nota el cansancio. A un kilómetro del cruce podemos encontrar una carretera que nos conduce al Manantial Fuentedueñas, a siete kilómetros. Se terminan los pinos y siguen los almendros en cultivos alineados. He llegado al cruce sobre las ocho menos cuarto de la tarde y sé que se me va a hacer de noche en el camino, pués aún quedan once kilómetros para Pliego, tomando a la izquierda por la carretera C - 315.Se suceden los cultivos de melocotoneros detrás de las alambradas. He oído un ruido y por extraño que pudiera parecer, es el de un canal con abundante agua de regadío, asi es que a pesar de la caída de la tarde, me he parado y refrescado como he podido, ayudándome del vaso que traigo conmigo. A la izquierda, derruída, muerta, pero aún en pie, se puede ver una iglesia o ermita con espadañas y al lado una casa con fachada en rojo. Ladran los perros. He parado en una casona a la izquierda, es la Venta de la Garita.En su interior hay una mujer mayor y un chaval que se llama Emilio. Les he pedido agua, que me ofrecieron en una cántara de barro blanco con pitorro y que tiene, en su parte superior, una apertura mayor cubierta por un paño de cuadros rojos y blancos. Hay dos iguales, una al lado de la otra. Parecen gemelas. He sudado, tras ingerir el líquido y he seguido camino, ya medio oscureciendo.El cruce de Fuente Librilla está un poco más adelante y para ir a ese pueblo hay que recorrer unos ocho kilómetros. Para Pliego quedan siete. He hecho una diapositiva con el sol ocultándose en el horizonte. He pedido agua en la cortijada, llamada antiguamente “Llano de la Casilla” y hoy “Retamosa Collado Blanco”. Me he precipitado en el caminar y con cierta poesía he construido esta frase : “ - ¿ quién, a cada gota de sudor, irá oliendo los pinos cuando yo ya no esté aquí ? “. Tierra blanca y almendros. Alto de Espuña a 465 m. He tenido que arrimarme bien cerca para ver la señal. Allá debajo, al fin, a dos kilómetros, se ven las luces del pueblo.
El viajero se dá cuenta que ha caminado todo el dia, de sol a sol, como los antiguos campesinos. El viajero no siente dolor de conciencia y se agradece haber llegado bien.
Me he metido en el pueblo por la calle Chacona y he ido a parar a cenar al bar El Obrero, donde hay una chica que se llama Juani, detrás de la barra y que me nombra, para avisarme, diciéndome : “ maestro “. Es una chavala que gusta en seguida, por su espontaneidad. Dentro, en un salón, unas chicas celebran una despedida de soltera. Van todas muy arregladas. He llamado a Beti, que tiene guardia en la clínica. Me llamó Gloria y se cortó la comunicación, pues se agotó la batería del móvil.
El viajero se ha dado hoy una buena paliza y le llegó la noche. El viajero ha recorrido cuarenta kilómetros y cruzado la sierra, así es que se prepara mentalmente para tomarse una jornada más relajada, para mirar mejor las cosas y escribir postales. Creo que se lo merece.
He cenado lo mismo que anoche: dos trozos de morcilla, salchichas y lomo. Dos cervezas para remojar. ( De todo dos ).
El viajero deja la escritura y se toma un café con leche que le sirve Juani. Juani de la Cruz Vivo, tiene dieciocho años y quiere estudiar óptica. Luego me he tomado un pacharán con dos hielos y hasta un cigarro que le pedí.Desde aquí, me he ido dando una vuelta hasta la Glorieta, que es una plaza muy concurida. Me he sentado ; una chica que se llama María Dolores Montalbán y que es de Pliego y tiene doce años, me ha preguntado si era un vagabundo. Su pregunta me ha sorprendido con el cepillo de dientes en la boca y le he respondido : - “¿ porqué dices eso ? “. Y ella ha contestado : - “ pues porque lleva una mochila muy grande“-
Tres chiquillos rodean al viajero, que tambien podría pasar por vagabundo, mirándolo bien. Y los tres, sobre todo María Dolores me invaden a preguntas y respondo como puedo, con lógica, como jugando. Luego he escrito una postal para Beti, con una imagen de Lorca.
Me he hecho amigo de un chaval que se llama Antonio López Espejo y que es de Mula. Es un chico de unos once años y que ha tratado por todos los medios de encontrarme un lugar para dormir. Hemos caminado, él delante y yo detrás con la mochila, por las calles de Pliego, cruzando la calle Mayor, detrás de la iglesia y subiendo por otras alles hasta que nos hemos encontrado con un amigo suyo que se llama Juan Carlos y que es muy espabilado y redicho. Y así, los tres, hemos ido a parar a la zona alta del pueblo, rebuscando entre los rincones oscuros, las plazoletas y los parques, intentando hallar un escondrijo donde ocultarme para no ser molestado y no correr peligro.Al fin, rebasando un jardincito, donde hay un Pub con música aún, hemos pasado un puente y el viajero ha encontrado un sitio ideal donde postrar sus huesos esta noche, tras la tapia de la Casa del Manco, nº 2 de la calle y muy cerca de un lugar de la montaña, a las afueras, conocido como El Ojo, pues la forma que se ha producido en la roca, asemeja a esta parte del cuerpo. Detrás de la chimenea, he tendido el saco, protegido por la pared, fresquito y sobre cemento. Más arriba, las hierbas secas, dan pie al campo. Desde aquí, se divisa gran parte del pueblo y se pueden apreciar los edificios singulares iluminados.He esperado a que los chicos se fueran y sin más, he abierto mi saco y aquí tendido, boca arriba, he aguardado a que la noche me arrullara, vencido por el sueño y el cansancio, que noto metido en mis piernas.El viajero piensa que hizo bien viniéndose por la tarde desde El Berro y en Pliego se siente a gusto. El viajero, que mira una vez más, la ensalada de estrellas sobre el cielo, no echa de menos ninguna cama, con colchón y mesita de noche con reloj. En Pliego ha visto cosas hermosas y ha notado que los chiquillos se le acercaban sin reparos a preguntarle. En la Glorieta, al viajero, le acompañó una comitiva de niños hasta el mismo borde la la plaza, donde sus padres encontraron el límite a su confianza. La Playa Mayor, nocturna e iluminada, con sus casas con fachadas de colores, se le antoja mágica y desierta, justo después, cuando todo está ya en silencio, al cerrar los bares.
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juan carlos -