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feranza

TERCER DÍA: 16 DE AGOSTO.

Bien temprano arriba. Aún lucía la luna y el sol amenazaba con subir por el horizonte. He guardado la cama en la mochila y bajado al pueblo para tomar un café con dulce. Sin más preámbulo, he retomado el camino para aprovechar el frescor mañanero. Voy en pensamientos, paso tras paso, reproduciendo cada uno de los momentos que inundaron la noche, pero al mismo tiempo, intentando dejar todo en su sitio para estar bien expectante ante lo que pueda surgir. Caminando por la carretera, a unos dos kilómetros, he llegado a un cruce que si se toma recto, nos lleva a Alicún de Ortega y si decidimos coger a la derecha, como así hice, nos metemos por una pista en estado irregular, algo asfaltada al principio y poco transitada. Abundan las choperas y los regadios al lado del rio. He pasado por la cortijada Casas Cabrera. He parado a preguntar y continuar. En estas montañas áridas, solo se puede extraer esparto para usos industriales y decorativos. Por lo visto, hay que cogerlo cuando todavía no está seco, sobre mayo o junio. El rio Fardes se junta con el Guadahortuna y el Guadiana Menor, que vienen por arriba, en Valdemanzanos, a donde he llegado casi sin darme cuenta, entre recital y recital de poesías que conservo en la memoria. Son poemas aprendidos de Miguel Hernández, García Lorca, Salinas o Pablo Neruda. Esto me entretiene mucho y como estoy solo le pongo la entonación y volumen que me apetece. Antes de llegar a Valdemanzanos hay que dejar, tambien a la derecha, el cortijo de San Roque. En Valdemanzanos he parado para beber agua, que me ofrecieron con amabilidad y de paso pude preguntar. En este cortijo, ya de relativa importancia, se cultivan frutales y hortalizas. En el almacén hay un frigorífico grande con habas recolectadas, en sacos. Para comercializarlas, les ponen la denominación de origen de Dehesas de Guadix, aunque procedan de aquí. Tambien se cría el espárrago. Un hombre que venía en una moto, poco hablador, me indicó que más adelante, en Cortijos Nuevos hay un bar, pero tomé para Cortijos Nuevos y el bar lo habían cerrado hacía tiempo y solo pude ver un cojunto de casas medio alineadas de lo que antes fué pero que ya se abandonó. Poblados como este me iré encontrando a lo largo del camino en un número que supera lo imaginable. Pueblo abandonados al olvido, como alejados del contacto humano, clavados en el tiempo. Unos hombres que montaban un tejado de chapa ondulada galvanizada con taladros, me dieron agua y me señalaron el camino para salir de allí en dirección Pozo Alcón. Hice una foto de fachada con emparrado, quizá para consolarme. El camino me llevó de nuevo al rio. Y la equivocación me hizo pasar una sed tremenda, mientras caminaba en dirección este con un calor asfixiante hacia las horas del mediodía. Un camión cisterna coge agua del río para regar los árboles plantados recientemente en su orilla. Son fresnos, olmos y otra especie que no recuerdo. El grupo de obreros es de Quesada y hacia ellos he sentido una envidia sana. El caudal del rio no es muy grande, pero camina deprisa hacia el embalse del Negratín. He seguido caminando por el otro margen del Fardes apoyándome en la sombra de una chopera, notando su frescura por un sendero amplio y sin desnivel. Pero luego la cosa ha empeorado notablemente, pues ha continuado una subido en zig zag alucinante, donde debido al esfuerzo y el sudor, he sentido una angustia al borde de la desesperación, cuando me veía sin agua, ni siquiera caliente. No dejo de ascender. Veo un camino a la izquierda, que según me dijeron conduce a Fontanar, pero por desconfianza no he querido cogerlo, así es que he seguido por esta pista principal, caminando en ascensión hasta que el terreno se ha remansado y los cultivos de almendro han comenzado a proliferar. Se ve, a lo lejos, Pozo Alcón. He llegado a un cruce y he optado por tomar a la izquierda. Antes me metí en medio de los terrenos arados, para alcanzar un caserío donde se oía el ruido activo de un motor, pero cual no fué mi sorpresa que allí no vivía nadie. Todas las puertas cerradas. Esfuerzo en vano. He regresado al camino, como digo y tomado el de la izquierda, para enfilar el pueblo con la vista y con el paso. Transcurre el agua silenciosa de un canal. Me he metido dentro, con cuidado de no caerme y me he refrescado la cara. A la izquierda, allá a lo lejos y un poco detrás, se ven las casitas alineadas de Fontanar, pedanía esta de Pozo Alcón, hacia donde me he dirigido. Olivares de regadío con pequeños orificios en las gomas negras que abastecen de líquido el cultivo. He sentido sed en extremo y buscando agua me he desviado en varias ocasiones de mi sendero. Es entonces cuando, dejándome llevar por la necesidad, me he arrastrado, casi literalmente hablando por los terrenos para llegar lo antes posible al pueblo, lo cual no ha hecho sino retrasar aún más mi llegada, pues a veces tenía que volver sobre mis pasos. Ya casi tocando las primeras casas, entre chalés y casas de campo, un chico con su moto me llevó hasta el bar - restaurante La Palmera, donde casi antes de pronunciar cualquier frase de cortesía y saludo, he pedido una jarra de agua lo más grande posible y un vaso y que casi me la bebí enterita. Ya una vez recuperado, jadeante y sudoroso, he vuelto a la normalidad. Salí a los veladores y me quedé un rato en silencio, sentado y callado como sonámbulo. Pedí cervecita con tapa incluida y me puse a comer de lo que traía, recalentado como es lógico, pero bueno a fin de cuentas. Después he ido a tumbarme un poco bajo la sombra de una casa, pero las moscas y el calor no me dejaron apenas conciliar el sueño. Así es que me desperté, recogí la cama y me metí de nuevo en el bar para tomarme un café solo con hielo y ponerme a hablar con dos chicas, una de ellas gallega de Vigo y la otra de allí, que con dieciseis años estaba muy desarrollada para lo normal en su edad y que estaban sentadas fuera. Pasando por la puerta de la iglesia se puede ir a visitar y si es posible, utilizar el lavadero. Es este un lugar singular con agua fresca que no falta y que tiene instalados en ambos lados de la edificación, unos tendederos de ropa sostenidos con palos. Fontanar cuenta con algunas fuentes de buen agua y en cantidad. En el lavadero lavé toda la ropa sucia que llevaba y esto me reconfortó, pues mientras se secaba fuí a darme una ducha refrescante y purificadora bajo un chorro de agua que en forma de codo, sirve para llenar los tanques y cisternas para el regadío de parques y jardines del municipio. El agua está helada, fué todo enjabonarme y enjuagarme de una sola vez y casi a gritos, pero me sentó muy bien y salí renovado. La ropa se secaba bien aprovechando el vientecillo y el calor. Al cabo del rato, ya todo en su sitio y seco, un servidor cambiado de ropa, refrescado y comido, ingredientes para el buen ánimo, salí caminando de nuevo hacia Pozo Alcón, aprovechando las horas últimas de la tarde. Una hora en carretera. Los vehículos pasan a toda prisa, casi desesperados y esto me da un poco de miedo, me sobrecoge. El pueblo de Pozo Alcón , que pertenece a la provincia de Jaen, que solo he entrado en ella ligeramente, es un pueblo grande y próspero, un pueblo de tránsito y comercial. He estado ya varias veces aquí de paso. Me metí por las calles centrales y compré en una tienda de las de antes, tomates, yogures y un puñado de plátanos muy maduros que me los dejaron a menos de la mitad de su precio. Los comí todos, uno detrás de otro junto a una fuente en una placita muy coqueta pero afeada por los coches. Unos niños, preguntones, me están agobiando y una mujer, madre de uno de ellos, que se llama Rocío y que es natural de la Línea de la Concepción, hace punto de cruz, grabando por encargo, el escudo del Real Madrid. Oscurece, me tomo la cerveza de rigor en un bar que da a una avenida amplia y donde me colocaron el sello en el cuaderno. El bar se llama café bar restaurante “ José León Pescador “, Plaza del Ayuntamiento nº 18. La señora piensa que algún día podría hacer famoso a su establecimiento si se hace notar en mi cuaderno. Yo pienso que ha sido un poco ilusa y que ve demasiadas series televisivas, pero por mí que no quede. He dado paseos por el pueblo. En una fuente, bebiendo agua, he confundido a un niño con melena que se llama Antonio, con una niña. He chico ha replicado: “ - ¡ Soy un hombre! “. Desde entonces no se lo he negado. Bebí agua en una fuente con dos caños, una fuente que tiene una alberquita al lado y donde se sientan, quizá atraidas por su frescura, unas chicas con pinta de gitanas, morenas y brillantes. Pozo Alcón se asemeja, en los lugares céntricos, a una ciudad pequeña, con tráfico y semáforos. He dejado la mochila en el bar, escondida detrás de la puerta y he dado una vuelta por las avenidas y las terrazas. Me he metido en un disco-bar donde se reúnen chavales y el camarero tarda en atenderte y cuando lo hace es de malos modos, como desganado. Por las calles del pueblo, en busca de un lugar donde echarme a dormir. Una viejita que vive en una casa de la calle Nuestra Señora de Tiscar me ofreció repelente de mosquitos, pues le comenté que dormiría cerca, como así hice, al final de la rampa de subida a la puerta de urgencias del centro médico. Cuando volví, la puerta de la señora estaba cerrada y no pudo darme el repelente. Casi me alegré. Dormir en la puerta de urgencias es un riesgo pues se pueden presentar a lo largo de la noche, como así sucedió, casos urgentes. Elegí este sitio por su ubicación en un lugar apartado del bullicio y fresco por su situación elevada. Pude arroparme con el saco, utilizando como siempre la mochila de almohada sobre la que colocaba una toalla pequeña, para mayor comodidad. La luna, aún llena, se escondía a ratos tras las ramas de un árbol. La puerta de urgencias fué golpeada varias veces a lo largo de la noche. En una de ellas, un hombre al que al parecer habían golpeado, pedía ayuda a los médicos. Todo eran voces. Me desvelé sin saber que pasaba, pero luego me enteré de todo. Por lo visto le habían dado una paliza de vértigo y su compañero le exigía que callase todo lo que había pasado.

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