Recibí tu alegría en el frontón. El viernes, con los árboles amarillos y el aire fresquito de otoño aún seco, llegué desde Sevilla para abrir mis brazos a tu carrera. Estabas con Maite, sus gafas de sol, su delgadez, su pronto serio.... Nos fuimos a volar al columpio y a recoger alguna piña pequeña abandonada sobre la hierba. Mamá está de viaje en Barcelona y hemos pasado gran parte del fin de semana juntos y solos. Hemos ido a casa y he procurado seguirte en el juego. Una cena pequeña, un sueño que te cuesta conciliar, el relajante biberón, que prefieres que te lo dé yo. El sábado por la mañana , nada más levantarnos, baño y a jugar un poquito con el tren de madera, las vías imposibles, los descarrilamientos frecuentes... Hace un día de sol, un día de esos de otoño que apetece ir dando paseos y más paseos. Por la tarde, tras una siesta excesiva, fuimos a Losar. En la garganta de Cuartos, he sido muy feliz viendo como arrojabas piedras gordotas sobre el agua bajo el puente y mientras, sentado en una piedra granítica enorme, te observaba y observaba el horizonte de bosque, de agua, de piedras y el puente. Todo ello y tú juntamente, en una armonía perfecta. Solos o casi solitarios en el entorno, hemos ido hacia el molino de piedra derruido, bajo la madreselva húmeda y sobre los pedregales. Yo te cogía en brazos e íbamos saltando de piedra en piedra hasta la otra orilla. Caía la tarde, tirabas piedras, encontramos un columpio. Te dije que los niños en el campo y por la noche, se pierden si van solitos. Y esto se te quedó grabado y lo repetías cuando podías. Verte así, niño mio, hablando casi de todo en ese mundo mitad de sueño, es recordar. La despedida cierta del domingo: bajas la mirada sobre la cama y me preguntas : Por qué ?. por qué me voy a Sevilla ?. Prefiero dejarte con un beso al aire y una sonrisa en tus labios. Pero al cerrar la puerta se me queda grabada esa pregunta y ese beso que devuelves deprisa.
lunes 22 de octubre de 2007
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