Blogia
feranza

Bajo el puente

Ha comenzado a hacer calor. Ese calor que aviva las moscas, que llena de polen los caminos, que madura las flores, que da protagonismo al agua y a las sombras.

De nuevo estoy en Jarandilla contigo. Al llegar a casa me recibiste con sorpresa y eso me gustó. Te lanzaste a mis brazos y me llenaste de alegría. Por un beso tuyo, un mundo: ¡ No sé qué daría yo por un beso!. Luego estuvimos en el frontón, junto al parque. Ahora ya sabes montar en bici y es más, sin ruedines y en perfecto equilibrio, pedaleando haciendo círculos en la pista de cemento. El jueves y gracias a la paciencia de Paloma, la madre de Enrique, pudiste manejar la bici y aprender algo tan hermoso como es montar en este artilugio que a mí, a tu padre, le ha traído innumerables sensaciones , disfrute y aventuras. De hecho, fué mi primer vehículo, un medio de transporte en mi adolescencia para escapar por aquellas carreteras mal asfaltadas, a los pueblos , los domingos por la mañana, con una barra de chocolate casero y unos churros liados en papel. Pasaba los días enteritos, hasta que caía la tarde, de un pueblo a otro, pedaleando, recorriendo kilómetros en solitario y luego, orgulloso, paraba a repostar bajo la sombra de algún eucalipto o al lado de un lugar singular, un puente, algún roquedal, un camino poco transitado, al margen de la carretera, para mirar la bici a cierta distancia y así, quedándome perplejo admirando su maravilloso y mágico mecanismo, sentirme feliz de poder llegar hasta aquel confín con tan rudimentario medio. Esto me hacía tomar aire, respirar profundo, sentirme bien con mi soledad, sacarle provecho a los fines de semana y cultivar eso que hoy en día, forma el eje transversal de mi vida: la vida en solitario. Bueno, pues te he visto a bordo de tu pequeña bici blanca y azul que mamá te compró hace ya bastante tiempo y que tenías medio arrinconada por no usar.

El viernes, como tantos otros, juegas con Enrique y cada vez, el vínculo es mayor entre esta familia y nosotros. De hecho, vino Enrique a tu casa a dormir contigo y el sábado, a la hora de la siesta, fuimos a Losar. El sábado por la mañana subimos a El Guijo, para el mercadillo de Viriato, con Raúl y Quique, en su coche. Allí dimos una vuelta y luego llegó mamá y Paloma. Bajamos a un chiringuito del Puente a comer. Al lado, el bosque de galería muestra sus más bellos momentos de la primavera. El agua corre con ruido, todo está exhuberante. En el mercadillo huele a queso curado y la gente recorre los puestos de artesanía y bisutería. He comprado un bote de arrope de calabaza de un kilo .

En la cama grande os veo a los dos dormir, aunque trabajito costó que os quedárais así, pues antes, hablando, jugando y yo, en el sofá, ya con mis cuarenta años y que no estoy para ruidos, mosqueado, llamándoros la atención. Te veo desnudo y noto tus pisadas trasteando en el baño y cogiendo una esponja. Te veo trastear por la ducha, saltar en la cama, el último en quedarte relajado.

El domingo, Minerva, ha ido en bici a Valfrío, por el camino que une este paraje con Jarandilla. Allí se ha organizado una quedada con padres y familiares. Hemos llegado por Cuacos nosotros con el coche de mamá. Y desde ese lugar, a pié hasta puente Jaranda, con Ñoño de monitor. Apetece el baño y hace un calor agotador, pero no he querido que te metieras en el agua bajo el puente , pues no tengo para secarte. Otros niños se han metido, pero bueno, te has resignado y te veo quietecito con tu gorra, sobre una roca. Trepas la empinada cuesta con suma facilidad y luego, cuando pensábamos que íbamos a comer allí, os he traído a casa y has comido con Quique y mamá. Por la tarde fuimos a la garganta Parral y os dísteis un buen baño. Yo llené un cubo con agua para regar los arbolitos y de paso os dí un buen remojón. Vosotros corríais por el filo de la parte de cemento y yo iba detrás, descargando el contenido en vuestros cuerpos. ¡ qué maravilla, qué ingenuidad y sobre todo, qué juego tan sincero !.

Te veo, después del remojón, tumbarte sobre una gran roca al sol, con tu cuerpo musculoso, fibroso, ese pequeño bañador color carne y boca abajo sobre la piedra.Me hace mucha gracia verte así, relajado, gozoso de estar allí. Cuando me iba a Badajoz, te abracé. LLegó mamá, te dí el último abrazo. Desde el agua me dijiste: ¿donde vas, Papá?. Yo te contesté que a Badajoz y justo en el momento que nos abrazábamos, tu cuerpo mojado y mi espalda sudorosa, me dijiste : ¡ gracias, papá , por estar conmigo ! Uf.  No te puedo ni contar lo que sentí con eso, con esas palabras, con esa mirada, con notar tu cuerpo tan cerca, con la calidez de tu abrazo mojado . Cuando seas mayor y tengas un niño, lo sabrás.

0 comentarios