En el tren a Cáceres
He llegado un fin de semana más para estar contigo. Pasamos la noche del viernes en El Gante, como viene siendo costumbre, con Victor y Mari. Hacemos una familia los cuatro y tú, el centro de unión. Juegas en la puerta y por la Plaza de Soledad Vega Ortiz, con Quique y la hija de la cocinera, que se llama Ílam y que es un poco mayor que tú. Sois unos cachorritos sedientos de juego, de actividad, de risas, de escondite. Salgo a la puerta y corro detrás de vosotros. Reís, os caéis, buscáis escondite. Te cojo y te levanto del suelo y tropezamos y corremos. Te doy vueltas con tus brazos extendidos y te mareas y te caes.
El sábado, algo lluvioso y con tiempo inestable, hemos ido a Plasencia con el coche de mamá, para coger el tren que sale a la una para Cáceres. En la estación recorremos los andenes y hago fotos. Estamos los dos allí y me preguntas cosas, me preguntas por cifras, por números , por cantidades que ves escritas junto a los raíles. Al fin, ha llegado el tren, uno de esos más antiguos y nos hemos subido para contemplar el paisaje por la ventana y disfrutar del viaje. Me siente frente a tí, al lado de la ventana y vamos viendo la naturaleza, los animales, las vacas correr, los embalses, los puentes antiguos en ruinas, el encinar, la hierba mojada. Miras por la ventana y a ratos juegas con la nintendo. Te fotografío en blanco y negro, como si quisiera dejarte para siempre en esta edad, en este recuerdo petrificado. Al rato, te cansas y te subes en los bancos. Te riño un poquito, no mucho. Hemos bajado en Cáceres y por la Avenida de Alemania buscamos un lugar para comer. Apenas hay tiempo para la estancia y encontramos un lugar cercano: Restaurante El Aljibe. Nada más llegar al comedor, te has despitado a conciencia jugando al escondite. Ahora lo pienso y me parece una travesura sin importancia, más bien, algo tierno, algo infantil, algo incluso maravilloso, pero en aquel momento he sentido inquietud, con miedo a que pudiera pasarte algo y al subir las escaleras de los servicios, después de llamarte algunas veces gritándote sin respuesta, te he encontrado escondido en un rincón al lado de los aseos. Tan nervioso estaba que te he dado una guantada y hemos comido al principio con tu enfado a cuestas. Luego se te ha ido pasando y hemos terminado de almorzar y de postre un helado de vainilla. Luego, hemos vuelto sobre nuestros pasos, haciéndonos fotos en una zona ajardinada con flores y de nuevo el tren de vuelta. Este es más moderno y hemos llegado a Plasencia en una hora. Desde allí al cine. Hemos visto una peli sobre ardillas bailarinas. Hemos comido palomitas y te he puesto un alzador para que pudieras ver mejor. A ratos te he cogido sobre mis piernas. Luego hemos ido a Carrefour para hacer compra a mamá. Has ido echando golosinas, una bolsa de gominolas, de lacasitos en el carrito, que luego, al final , he dejado al lado de la caja. Te he comprado una bolsa de pequeños helados que te comiste la mitad. El viaje de vuelta entre niebla y lluvia. Me ha gustado el día, hemos compartido.
El domingo salimos a la finca por la mañana. Mientras podo los frutales, te entretienes en quemar cartón , sin mucho éxito y luego en dar tijeretazos a todo lo que pillas. Nos ponemos de agua y humedad perdidos. Hemos dejado la finca y caminado hacia abajo, hacia la garganta, atravesando terrenos para el cultivo del tabaco. Allí, se te han salido las botas de goma en varias ocasiones y tus pies están ahora mojados. Cuando te doy vueltas te ha sucedido lo mismo y tu calzado ha salido despedido por la fuerza centrífuga. Te ries, pero yo estoy un poco preocupado. Hemos caminado entre los alisos y las zarzas entre piedras al lado del agua de la garganta. Tienes bastante habilidad para manejarte en estos terrenos. Hemos vuelto a casa para comer. Por la tarde estuvimos en el frontón y cuando encontraste allí a Quique te alegraste y jugaste con él.
Por la noche, en el viaje a Badajoz, se me paró el coche en la carretera de Romangordo, antes del túnel de Miravete y con la grúa volví de nuevo a Losar. El lunes estuve allí , en mi piso, esperando la reparación. Al final, un fallo en el aforador no dejó funcionar la aguja del marcador de combustible y tras desmontar otras partes del coche, se dió con la clave: faltaba gasóil. La broma me costó 135 euros pero al menos pude verte por la tarde en el polideportivo , jugar al fútbol con tu camiseta anaranjada del Barca y luego en el cumple de Manuel.
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