En Trujillo, antes de irte a Rumanía
Hola mi niño, que tal estás?. Ayer por la tarde viajé en medio del calor de verano, para ir a recoger a Chicho a Trujillo, donde mamá y tú habíais llegado en coche desde Jarandilla. Esta mañana estarás viajando a Madrid, en este momento, para luego coger el avión a Budapest y pasar unos días en Rumanía con los tíos y abuelos.
LLegué a Trujillo antes que vosotros y en medio de la plaza os esperé, refugiado en el café del restaurante pensión Nuria. Eran más de las siete y me extrañaba que no hubiérais llegado ya, máxime cuando hacía unos veinte minutos que llamé a mamá por teléfono y me dijo que estábais a veinte kilómetros de allí. El caso es que me entretuve haciendo fotos de la zona monumental y dando un paseo. Las calles empedradas de Trujillo llaman la atención. Sus edificios con historia también, como no. Dejé el coche pasando el arco de Santiago, en una calleja sin salida.
Te ví a cierta distancia, al lado de la estatua de Pizarro. Los tres, mamá , Chicho y tú. Mamá estaba molesta porque había tenido que esperarme y yo no lo sabía. El caso es que trataba de darle explicaciones, cuando te veía allá abajo esperando un abrazo. Te cogí en brazos, te alegró verme, abriste los brazos de par en par como el mar, para subirte. Te cortaste el pelo, yo también. Fuimos así hasta una tienda. Gritabas: "- Papi, papi". Luego, empezaste a toquetearlo todo: las figuras, las gorras con la bandera de España, unos timbales...Te llamó la atención un esqueleto de plástico con los brazos detrás, justo como tú los pones cuando duermes. Fuimos a tomar algo, tu helado, tus cromos de Ben 10, tu inquietud, tu sonrisa, tus travesuras... Mamá se enfadaba. Luchamos soplando uno frente al otro. Tú me echabas, con tu aire, difuminado el helado de hielo de color verde. Nos reíamos.. Subimos las callejuelas y bajamos para llegar al coche. Luego, con él, nos acercamos a donde estaba el mío aparcado para hacer el trasvase de enseres y al propio Chicho que quedó en mi custodia durante estas dos semanas. Mamá se despide de él, se monta en el coche, tras colocarte en el asiento de atrás, en tu silla. De pronto, doy la vuelta para despedirme de tí y te veo inundado en la humedad de tus lágrimas. Uf !, qué dolor más tremendo recorrió mi alma desde la garganta y me taponó de pronto la respiración !. No supe qué decirte y para consolarme al menos, te pedí que me trajeras una hoja de un árbol de Rumanía. No cesabas tu desconsuelo pero quise que nos agarráramos juntos a esta balsa de esperanza. Te abracé, te besé, salí medio llorando y me fuí. Luego, ya los dos en el coche, cada uno en el suyo, nos miramos por última vez esbozando una sonrisa.
Talavera, 31 de julio de 2009
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