Tarde de mayo en mi habitación
Entra un airecito cálido, ligéramente cálido. Estoy solo, sentado en mi habitación y con la ventana abierta. En el silencio de la tarde miro a los edicios y los jardines que se posaron inmóviles desde que llegué aquí, para brindarme ese cuadro ambiguo, cotidiano. Es un cuadro permanente y vivo, pero inmóvil dentro de su presente estacional continuado. Este cuadro es la ventana, lo que veo por ella. En la vida se nos aparecen cuadros así, son cuadros con vida, pero cuadros al fin y al cabo. Transitamos, nos levantamos, nos movemos, salimos, entramos, viajamos, pero siempre volvemos a ese cuadro que durante un período de nuestra vida conforma la decoración de nuestra existencia.
Ahora el cuadro es un trozo de jardín, un árbol que acaricia con sus ramas la fachada de mi habitación y unos edificios blancos. Es una instalación militar como un pueblo. Y absorto a ratitos, respiro despacio y dejo fluir esta escena dentro de mí como un río manso. Dejo que ese airecito me acaricie y me traiga bondad, paz, serenidad. Y lo hace desde el filtro de los cultivos que ya arrancan a crecer, desde el espigado tronco de los maices, desde las hierbecitas medio secas, desde esta tarde quieta, quieta, desde esta mirada perdida.
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