SÉPTIMO DÍA: 21 DE AGOSTO DE 2001
Esta mañana me la he tomado con tranquilidad y hasta casi las diez no he puesto pie en tierra. He ido a desayunar a la plaza del Cardenal Belluga, en el número seis, donde se encuentra la cafetería “ Il café di Roma “. Tostada con tomate y aceite y café con leche. En la terraza desayuno y escribo estas notas, frente a la catedral. Hace calor, bochorno. A mi derecha, el Palacio Episcopal, un edificio rojizo, descolorido, de tres plantas. Pasan los viandantes, no hay mucho tránsito por la calle. El viajero se siente cansado, decaido, dolorido y con pocos ánimos para andar. El viajero se merece un descanso, esperando la hora de colocarse de nuevo su mochila.
He llevado mi móvil a una tienda de telefonía movistar que hay cerca de la Iglesia del Carmen y lo he dejado allí recargándose, pues en el hostal algo fallaba y me resultó imposible. Mientras, fuí dando un paseo hasta el Centro de Salud para que me dieran yodo en la herida de la espalda, la que me hice en la fuente de Los Baños de Mula. En medio del laberinto de médicos y pacientes, al final me ayudó una chica que se llama Rita y que estaba en la recepción. Camino por las calles del centro hasta la Plaza de Santo Domingo, donde me comí dos melocotones que compré en una tienda cercana y al poco rato, después de deambular sin rumbo por las callejuelas céntricas, volví a por mi aparato, tomé por la avenida Infante Juan Manuel, al lado del río, de escasa profundidad y donde solo navegan los patos, crucé como digo el Puente de Vistabella y la Avenida 1º de Mayo, para tomar al final la carretera de Puente Tocinos. He pasado al lado del ventorrillo “Peñas Güertanas” y continuado por la derecha por la Avenida de Juana Jugán.
En Puente Tocinos, pueblo ambientado y comercial, nos encontramos un cartel a la entrada del pueblo : “ Puente Tocinos, Cuna del Belén” y después, siguiendo por la travesía pasamos delante de la Avenida Miguel Indurain y Plaza Miguel Ángel Blanco, de reciente construcción. En el pueblo me he desviado para entrar en la pastelería confitería “Crystán” para comerme un dulce relleno de bonito, pimienta y otros ingredientes. La chica, que lleva el establecimiento se llama Carolina y es despierta y simpática. Vuelvo de nuevo a la calle central, eje del pueblo. A la izquierda, un poco más adelante, se encuentra la Capilla de Nuestra Señora de los Remedios y al salir del pueblo, alegra el paso el olor de las damas de noche que presiden la huerta. Son terrenos de limoneros en su mayoría, donde se puede ver la fruta aún pequeña y verde, confundiendo su color con el de las hojas.Pasando Puente Tocinos, he llegado a Llano de Brujas. Las casas se apiñan a ambos lados de la carretera. He entrado en un supermercado para comprar unos plátanos y un yogur gigante, de medio kilo. Me he sentado en un banco a la sombra para comer. Siguiendo la carretera y pasando el cruce de La Cueva, caminando por la acera, refugiándome de vez en cuando en la sombra esporádica de las moreras, he entrado en la finca “Los Zapatas”. Dos hombres, una bicicleta con más de sesenta años, cerdos, animales de pico ( aves ), limoneros y agua para el viajero, que se refresca en un cubo. Es agua extraída por un motor eléctrico. Parece una escena de mitad de siglo. Los hombres, campesinos, curtidos al sol, se lavan en una palangana. Visten ropas andrajosas, sin color y tienen el rostro señalado por el sol y la tierra. Hay aperos de labranza y olor a cerdo. Quizá por todo ello me ha gustado estar aquí. Entre la conversación, me cuentan estos señores que antiguamente el Segura daba abundante agua que hasta se podía beber. Ha pasado de igual modo con otros muchos ríos. Hace doce años de la última crecida del río llegando a desbordarse. Desde entonces no ha caído ni gota. He llegado a Santa Cruz: “ Santa Cruz Aurora, Sericícola y Agrícola”. Por todo el acerado se van sucediendo bancos para sentarse pintados en verde, llenos de polvo de no usarse quizá. En un nuevo cruce, a la izquierda podemos ir a Cabecicos, a la derecha Rincón de San Antón. He continuado recto. Al lado de la iglesia de Santa Cruz, he parado sobre un banco a descansar un poco. Hay una plazoleta con una fuente, he pulsado y ha salido un chorrito pequeño, ridículo.La escasez de agua merma el entusiasmo del caminante, que básicamente debe a este elemento su sueño. Si el agua es esencial para todo, para el viajero se convierte en imprescindible. Y no sólo por atajar la necesidad física de sed, sino además porque constituye soporte para la autonomía que imprime la existencia nómada.
He tomado el cruce a la izquierda para El Real y Beniel. Si hubiera decidido ir a la derecha, hubiera llegado a Alqueras. Hay que elegir y en cada cruce hay escondida una renuncia, una muerte premeditada de algo que no ha llegado a nacer. En la carretera de Beniel, he parado en la cafetería Rosarito: “Bar Rosarito, especialidades: pollo y cordero a la brasa, cabezas y piernas de cabrito al horno, pollos a’last. Santa Cruz ( Murcia )”. En los estuches de azúcar se puede leer esta publicidad. Tambien hay dibujados un cordero y un gallo. Sobre una mesa de la que he tenido que recoger parte de los servicios, el viajero toma estas notas. Enfrente mía hay tres individuos que hablan de viajes. Uno de ellos ha nombrado Las Alpujarras como lugar maravilloso y no le falta razón. Me han dado ganas de volver.
El viajero siente el valor de su tierra, en la que no suele faltar ni el agua ni los bancos para dormir y al mismo tiempo, siente ganas de dejarlo todo y sobrevolar en sueño aquellos parajes y luego sufrirlos, sentirlos, sudarlos. Quizá se da cuenta que los caminos, como dijo el poeta, transcurren por el mar, como estelas.
Durante el camino hasta aquí, aunque algo dolorido, ha transcurrido con normalidad, sin sobresaltos, que tambien es de agradecer. Mis pies se resienten, pero aguantan. Son casi las cinco menos cuarto de la tarde y se está bien en este lugar, envuelto en la atmósfera acondicionada del local, dejando que se vayan las horas inquisidoras del mediodía. Por la ventana, se contempla sin bochorno la Sierra de Orihuela y desde aquí puedo verla como en una postal o una diapositiva sin desmayarme, sin levantar desde mi frente ni una gota de sudor.
La carretera curte, desmoraliza y el viajero se deja ir simplemente, teniendo cuidado de que no se lo lleve algún coche por delante. La carretera es peso, peso seco y desafiante, en bruto, es como ir buscando el cielo en las cenizas del infierno y no morir aplastado. El viajero sueña con ir recorriendo los kilómetros que le separan de Orihuela y sueña, sueña mucho, se alimenta de sueños.He salido de la cafetería pasadas las cinco de la tarde. Llegando a un cruce queda a la izquierda Santomera; El Real en linea recta y a la derecha, Alquerías y Beniel. He continuado hacia El Real. Sobre los acerados s ven a cada paso, los tornillos de acero que levantan las compuertas para el riego. He pasado delante de la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores en la plaza del Padre Isidoro y de paso, me he refrescado a duras penas en una fuente con pulsador que echa agua con mucha presión, pero que dura muy poquito. Tras la persiana, en una ventana, lee una anciana; me he acercado por curiosidad con la escusa de preguntar algo. Lee con apasionamiento la historia de la Madre Teresa de Calcuta y es para ella una historia muy interesante. Más adelante, un cruce a la derecha nos lleva a Beniel, a un kilómetro. Justo en la esquina, hay una furgoneta que lleva dulces y granizadas para la venta ambulante. La vendedora se llama Alicia y le he dedicado algunas palabras que han llegado a sofocarla. Me he comido un dulce con crema y una granizada de horchata con almendra. Al dulce le llaman “pepito”. He caminado con el vaso de horchata donde ya solo quedaba el hielo, hasta que encontré un contenedor. Voy caminando por la Vereda de la Torre hasta La Basca, donde unos campesinos y justo antes de entrar al pueblo, siembran patatas, que van cogiendo cortadas por la mitad de una caja. He pasado un puente de hierro sobre el Segura. Son las seis y media de la tarde. En La Basca y por la calle del Caballito, llegamos a Beniel, último pueblo de Murcia, que tambien tiene historia que contar: “ Sus orígenes se remontan a la dominación árabe (origen del topónimo) y en concreto a los siglos IX y X, como consecuencia de la colonización de la depresión prelitoral murciana. Su situación geográfica posibilitará el asentamiento de tribus poderosas que controlaban la Cora de Todmir; sin embargo, hacia 1300 no era más que una alquería en torno a la cual existía un pequeño núcleo de población que vivía de la caza y de la pesca que proporcionaba el marjal. La reconquista cristiana trajo consigo una huida de la población autóctona y un retroceso demográfico, que no fue paliado por los nuevos colonizadores, quienes prefirieron asentarse en torno a los núcleos urbanos de importancia, por lo que las tierras marginales se abandonaron o quedaron en manos de mudéjares. Entre las alquerías más orientales que Alfonso X concedió al Obispado de Cartagena en 1250 no se cita a Beniel, señal inequívoca de la desaparición de la alquería.
Hasta 1266, tras el fracaso de la rebelión mudéjar y la reconquista efectiva de Alfonso X, se procedió al reparto de tierras, según Torres Fontes, 500 tahullas entre 104 pobladores, aunque la zona continuó despoblada. De otro lado, la situación geográfica del municipio hizo que en él se instalaran los mojones que separaban la zona aragonesa de la castellana, según la sentencia arbitral de Torrellas de 1304 y su ratificación en Elche, un año después. La división de las zonas de conquista castellana y aragonesa no satisfizo a ninguna de las partes por lo que los pleitos fueron continuos, además de suscitar numerosos incidentes fronterizos. En 1320, dos comisiones designadas por los concejos de Murcia y Orihuela, reunidas en Beniel, acordaron los límites definitivos de la zona cruzada por el río, la más productiva, no llegándose a ningún acuerdo con respecto a las tierras despobladas del Segura.
A finales del siglo XV, Beniel se convierte en punto de disputa de agricultores y ganaderos. Los primeros pretendían amojonar las tierras, hasta entonces marjales y dehesas y ponerlas en cultivo; los segundos, representantes de las oligarquías y de la nobleza murciana, de base económica ganadera, se oponían a la restricción de los pastizales frente a la necesidad de extender los cultivos, como consecuencia de la presión demográfica derivada de la reconquista. El pleito, planteado ante los Reyes Católicos, no favoreció a los agricultores y las tierras en litigio fueron adquiridas por el caballero murciano Gil Rodríguez de Junterón, quién fundó vínculo y mayorazgo, quedando la familia Junterón vinculada al proceso histórico del municipio, que en virtud de herencias fue creciendo, aunque continuaba siendo un lugar inhóspito de aguas estancadas que imposibilitaría a los colonos cumplir con sus obligaciones de censos enfitéuticos contraídos con la familia Junterón; de esta manera, en el censo de 1587 sólo se registraron 18 vecinos.En los primeros años del siglo XVII Felipe II concedió a la familia jurisdicción civil y criminal, quedando separada de la jurisdicción de Murcia, lo que permitió atraer a nuevos colonos. El gran impulso llegó de la mano de Gil Francisco de Junterón, quién de acuerdo con la marquesa de Rafal reabrió el azarbe mayor de Cinco Alquerías, lo que permitió regar amplios espacios hasta entonces inservibles para el cultivo; ello produjo un incremento demográfico de la zona, si bien las continuas riadas fueron un obstáculo considerable para el desarrollo de la comunidad. Por Real Cédula de 9 de Septiembre de 1709, a petición de Gil Francisco de Molina y Junterón, señor de Beniel y regidor perpetuo del Consejo murciano, y a instancias del cardenal Belluga, le fue concedido marquesado de Beniel, iniciando una ardua labor de desecación que culminó positivamente, lo que aumentó la población a más de un millar de habitantes que vivía de la agricultura y del negocio de la seda. La pujanza de las tierras del marquesado impulsó al segundo marqués, en 1725, a demandar a los colonos, declarando nulos los contratos de censos enfitéuticos, consiguiendo que la sentencia le fuera favorable en noviembre de 1730 y ratificada en 1751 por Real Decreto se le confirmó al marqués "la jurisdicción civil y criminal con mero y mixto imperio".
El siglo XVIII será un momento de incremento en las variables, doblándose la población que en 1768 se cifraba en 2.344 habitantes. Será a lo largo de esta centuria cuando se inicie un retroceso, y en agosto de 1812, las Cortes de Cádiz abolieron el señorío de los Molina-Junterones, permitiendo el acceso a la propiedad de arrendatarios y colonos. Vilar y Arnaldos han señalado las causas de este largo proceso de estancamiento: la concentración de las mejores fincas en pocas manos, la grave crisis del sector sedero, la insuficiencia de capitales para potenciar una agricultura moderna, la convivencia del minifundio con la gran propiedad explotada a base de su parcelación convencional entre grupos de arrendatarios, así como las epidemias, inundaciones y sequías. Asimismo, coadyuvaron a este estancamiento los efectos de la guerra de la Independencia, los enfrentamientos entre absolutistas y liberales, las correrías de las partidas carlistas y los sucesos del Sexenio Democrático. Como consecuencia de este retroceso se disparó la corriente emigratoria hacia las cuencas mineras de Almagrere, Cartagena y hacia Argelia. La despoblación ocasionó problemas financieros al municipio que imposibilitaba su permanencia como entidad municipal autónoma. Fracasada la anexión de Zeneta y Alquerías, se solicitó la extinción del Ayuntamiento y su incorporación al término capitalino, solicitud ratificada en 1877, si bien Murcia solamente accedía a la anexión siempre y cuando el municipio de Beniel liquidase todas sus deudas con la hacienda pública y con todos sus acreedores. Nuevos intentos se produjeron en 1884 y en 1886, e incluso se obtuvo el informe favorable del Consejo de Estado y la aprobación de la regente, pero contando siempre con la oposición del consistorio murciano que reiteraba una y otra vez sus argumentos económicos en contra”
En una ventana hay colgado un cartel: “ No podemos respirar, el Segura nos va a matar “. Al final de una avenida con banderitas sobre la calle, he tomado a la derecha, pasando por la estación de tren y me he metido en el pueblo, que justo en estos días, celebra las fiestas de San Bartolomé. Hay por ello, una representación teatral en la plaza de Ramón y Cajal, un espectáculo para niños promocionado por la marca de helados Frigo y que cuenta historias de helados para los más pequeños. Me he metido por las calles hasta la plaza de San Antonio y de paso me he refrescado en una fuente.El viajero ha pensado durante algún tiempo, en quedarse allí a pasar la noche y se ha imaginado bailando frente a la orquesta, bebiendo cerveza hasta la madrugada y luego, ir a tumbarse sobre un banco para descansar al lado de su mochila. El viajero se ha imaginado conquistando el alma de una señorita solitaria y aventurera, al son de música caribeña y esto la ha llevado inevitablemente al deseo de dejar pasar las horas hasta la noche. Pero al final, ha notado que su sueño se deshacía sin saber bien porqué, como el humo en el aire y se ha puesto a caminar en dirección a Orihuela.Antes, he entrado en la iglesia parroquial del apóstol San Bartolomé, de estilo barroco del siglo XVIII ( 1728 - 1734 ). Sobre este templo he podido recoger la siguiente información: “Su planta es de cruz latina, construida entre los años 1725 y 1734, posiblemente siguiendo trazas del arquitecto jerónimo Fray Antonio de San José. El cardenal Luis Belluga dio su permiso para construirla siendo párroco Francisco Ruiz Amoraga. Consta de nave única de 3 tramos, cubierta con bóveda de cañón sobre lunetos y flanqueada por capillas laterales comunicadas entre sí; sobre el crucero se levanta la cúpula. Su decoración, basándose en molduras que separan los plementos, cuya superficie interior aparece cubierta con gráciles motivos florales, los mismos que enmarcan los balcones, hace de ella una de las más hermosas de todo el barroco murciano. Años después de terminada la iglesia se abrió una gran capilla adosada al crucero, dedicada a Nuestra Señora del Rosario.” En el interior he tenido la oportunidad de oir un poco de música grabada de órgano mientras extendía sobre el respaldo de un banco, mis mapas magreados.Por la Avenida del Reino, he tomado la carretera a Orihuela, de la que me separan unos siete kilómetros. El límite con la provincia de Alicante se encuentra en “Los Mojones del Reino” o comúnmente llamados “Los Pinochos” y que son dos monolitos, obra civil ejecutada a mediados del siglo XV para separar los antiguos Reinos de Murcia y Valencia, levantados en piedra caliza tallada en bloques que se disponen configurando una pirámide que se levanta sobre una base cúbica de la misma piedra. Los dos hitos son semejantes y situados paralelamente en cada una de las orillas de la avenida. Su función continúa siendo la de marcar el límite geográfico entre la Comunidad Murciana y la Valenciana.Los mojones han sufrido las inclemencias del paso del tiempo, por lo que han tenido que ser restaurados algunas veces. La última fue a finales de la década de los noventa. Son el símbolo más paradigmático del municipio y con los que los vecinos se sienten más identificados. He seguido la carretera C.V. 915 y nada más salir se van viento plantaciones de limoneros y terrenos inundados para el cultivo. La vía se estrecha y carece de arcén; hay arreglos de mejora del firme y resulta complicado caminar. Cae la tarde sobre los Montes de Orihuela y he llegado al poblado de Los Desamparados por la travesía Avenida de Liorna y desde allí a un paso ya, Orihuela, ciudad de importancia considerable, donde se ven edificios por todos lados.El viajero ha notado por dentro que terminaba su viaje y que se sentía moderadamente satisfecho con lo que había visto y andado y de paso ha estado pensando un título para este viaje creyéndolo encontrar en lo que considera un resúmen de lo acontecido, una frase que define el principio y el final de su ruta: “Vélez hacia la cuna de Miguel Hernández”, acordándose de este poeta tan especial para él.
Cae el Sol, se oculta en el momento en que he hecho una foto al horizonte. Al entrar por la ciudad, he pregundado por una pensión y he ido a alojarme a la pensión Versalles, en la calle San Cristóbal. La señora que está al cargo de los huéspedes es una mujer mayor que apenas puede andar. Me ha ofrecido una habitación que no está preparada, que no han hecho limpieza desde el último cliente, pero que he aceptado con algo de descuento. Es la número 5 y creo que dentro del saco sobre el colchón no estaré mal, además tiene terraza al exterior desde la que se puede apreciar la montaña y la torre de la iglesia de Santa Justa y Rufina, iluminada por la noche. Huele a ocupación reciente, a humanidad y he quitado los postigos de aluminio de las ventanas para ventilar bien; después me he duchado y he salido para dar una vuelta.Al pasar delante de la casa de aquella primera gente que conocí a la llegada a Orihuela en la calle Luis de Rojas, he parado un rato para charlar con Antonio Alcaraz. Este señor conserva en su poder una importante biografía con imágenes de Miguel Hernández, que me ha mostrado desinteresadamente, haciendo alardes de su hospitalidad y cordialidad. Además, a Antonio le gusta coleccionar objetos diversos y bastones de caña de bambú que guarda celosamente. Tiene cuadros y fotos.
He ido a llamar a Beti por teléfono y luego me he tomado una cerveza en la Plaza Nueva.
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