DESDE LOS VELEZ HACIA LA CUNA DE MIGUEL HERNANDEZ. 2001
PRIMER DÍA: 15 DE AGOSTO DE 2001
El punto de partida de este viaje, como de tantos otros, lo sitúo en el nacimiento del camino, aunque más bien habría que decir, en la orilla de este rio que ahora me dispongo a navegar.
Desde Sevilla he ido en coche por la autovía A-92 hasta Vélez Rubio, en la provincia de Almería y luego Vélez Blanco, a unos seis o siete kilómetros. Por la noche me quedé a dormir en el camping “ Pinar del Rey “, rodeado de pinares y de un viento sobrecogedor con algo de lluvia. Me desvelé varias veces y me he levantado tosiendo y con algo de malestar. He dejado atrás el camping como si fuera acampada libre, sin pagar, si bien es cierto que tampoco me dieron facilidades para hacerlo y el resto de la gente se quedó durmiendo en sus tiendas y caravanas, mientras desmonté la tienda y me fuí.He dejado el coche en el pueblo, justo al empezar la cuesta que llega al bar - terraza “El Indalo”, conocido lugar para mí y que ya mencioné en el viaje “ Mirando hacia Los Vélez “ ( año 1998 ). Me he tomado un café casi sin ganas en el bar “La Gatera”. Aún duerme el pueblo y el silencio solo es interrumpido por hombrones de voz hueca que halan del trabajo. La escasa lluvia de anoche ha refrescado el ambiente. Delante de mi, en la mesa, hay extendidos varios planos de la zona. Quiero caminar en dirección noroeste, hacia Alicante, atravesando toda Murcia; ya veremos. Pienso en Beti, a la que recuerdo con un cariño mitad humano, mitad divino y en su ausencia me falta el aire como un pez al que le vaciaron la pecera. Espero que la montaña, los ríos, los pueblos y los caminos me hagan olvidar la ausencia, en su imagen perenne grabada en cada uno de estos elementos. Allá voy, un año más a esta aventura con historia que es el camino de mi propia vida.
Rondan las nueve de la mañana. He cogido agua de la Fuente de la Novia y después me he colgado la mochila prudente de peso y he tomado una carretera que sale a la izquierda frente al “ Pub 17 “. Hay que descender hasta los bancales. Primero he seguido la carretera y a unos dos kilómetros he tomado un camino a la izquierda para caminar errante entr el Barranco de la Canastera. Los almendros estallan con sus almendras en plenitud de fruto y he ido echando algunas al bolsillo de uno y otro árbol cercano al camino. Cortijada El Why; he tomado a la izquierda y luego derecha, retrocediendo sobre mis pasos a veces, para luego continuar. Es impresionante el valle cuajado de olivos, almendros y otros frutales que tienen escasa necesidad de agua. El camino polvoriento mancha mis botas. He vuelto de nuevo a la carretera que conduce a Canales, en el camino a Solana y Fuensanta. De vez en cuando, algún pinar alegra la monotonía del asfalto. Detrás dejo las vistas en perspectiva y desde abajo, de Vélez Blanco y continúo sumido en mis pensamientos, paso a paso. He llegado a un cruce que corta la carretera que baja de Vélez Rubio, tomando a la izquierda hasta llegar a unas cortijadas, las Cuevas de Moreno, al pasar el cruce del Piar. Voy pensando en Beti, tambien en otras cosas y en la poesía de Miguel Hernández, que me acompaña. Hace calor; de vez en cuando corre algo de aire. En Cuevas de Moreno he parado a refrescarme bajo el grifo de una pila para lavar, que echa agua blanquecina, como mezclada con leche. Han bajado dos niños: Alfonso, de seis años y su hermana Ginesa de once. Alfonso va corriendo a todas partes. Su madre me dió agua en una botella, agua muy fría. Al lado de una portezuela de maderas descalabradas y roídas, con agujero para el gato, sobre la fresca superficie de una piedra, he escrito estas últimas notas. En el entorno blanco de las casuchas, madura el almendro, las chumberas y arroja a la altura el árbol florido de las pitas. Alguna higuera medio pelada, alguna parra y multitud de moscas y avispas, componen el paisaje. Cuevas de Moreno alberga pocos vecinos y hay numerosas casas derruidas o semiderruidas. He vuelto a la carretera para encontrarme, al poco tiempo, con el límite con la provincia de Murcia, en un cartel verde donde se lee: “Región de Murcia”. Todo está seco y solitario. Cortijadas de vez en cuando y las ruinas de un castillo sobre una peña a mi derecha, Castillo de Xiquena. Es la piel de adobe de un perro muerto, con su muros lastimados, desbancados por el tiempo, carcomidos por el viento. Más adelante, tras una diapositiva desde lejos, he recolectado tomates rojos pequeños y en la cortijada La Trieza Baja, me diero agua potable para lavarlos y beber. Es lugar de cría de ganado lanar y pastos, tambien maizales. Al fondo, muy al fondo, entre neblina, se puede apreciar la belleza azulada de Sierra Espuña. He continuado mi camino con el sol en todo lo alto, sufriendo los pasos sobre el asfalto, contando los kilómetros hacia atrás. Me he parado a descansar y escribir bajo la sombra de un olmo solitario, al lado de la carretera, justo a la altura de un cortijo con paredes de piedra blanca. Hacia Fuensanta, pedestal y virgen, el paisaje se torna algo montañoso y hay espesuras de álamos que señalan el cauce de algún río. Al pasar, se llega a un cruce: a la izquierda, Baños de la Fuensanta; hacia abajo, a doce kilómetros y medio El Jardín y allá enfrente, a poco menos de tres kilómetros, La Parroquia, donde he parado a descansar y comer. Sobre Baños de la Fuensanta frente a los huertos del Churtal, antes llamados baños de La Sultana por su ascendencia árabe, he podido recabar la siguiente información: “Los romanos ya cicatrizaban sus heridas en los baños de la Fuensanta, antes llamados de la Sultana, balneario situado al noroeste de Lorca, entre la pedanía de La Parroquia y Vélez Blanco. En 1991, los propietarios se vieron obligados a cerrar sus instalaciones a causa del mal olor de un cebadero próximo. Estos baños minero medicinales nunca trataron de emular a los de Baden Baden o Vichy, ni a los de Archena o Fortuna. La condición de sus aguas y las instalaciones eran más modestas, pero en 1872 el balneario disponía de un director médico, el doctor José Negro y García, y su propietario, el diputado a Cortes Juan del Arenal y que mantenían el establecimiento en buen estado de conservación y disfrute. La hospedería se construyó a cierta altura, sobre un cerro abalconado al río desde el que se ven sus amenas orillas plantadas de hermosos árboles y feraces huertas. Hasta cuarenta familias se alojaban entonces en un edificio que tenía dos pisos «con cocinas comunes en cada planta, patio rodeado por amplia galería y espacioso salón de recreo con admirables vistas» .En la explanada, ahora solitaria, sopla viento de poniente y trae el aroma de los pinos que alfombran la sierra del Gigante. Una de las pocas aportaciones históricas sobre los baños de la Fuensanta se debe al doctor Orozco, anterior director médico que en 1861 encontró vestigios de termas romanas en los alrededores: «En aquella época –explica– debieron ser muy concurridos estos baños, por cuanto en el mismo sitio aparecen los cimientos de una porción de edificios, cuya extensión es considerable, destinados sin duda a albergar a los que ya entonces aprovechaban las buenas cualidades de estas aguas».El doctor asegura en su relato haber visto reformadas «las obras de los romanos por otras de carácter árabe», y defendido el establecimiento por «un castillo situado en la cima de un cerro que domina completamente toda la extensión de las obras destinadas a los llamados baños de la Sultana, frecuentados por las familias musulmanas de mayor relevancia social».A mediados del siglo XIX se tardaba más de una jornada en venir desde Madrid a los baños: 14 horas en ferrocarril a Murcia, 8 a Lorca en diligencia, y 4 hasta el balneario siguiendo el lecho del río Guadalentín «tan expuesto en septiembre por la frecuencia de sus tormentas y avenidas».
No existe certeza sobre el lugar donde nacen las aguas medicinales, mas todos coinciden en que, de no ser en el cerro, allí se mineralizan, pues está formado por tierra gredosa, sulfatos de cal y carbonatos de magnesia. Sus aguas, clorurado sódicas sulfurosas, emergen a 23 grados de temperatura de dos manantiales, caliente y frío. La índole de estas aguas sulfuradas –agrega un informe–, con su característico olor a ácido sulfídrico tan desagradable, no sólo para ser ingeridas, sino incluso para el baño, y los modernos tratamientos dermatológicos hoy empleados, hace que no sea apetecible la hidroterapia aunque sea evidente la bondad de su remedio».
Ahora el sol dá sobre un lateral de las casas de La Parroquia y ofrece un aspecto más tridimensional del pueblo. Al sur, detras del santo, a su espalda, destaca el terreno manchado a veces de rojo y las agrupaciones interrumpidas, de pinares. Los almendros, aún jóvenes, aparecen en alineación, como en formación. Voy a bajar con cuidado por el pedregal. He tardado un poco en encontrar el camino. En la bajada, el olor a pino se mezcla con el de porcino, ya que existen numerosas explotaciones dedicadas a la crianza de este animal en naves. En el pueblo hay ambiente festivo de tarde caída, cuando ya no duele el sol y la gente se ha levantado de la siesta, se ha duchado y se ha entretenido en arreglarse para la procesión y la misa. Me he refrescado un poco, subido a lo alto del pueblo, donde está el grupo escolar, para echar un vistazo a lo que podría ser un lugar para dormir esta noche. Al bajar, he cruzado algunas palabras con un hombre que va vestido todo de negro, parco en conversación y aunque el lugar y la hora se prestaban, la cosa no daba para más y he bajado hasta la iglesia, llena de gente y mujeres abanicándose. Es este un edificio sencillo con un altar jalonado por columnas con capiteles de estilo jónico . En la puerta, alrededor, la gente espera. La mujer de La Parroquia es guapa y esbelta y más aún hoy en día de fiesta . Me he metido en medio, para hacer contraste más que nada y para cambiar los olores, que no está mal de vez en cuando. En la calle, un poco más abajo, hay un chiringuito y se sirven bebidas. Observo y escribo, eso es todo. Los niños juegan y uno de ellos se me ha acercado con descaro, para mirar por encima de mi hombro lo que escribo. Ahora está enfrente mía. No le hago caso y se ha ido. Es un niño de unos cinco años, con corbata y pantalón corto, bien peinado. Hay un grupo de chicas que parecen modelos, todas con el pelo largo y delgadas, mirando al frente con orgullo, casi con soberbia. Sobre una mesa reposa el clarinete y el trombón dorado. Hay sensación de espera, como si algo fuera a suceder. Nada se escapa, o no debe escaparse, a los ojos del caminante. Una anciana, se queda dormida con la lengua fuera, en la puerta de su casa, en el interior, sobre una hamaca. Es una anciana que va toda de luto y que tiene los brazos llenos de venas sobresalientes, una vieja delgada, quizá demasiado, a la que nadie hace fotos ya, ni se pasea con orgullo, levantando la cabeza en la plaza del pueblo, cuando hay fiesta. El chico del pub se llama Pedro y es de Vélez Blanco. Ha estudiado en Granada y conoce a Encarni, la de la terraza Indalo. De cuando en cuando, un cohete pirotécnico rompe con un estallido la armonía del ocaso.El ocaso es el triunfo del caminante, el haber vencido la partida al día con sus asperezas y ahora, el momento se hace más amable, más cordial. Arriba, deshaciéndose poco a poco, el humillo producido por la explosión. Sobre la mesa, con una cerveza al lado, extiendo los mapas. Es inevitable condición humana y soporte de esperanza, el proyectar hacia el futuro. Tengo ganas de llegar a Lorca para luego recorrerla de cabo a rabo y desde ahí, seguramente, caminar en dirección norte hacia, quizá Aledo, al pie de Sierra Espuña y luego Pliego y Mula, después, no sé, hacia arriba, supongo.
El mismo director del Balneario en 1872, José Negro y García, reconocía que las aguas tenían «un marcado olor a huevos podridos, apreciable a distancia. Tomada una buchada o al beberla, se nota un sabor salado, amargo, desagradable, semejante al que produce un agua saturada sobradamente de sal común, al que se une un ligero sabor fresco picante».
El trago, en pequeñas dosis, tenía sus compensaciones: «aumenta la salivación y el apetito, facilita la digestión estomacal e intestinal, produce efectos diuréticos y activa el torrente circulatorio y la energía muscular». En baño, susceptible de hacer con regadera, las aguas estaban indicadas para el escrofulismo, las dermatosis, el herpetismo, el reumatismo, sífilis-neurosis y cáncer.A día de hoy, los baños de la Fuensanta siguen cerrados desde 1991. «Raro es el día que no viene gente a por agua o a preguntar cuando lo abrimos –dice la propietaria–; nos vimos obligados a cerrarlo por un cebadero de cerdos que hay aquí al lado, con una balsa de purines que carece de foso y produce un olor insoportable. Lo hemos denunciado al ayuntamiento pero no lo arreglan, se ve que prefieren tener un cebadero a un balneario. Lo cierto es que no podemos reabrirlo hasta que no solucionen el problema. Pese a todo, en la hospedería hemos acondicionado unos apartamentos con cocina, baño y uno o dos dormitorios; ahora hay una familia de Valencia que ha venido a descansar, y en verano se ocupan muchas habitaciones. La pena es lo del agua, porque sale el mismo caudal».”
La travesía está engalanada con banderitas y mientras los vecinos del pueblo duermen la siesta, yo sufro bajo el sol aliviado por el amigable viento. Los papelillos se mecen con el aire y sus colores dinámicos anuncian fiesta. Es calle ancha y las casonas de construcción reciente, flanquean los acerados amplios. Parece un pueblo cuadriculado, hecho en el plano, a conciencia. Me he metido con mochila y todo, en el bar Aurora, pero enseguida he tenido que salir para sentarme en la puerta, por el aire acondicionado, demasiado fresco para la temperatura corporal que traigo. Así es que fuera, rondado por media docena de moscas, he comido un trozo de tortilla de patatas, riñones con tomate y una cerveza. Me doy cuenta de lo cansado que estoy y apetece siesta. Las moscas no me dejan en paz ni un segundo. He callejeado hasta un lugar, sobre la acera, en la la calle Del Rio, donde he encontrado sombra y he tendido los aislantes para dormir un poco. Cuando he despertado, la tarde se estaba poniendo con el viento, nublada y tristona. He dudado qué hacer, si continuar para Lorca, vaga opción, pues hay veinte kilómetros por delante y arriesgándome a llegar ya de noche, o si quedarme aquí, sobre cualquier banco a dormir. He atendido a lo práctico y después de lavarme un poco para despejarme, ya lo he tenido algo más claro. Me estoy tomando un café en el pub Ali - Mónate, a las afueras, en la carretera hacia Lorca. Sierra María y Los Vélez, la Sierra del Gigante, se ve desde aquí como un gran animal prehistórico, echado y malherido.
En la infancia del camino, los temores e incertidumbres son constantes, se echa de menos demasiado la vida anterior. La rutina, que es como un gran río que arrastra nuestras vidas, es demasiado fuerte y pesa mucho sobre nosotros. Ahora, así, abandonarla de cuajo, no deja de ser un riesgo que hay que asumir, un desarraigo, un corte sangrante que hay que ir tapando, cicatrizando con voluntad y paciencia. Para esto, cualquier emoción exterior, cualquier gesto que viene desde fuera: una atención, una sonrisa, un gesto de cariño, puede servirnos como medio inigualable, aunque no podemos asegurar su presencia. Nuestro interior deber ser implacable para nuestra voluntad, para nuestro empleo en el camino y en lo novedoso. No es fácil, pero es necesario y enriquecedor. Al final, el destino venturoso es para quien lo merece, para quien lo trabaja y la vida, el azar, siempre nos guarda un secreto maravilloso, un regalo sorprendente. Es el premio a nuestro esfuerzo. Me valgo de mi historia, de mi pequeña historia de viajes y escritos para iniciar nuevas experiencias. El viaje se versiona año tras año y sigue siendo un ser vivo con las mismas fases que cualquier otro. Aceptar lo penoso, lo dificultoso del camino, es aceptarlo tambien en el resto de nuestros días en nuestras casas y nuestros trabajos, con la gente que nos rodea y a la que amamos o simplemente saludamos.Pienso nuevamente en Beti y en su historia, en el desenlace de su aventura para llegar hasta aquí y estar feliz como está, en un país lejano. Todo esto me ayuda para seguir adelante. No hay otro camino: el medio que te rodea se va haciendo familiar, envolviéndote y ofreciéndote lo más cordial; debemos estar expectantes para todo lo que ocurre.
La Parroquia, al igual que los antiguos baños de la Sultana, se halla en la margen izquierda del río Vélez, antes de su desembocadura en el pantano de Puentes. Está a 520 metros de altura y tiene numerosos manantiales que proceden del acuífero de la sierra del Gigante
El camino de hoy fué duro y más por el calor que otra cosa. Mis brazos y piernas comienzan a enrojecer. Se acerca la noche. En una mesa, a mi derecha, se han sentado dos chicas de veintipocos años, que huelen a jabon deliciosamente; es un olor higiénico que alimenta, un olor del que a vecs, el caminante se siente privado, como privado se siente de un beso, de tan solo una caricia, de tan siquiera una mirada. Hay un precio que pagar por este deambular errante y nómada y quizá sea este. El caminante, conforme van pasando los días, se va haciendo algo lobuno, independiente y alejado y solo se acerca para devorar, a mordiscos, lo que debiera comerse pausadamente, sin prisa, con ternura. El viajero no quiere caer en un cercado, en un mundo cerrado y circular, pero a veces cuesta. En otros caminos, frecuentados caminos a los que se ha señalizado con franjas de colores o flechitas, al viajero se le mira con otros ojos, porque su presencia no es extraña. El caminante va seguro y en su papel. Es súbdito del camino que se preparó para él y se siente cómodo y satisfecho. Hay seguidores de caminos por todos lados, discípulos de una secta con cauce seguro. Pero para el que es dueño de lo que vé, de lo que pisa, de lo que decide, aunque no sea lo más lógico ni lo más cómodo, la situación, el precio que tiene que pagar, el arancel, es a veces inquisitivo, marginal, imperativo. Al viajero, sin duda, le hacen falta grandes dosis de voluntad.Siguen, uno a uno, explotando los cohetes, con monotonía, como un golpe tras otro en el interior, como un martillazo a la conciencia adormecida. Ahora, la procesión, una virgen iluminada a hombros y detrás la comitiva y un repique de tambor. El viajero que no cambia de indumentaria para seguir la procesión y se siente dichoso de estar así y camina altivo y feliz tras la orquesta. Imno español y vivas a la virgen; se suceden los cohetes, lo aplausos y los vivas; se preparan mesas y manteles. El caminante, sin peso, con algo de cerveza en el cuerpo y sin calor, se siente liviano, etéreo, ingrávido y piensa, quizá por una corazonada, que el mundo es un juego y que las personas saben jugar. Todo se va animando y en la plaza y a la entrada de la iglesia, en la explanada, se han colocado mesas en fila con manteles y cubiertos para una cena colectiva. En este día festivo, se sule degustar el plato favorito: las migas con harina de trigo y embutido de matanza.
Por los altavoces, sobre un escenario de madera, se oye música con mucho volumen. He buscado de nuevo el bar para cenar y en el camino, dejándome llevar por un instinto primitivo, he perseguido en la distancia, el caminar resuelto, elegante, de una chica con zapatos de tacón, pelo largo y suelto y vestido blanco y negro. Es una chica que radia belleza y juventud, tambien seducción. He intentado buscar, en su cara, algo defectuoso, para consolarme, pero no lo he encontrado.
El viajero, después de comerse dos filetes de lomo y dos montaditos de morcilla picante, que se le deshacía en la boca, se siente mejor, con el gusanillo callado y está pensando en irse a dormir. A su alrededor, la gente, descansada, no tiene hora y aguanta lo que haga falta. A veces, los papeles se invierten, así son las cosas. Después he ido a la plaza, frente a la iglesia y me he quedado un rato en la actuación de un cantante - humorista que va con traje de luces y que se pone y se quita chalecos de todas clases, todos con lentejuelas que brillan como estrellas. Ha estado curioso. La gente, tanto la que está sentada como la que permanece de pie, se ríe a carcajadas. Cuando me he cansado, sobre las doce de la noche, he subido la cuesta, entrado en el grupo escolar y tumbado el saco sobre un banco con dos listones de madera. Antes, para hacer tiempo, me quedé un rato hablando con tres chavales bajo la parada del autobús.
. La parroquia de La Parroquia es la de la Asunción. Hoy, que es día de la Virgen y fiesta a nivel nacional, hay procesión. He subido hasta el Cristo del Sagrado Corazón, en dirección sur, a unos dos kilómetros y medio. Antes de iniciar el camino, una señora me dió una botella con agua y me informaron que este monumento fué construido en el año cincuenta o cincuenta y uno en un mes y medio con piezas que ya venían numeradas. El camino, que pasa el río Vélez, seco por esta zona, comienza por carretera y pasa entre casas diseminadas pero habitadas, justo a la salida del pueblo, para luego continuar en pista de tierra hasta el pie del monte donde se erige el monumento, para luego seguir y perderse entre almendros y campos rojizos. Lo he abandonado para iniciar la ascensión por un senderito casi imperceptible entre pinares, almendros y maleza de matorral. Al llegar arriba, he conversado con una pareja de Lorca que me explicaron cosas del entorno. Las vistas son fenomenales y aunque he subido agobiado un poco por el bochorno, aquí corre aire y se está bien. En primer plano aparece el pueblo y el paisaje grisáceo y marrón lo engulle para la vista. A la derecha, mirando hacia el norte y un poco al este, Sierra Espuña. Hacia el sureste, las montañas previas a Lorca. Al oeste, el sol se filtra entre las nubes y enfoca las cumbres de la Sierra del Gigante cuya línea de cumbres supera los 1.500 metros de altitud. La sierra del Gigante está a caballo de Murcia y Almería, a la altura de Vélez Blanco, y por su vertiente meridional fluye el río Vélez que riega las huertas de los caseríos del Jardín y de Trieza. Son varios las ramblizos y barrancas que se forman en los pliegues de esa imponente mole caliza (la Muela, su cima más elevada, alcanza 1.554 metros): una de esas ramblas, la llamada del Gigante, vierte su caudal al río Vélez a la altura de los baños de la Fuensanta, cuyo cauce ha sido ruta natural de comunicación desde la prehistoria, Razón evidente de su destacado valor estratégico es que, durante más de doscientos años, la zona dispuso de dos fortalezas, la de Trieza, levantada sobre un roquedo del Gigante, y Xiquena, emplazada en un escarpe rocoso junto al río, que conserva buena parte de sus altas murallas y torreones.
Según me explicaron, allá abajo, siguiendo el curso del río, se extendía una antigua via romana, la vía Augusta, punto de enlace entre las coras de Tudmir y Pechina y hay vestigios de arquitectura prehistórica, como un menhir cercano, que reposa en el museo de Lorca.
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