TERCER DÍA : 17 DE JULIO
Cuando he bajado a desayunar eran casi las diez de la mañana y estoy algo resacoso. La orquesta estuvo activa hasta muy tarde y apenas pude dormir. En la calle hay mercadillo, el día se presenta caluroso pero corre algo de fresco. He encontrado en la plaza a Rosario y a una amiga suya embarazada, la he mirado con otros ojos, todo cambia de la noche al día. Hos hemos hecho una foto para recordar. Despedida definitiva y de nuevo al camino por la carretera hacia Olula del Río. A la derecha, Sierra de Los Filabres, de cabeza pelada. Han comenzado a dolerme los dedos del pie derecho y cuando me he quitado el calcetín, estaba sangrando por culpa de una uña que se clavó en el dedo de al lado. He tenido que cortarla con el cuchillo, que es lo único que disponía. Me he puesto una tirita.
Esta zona está repleta de explotaciones de mármol blanco, que configuran el paisaje. El llamado “oro blanco”, sostiene la vida de la comarca. Cruce de Olula y llegada al pueblo y al ayuntamiento, donde me pusieron el sello. He parado en la plaza a charlar con unos viejos, en medio hay una fuente preciosa, con labores de mármol, pero sin agua. Uno de los viejitos estuvo en la guerra civil en el frente republicano y perteneció a la quinta de treinta y cinco, además, luchó en Valsequillo, Hinojosa y Los Blázquez. Su conocimiento de aquellos lugares es bien diferente al mío, como es natural. Hay mercadillo tambien en Olula, que es pueblo próspero y comercial a costa de la piel y los pulmones de los hombres que trabajan la piedra. Carretera hacia Fines, he tomado la vía del tren un poco después de dejar un supermercado donde compré muesli y me entretuve hablando con el camarero del bar que es de la pedanía de Almanzora, me ha indicado un sitio para comer en Fines e incluso me ha esperado en el pueblo, pero no he querido pasarme. Me he metido por la calle principal hasta la Plaza del Ayuntamiento. Sello. El tejado de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario está en obras, pero han respetado el soporte antiguo de madera y con materiales nuevos de construcción, como el cemento y la grava, pretenden arreglarlo. Me gusta este procedimiento, es sensato y equilibrado, mejora y no rompe la esencia del edificio, tampoco la idea que de él tienen quienes toda su vida así lo concibieron.
Me he metido en la cafetería Madrid; una chica friega la puerta que tiene el suelo de mármol, con naturalidad, después de barrerla. Raquel estuvo hasta hace poco en Madrid. Nació allí pero ahora ha venido al pueblo a vivir, prefiere esto. Tiene la cara un poco quemada y se la vé amable y cordial. La comida me ha parecido un poco cara, además tengo que consumir lo que llevo en el macuto para aligerar el peso. He buscado una sombra. A la salida del pueblo he visto un emparrado y solicitado a los dueños de la vivienda si podía hacer uso de su sombra para comer, no me han puesto problemas e incluso me han limpiado una barra que he utilizado como mesa para untar el queso en el pan. Luego ha salido un chico de 16 años, Francisco y hemos mantenido una conversación. Francisco no quiere estudiar y prefiere la cafetería de sus padres para trabajar allí. Le he recordado otras ideas, otras opciones. Ha trabajado el mármol pero no es lo suyo, dice. He terminado de comer mirando de vez en cuando para la sierra. En una morera, canta a ratos la cigarra y el cielo es igual que de caldera añil. Las fiestas de Fines son este año desde el 31 de julio al 3 de agosto. Junto a la cafetería hay una explanada donde colocan veladores y se está, por lo visto, divino. No lo niego. Respeto y valoro el apego a la tierra de las gentes de los pueblos, pero odio la dependencia y el suicidio en vida. Lo cierto es que cuando uno crece y se van ampliando sus expectativas fuera, es difícil comprender como pueden vivir el día a día la gente en los pueblos, encerrándose ( creo que esta es la palabra ), en su rutina y cotidianeidad. Puede ser que ellos no lo vean así, quizá tambien eso es mejor. No lo sé. Pero amo tanto la libertad que no dejaría a nadie caer en medio de una plaza cercada, como crónica de un encierro anunciado. Francisco me ha regalado, de recuerdo, una camiseta del local con dibujo detrás: Zafiro. y a cambio le he dado una pegatina que tenía guardada hace mucho tiempo en la cartera: “Tengo un nuevo amigo”. La ha pegado en el centro de una caja de interruptores. Ha sido un gesto que por sí mismo vale un imperio y cuando me he despedido de segundas de él, lo he hecho como los colegas, con las manos empuñadas. Ha sido conmovedor y emocionante, nobleza sin límites. He ido a tomarme el café al bar de Raquel como le había dicho. Aunque ahora ella no está. Aún así me lo he tomado escuchando música gitana y escribiendo todo esto, a ver si pasa el calor amenaznte de la siesta y sigo de nuevo mi camino por este valle que tanta buena gente esconde. En el ayuntamiento de Fines hay un reloj que tiene las cuatro menos veinte. Debajo hay, apoyándose sobre un balcón, un lazo negro en señal de duelo por la muerte reciente del concejal de Ermua. Ha sido el movimiento, la manifestación popular más importante de la democracia. En el centro de la placita hay una farola de hierro fundido. Ondean las banderas andaluza, española y europea, en este orden de izquierda a derecha. El río Almanzora, que recorre todos estos pueblos, a modo de columna vertebral, nace allá por El Hijate, en el límite de la provincia de Granada y va a desembocar en el Mediterráneo cerca de Villaricos, pasando por Cuevas del Almanzora y dejando parte de sus aguas en el embalse Almanzora. He salido del bar para subir a la parte más alta del pueblo, al otro lado de la carretera, para echarme un ratito a la sombra de un emparrado, pero las moscas y las hormigas acabaron con mi paciencia y mi siesta y al final tuve que reincorporarme y salir andando carretera adelante hacia La Hoya. A esta cortijada se accede por un camino que cruza el río, una vez pasado Mármoles Gutiérrez Mena. Árboles frutales. En La Hoya, un matrimonio que vive en Barcelona, asan pimientos para meterlos después en botes al baño maría, con carbón vegetal. Tambien hay unos recipientes con tomate frito para idéntico fin. Les he preguntado por la ruta y como el hombre se ha parado a hablar conmigo, los pimientos se han tostado más de lo adecuado; cosas que pasan. Desde La Hoya subiendo un terraplén, se accede a la carretera asfaltada. Hay que tomar la izquierda, dirección Cantoria. He cogido peras. Hay muchos almendros que tambien me han dado algún fruto, aunque aún no es la época. Un perro marrón, con la lengua fuera, me ha acompañado hasta Cantoria. Se conoce que necesitaba dueño o alguien a quien acompañar hasta el pueblo y como no le he tirado piedras ni lo he rechazado con seriedad, pues ha caminado detrás de mi. Si me paraba, él tambien. Estos perros lo que pasa es que al final, de pesados que se ponen, les coges cariño y luego te cuesta más trabajo abandonarlos y darles una patada en el hocico. En Cantoria se queda atrás, con otro de su clase. Paso la calle Orán, a la derecha calle Oriente. Pido agua y dejo el pueblo, caminando por la carretera y pasando por un puente de hierro sobre el río Almanzora. A la derecha se puede ir a Albanchez y Líjar. Hasta Almanzora por un terreno cuajado de limoneros y al llegar a esta pedanía, he hecho unas fotos que reflejan el rosa intenso de una buganvilla en un chalé. La vía, a la izquierda. Al llegar, me he sentado en la puerta de un bar a tomar limón, agua y azúcar, luego he conocido a un grupo de chavales que estaban tambien por allí. La curiosidad se ha desatado y enseguida hemos hecho amistad. Me han llevado hasta un lugar habilitado por ellos mismos. El al pie de un corte en la montaña, al lado de unas antiguas minas de hierro. Hay un camino entre árboles y un recinto vallado de manera tosca pero eficiente con palos de la luz, una choza tipo indio construida con el mismo material y cañas, donde ellos se reunen para beber y celebrar. Han pensado que podría quedarme allí para dormir, pero aquello más bien apetece para tomarse algo a esta hora de la caída del sol. Hemos vuelto y he tomado cerveza con montadito de lomo con tomate. He llamado a Juanjo Torrico a su casa por teléfono. Después han venido todos y hemos subido al Puntal, un lugar con unas vistas maravillosas, con las sierras redondeadas bajo la luna casi llena. Cerveza, cigarros aliñados, conversación que poco a poco se va haciendo más impulsiva y pletórica. La belleza del lugar habla por sí sola. He sentido ahora el duende presente, palpable, manifiesto, del viaje en solitario. Lo he intentado comunicar y a veces nos conectamos de verdad. Hay gente muy apañada y forman una asociación juvenil y entre ellos se la componen para hacer cosas y organizar su tiempo libre. Después de ahí, hemos tomado otra cerveza en la terraza del bar. he partido las almendras con un cenicero y las he ofrecido. Ha llegado más gente y cuando me ha entrado sueño me he ido a dormir bajo el techo de la parada del autobús, con el saco sobre los asientos de plástico color naranja. Me he quedado dormido sin muchos problemas. En la plaza hay setos con arbolitos y un palacio en ruinas al lado de la iglesia. Un lugar donde se reunen los chicos y chicas del pueblo. Las luces amarillas de Almanzora iluminan las callejuelas y desde lo alto se puede ver un panorama conmovedor que despierta la sensibilidad.
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