RECUERDOS. 27 NOVIEMBRE 2008
Hablas, me hablas al teléfono con ese timbre inconfundible. Te llamo desde cualquier lugar, de noche ya, con el otoño bien entrado. Recibo entonces tu voz infantil, fresca, naciente, recién estrenado tu nuevo vocabulario de palabras. Tu acento, mitad extremeño, mitad castellano por la influencia de mamá, me resulta gracioso, simpático, emocionante. Se marchó a Oradea la tía Corina, después de varios meses en España para lo de la quimioterapia. Ella tenía muchas ganas de regresar a Rumanía, pero la vamos a echar de menos. Íbamos los domingos a mediodía a la Plaza Mayor, en Jarandilla, a tomarnos algo y picar raciones con Víctor y Mari. En ese entorno de los alrededores de La Botica, juegas, subes las escaleras de la vivienda del rincón, bajo los soportales. Algunas veces tiras cosas desde arriba. Te gusta tirar cosas. Cuando pasamos por algún lugar donde hay agua embalsada y piedras cerca, te gusta arrojar y quizá sea por ver como se sumerge la piedra en el agua, por el sonido o bien por cómo salpica al caer. Hace dos fines de semana, fuímos a la finca a encender y quemar los rastrojos. Todo iba ardiendo presa de las llamas y la paja seca se dejaba arrasar por los fuegos. Yo veía como se te ponía la cara roja. Entonces, te reñía de vez en cuando para que no te acercaras demasiado a las llamas. Me hacías caso temporalmente pero luego, te acercabas de nuevo para prender alguna ramita o algún manojo de paja y eso te gustaba mucho. Ver el fuego, sentirlo y desearlo. Llegamos a casa oliendo a humo y tú con los alrededores de la nariz manchados de negro, pero habiendo disfrutado de lo lindo.
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