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feranza

SEMANA SANTA SEVILLANA. AÑO 1992

Es medianoche. Veo desde esta acera el nombre de la calle en azulejos blancos y letras negras: Mateos Gago. Hace un ratito, martes santo, ahora, miércoles. Las aceras están llenas de gente que se agolpan para ver pasar la cofradía de Santa Cruz. En el aire, olor a incienso y cera quemada que cae sobre los adoquines, de los cirios inclinados de los nazarenos. Hay silencio, pero no es total. Un niño rubio de corta edad, llora en brazos de una madre que hace lo imposible por consolarlo. Mientras, un hombre al que no veo bien, desde un balcón, canta una saeta al señor crucificado y el público observa y escucha espectante. La gente que tiene en estos momentos el privilegio de vivir en esta calle del centro de Sevilla, vecina de la catedral, se asoma al balcón para ver, a vista de pájaro, lo que muchos no pueden ver ni a vista de topo. Detrás del cristo y de las dos filas de nazarenos, llega la virgen. Yo ya me he ido de mi sitio con el chico americano y camino en dirección a la Giralda, llevándome a mi paso el olor a azahar y a perfume femenino que invade el ambiente de esta noche de primavera templada, religiosa y folclórica.

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