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CARTA A CARLOS. SEVILLA 22 ENERO 2007

    Carlos de mi vida, en este fin de semana me han ocurrido varias cosas que quiero decirte. El sábado fuimos a una matanza de cerdo en Barquilla de Pinares, uno de esos pueblos del Tiétar donde mamá conoce a una señora que se llama Aurora y que nos invitó. Cuando llegamos allí, con dificultad por la niebla y las carreteras estrechas, ya estaba todo resuelto: el cerdo descuartizado y mucha gente en torno a la fabricación de las morcillas, los chorizos y otros artículos. Me hizo gracia porque al principio te sentiste un poco tímido y lloraste en brazos de mamá al ver tanta gente, pero poco a poco fuimos tomando confianza, ¿verdad?. Además había una niña un poco mayor que tú y que se llama Agueda. Con ella hiciste algo de amistad aunque no te alejabas demasiado. Eso fué al principio, porque de pronto descubriste una tractor con pala y te llamó la atención. Además habían algunos charcos muy sucios con agua de limpiar las viandas, pero sin importante nada, ¡ ala ! , a saltar sobre ellos. Todo mojado, pantalón, botas, que menos mal que son impermeables; en fin, hecho un desastre. Mamá,que trajo ropa limpia, tuvo que cambiarte. Comiste también algo de chicha, sorpresa ! y te viniste de mi mano para encontrar otros juegos y exploraciones: un tractor más grande de color verde, corchos que se pueden tirar al agua.... Luego fuímos a otro lugar cercano para ver los cerdos, los pollos, los lechones y animales de corral. Allí nos hicieron una foto juntos. El domingo salimos a dar una vuelta mientras mamá organiza la casa. Estuvimos en la garganta. Hace calor para el mes en el que estamos y dá gusto tomar el sol. Allí, tras lanzar muchas piedras al río, piedras todas de gran tamaño que apenas puedes transportar, te quedaste algo cansado y entonces te coloqué en el carrito. Este momento no dejo de recordarlo por su carga de ternura y emoción que me produjo. Tú, allí sentado, después de tu habitual agitación y sin decir nada. Solo movías apenas los labios y sacabas la punta de la lengua un poquito, muy expresivo y yo te miraba con una emoción que hizo empañar mis pupilas un buen rato. Cuando me reía, como para disimular, tú lo hacías también y entonces estabas...... para comerte en serio, para atragantarse de tu vitalidad y ternura, de tu inocencia y tu mirada, de todo.


Te quise en ese momento con una felicidad inexplicable, más allá de todo y tan sencilla, tan sencilla......

Te quiero mi hijo. No creas que no muero de pena cada vez que atravieso esa puerta de casa donde tú te quedas, para coger de nuevo el volante y consumir esta carretera que nos separa, esa línea de cuatrocientos kilómetros que no cesa, como el rayo.

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