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Atrapasueños

Ha pasado un poco de tiempo. El verano cruza como un velero en una pequeña caleta.  Ya es septiembre y se sigue notando que el verano estuvo por aquí, en retazos de ese calor que asusta la calle, pero ha llovido y afuera y dentro de uno , se nota un cambio repentino. De pronto todo se calma, se aplacan los nervios de esa tormenta calurosa y todo está algo más nítido, esperando de nuevo el ciclo de año que se inicia cuando en el campo que rodea Badajoz, se pudren los tomates, se abren las mazorcas y los niños vuelven al colegio. Entonces, el ajetreo es como una rueda que no cesa.

Volvamos al mes de agosto, al día 15 de agosto, lunes de fiesta nacional, cuando comencé mis vacaciones y nos fuimos a Valencia. Han pasado cosas que no quiero olvidar así como así, para que se me sigan poniendo los pelillos de punta y la piel en combate.

Fuimos a Valencia, dando algo de rodeo por Campo de Criptana y Belmonte, desde Toledo, para coger de nuevo la autovía A-3.

Esta vez hemos compartido cuarto y nos mudábamos de cama sin ton ni son en una que se mete debajo de la otra y que abríamos de noche. Venías conmigo, te abrazabas a mí cuando sentías algo de miedo y arriba, coloqué el atrapasueños que mamá incluyó en tu maleta, un aro de plástico con tres o cuatro plumas.

Siendo así, te dormiste con mayor tranquilidad y disfruté muchísimo viéndote extendido sobre el colchón, desnudo o semidesnudo toda la noche y hasta bien entrada la mañana. Tu rutina era jugar con el primo Toni. Un día fuimos al parque del Turia, donde os quitásteis la camiseta en el gran Gulliver que reposa para ofrecer su cuerpo al juego. Plataformas y toboganes, cuerdas, rampas, escaleras. Hacía calor y sudábais como nunca. Tu cuerpo fuerte, nervudo, sudaba y brillaba.

Fuimos a la playa, cómo no !. Estaban también el abuelo y María Jesús. Fuimos a la playa de Las Arenas, junto al gran hotel del mismo nombre. Entrabas y salías del agua. Nosotros bajo la sombrilla, protegiéndonos del sol y tú y Toni, untados de crema antisolar, os tirábais arena en medio de la gente. El abuelo se escandalizaba, bajo su sombrero de paja y sus gafas de sol. María Jesús, a la espera de él. Eso y un olor a pescado de puerto, es lo que recuerdo de Valencia. También, ver al padre del tío Toni, leer el periódico en el salón, inmóvil, sabio, con su enorme bagaje de vivencias en la memoria, vivencias que con emoción, logro de vez en cuando oir.

El jueves nos fuimos hacia Almería. Y nos fuimos porque quise que este año fuera el primero en compartir juntos la vivencia de un cámping, al menos durante dos días. Así es que elegí para este motivo el cámping nautico " La Caleta ", playa de Las Negras, a un kilómetro escaso de la localidad, en el término municipal de Níjar. Antes, pasamos por Lorca, que fué asolada recientemente por un terremoto y donde aparecen edificios agrietados y otros derrumbados. La hora del mediodía hizo que nos metiéramos en una cafetería para tomar algo fresco y salir pitando.

LLegamos al fin al cámping, con el coche cargado. Sol y más sol. Olor a las plantas del desierto que rodea las instalaciones , mezclado con el olor a pino, más mediterráneo. Piscina, parcela donde instalar la tienda, el coche y los vecinos, que son de San Sebastián. Te dije: Carlos, no te vayas de aquí sin hacer al menos dos amigos. Y vaya si lo conseguiste !. Te recreaste más con un chico vecino que se llama Unash, ágil con la bici y de tu edad, quizá unos meses mayor. Tengo fotos que lo atestiguan. Con la nintendo entrabas en su caravana y él venía a la tienda cuando te levantabas por la mañana.

Montamos la tienda, apenas amarrada por los clavos que no entraban en el terreno duro y nos fuimos a cenar al pueblo, a pié, como los buenos. Carretera estrecha, algo de turismo que poco a poco empieza a masificarse también aquí. Una pizzería en la plaza y los pescadores al fondo con sus cañas. Pizza tropical con piña. Te hago fotos, me siento bien, feliz, ancho y orgulloso de estar aquí contigo.

Volvimos al cámping con la noche encima.Daba miedo mirar al borde de la carretera y ver las olas chocando sobre las rocas, allá abajo. En el pueblo, en Las Negras, jugabas a perderte entre las barcas descansando sobre la arena. Tu perfil y el perfil de Las Negras. Te dije: Carlos, sabes por qué se llama " Las Negras " ?. Y entonces te señalé ese perfil de las dos caras de las rocas desde lejos, paralelas, mirando al mar, a ese gran Mediterráneo que en una foto, también mirabas, como un sueño, como un soñador.

Dormimos en la tienda. Durante el día hizo un calor mayúsculo, pero la noche llegó con los brazos del mar metidos en la tienda, con su humedad, con sus sonidos. Así es que me estrechaste tras rogarme que colocara el atrapasueños, ese aro con plumas, dentro de la tienda, para que te protegiese contra las pesadillas. Y eso hice, anudándolo con una lazada.

Luego te expliqué que el sueño llega como una nube por todos lados y que te coge si estás con los ojos cerrados. Y tú me dijiste: Papá, papá, por dónde viene ahora?. Y yo te respondí: Por Las Negras. Y más tarde, como te quedaste pensando y aún no te dormías, de nuevo me preguntaste por donde venía y te dije: Ya ha llegado al cámping y ahora va a dormir a las personas que tienen los ojos cerrados y luego da una segunda vuelta y coge a los demás. Como no te quisiste quedar el último, enseguida te dormiste. Esto me pareció milagroso, mágico, increible. Y disfruté la noche a tu lado a pesar de que el colchón de aire, poco a poco, se iba deshinchando.

Al día siguiendo, piscina y más piscina. Te colocabas justo en el chorro por donde sale el agua y no dejabas rincón sin recorrer. Saltando y saliendo y así muchas veces, hasta que caías rendido y te tendías al sol, sobre el suelo, no importaba.

Pero , ! ay ¡ cedí a tu ruego constante de querer coca - cola y te dí una para comer en el restaurante del cámping. Uf, qué tarde!. Para calmarte, tuve que ponerte una toalla en la boca para que mordieras algo que no fuera mi mano. Y te lanzabas a la piscina como poseído, como loco. Por la tarde estuvimos  cuatro horas en la playa, por un camino que conduce directamente. Y allí, jugábamos a amontonar piedras a modo de dique entre una roca y otra para que no penetrase el agua, como una barrera hecha con nuestras manos. Luego, corrías de un sitio a otro, de un lugar a otro por encima de los bañistas. En un cubo tenía las cosas. Hicimos competición de carrera para que te cansaras, pero ni aún así. LLegó la tarde, la noche y fuimos de nuevo al pueblo. Subías por la escarpada montaña. Te llamé más de dos veces para que bajaras. Tanta era tu energía !. En el pueblo, en una pizzería , comenzaste a sentirte mal de los ojos, por causa del cloro de la piscina y llorabas mientras hablabas con mamá por teléfono. Me sentí mal, muy mal y sin saber qué hacer. Salimos de allí, ibas con los ojos cerrados. Me daba pena. En un quiosco te compré golosinas, que tocabas sin verlas para comértelas. Te las conocías todas de memoria. Me hizo gracia. Cuando caminamos de vuelta al cámping, ya se te había pasado el dolor, menos mal. Pudimos dormir, pensando en el sueño, que llega por el pueblo y entra en el camping, como una nube.

El día siguiente , como siempre, me levanté antes que tú. Para que el sol no te molestara mucho, te puse una sombrilla al pié de la tienda. Mientras, fuí a desayunar con los vecinos, muy amables.  Desmontamos la tienda, metimos todo en el coche y nos fuimos hacia Almería pasando por Huebro, al lado de Níjar, donde hace muchos años estuve allí, en varias ocasiones. Hay un bar: Casa Enriqueta y una poza de agrua fresca que han convertido en piscina natural. Nos bañamos, tomamos el sol, te sentaste sobre el borde.

La señora del bar nos puso un arroz demasiado picante y salimos por la tarde dirección Almería para quedar con Maribel y su sobrino Juan , al lado de la estación de trenes.

Hostal Alcazaba hab 103 y feria de Almería. Todos las atracciones eran pocas para tí. Dentro de una gran bola de aire que daba vueltas sobre el agua " esferismo ", te veo saltar y caer junto a otros niños. En un simulador de vuelo, tu carita de sorpresa, tus ojos abiertos. Hace un calor asfixiante.

El día siguiente nos bañamos en una pequeña playita al lado del cargador de mineral, donde cogimos trocitos de hierro oxidados con el tiempo.

Los días en Motril han transcurrido entre la playa y el juego con otros niños en el patio común del piso de Maribel, donde ya te conocían e hiciste buenos amigos. Allí, entre tantos, es una tranquilidad dejarte a tu aire. LLegas sudado y sediento. Por las noches, reclamas mis brazos. Dormimos como podemos para combatir el calor.

Un día fuimos con Juan al puerto pesquero. Donde huele a pescado y a gato, donde los pescadores acuden a la lonja y otros se afanan en los barcos, has bajado a una barca pequeña desde donde me lanzas las bogas que nadie quiere. Yo las voy destripando y las junto todas en una caja de maderita para comerlas en la plancha. Tienen muchas espinas, pero no están mal. Hemos juntado muchas.

Marina del Este, puerto Deportivo. Cámping de Almayate, el naturista. En una tienda dormimos los tres, el último sábado. También estuvimos con Maribel en Vélez Málaga, en sus calles y su castillo.

A la vuelta , dejamos el Xsara y volvimos con una furgoneta marca Hyundai H-1  2715 BVS que compré a un señor de Granada por 5500 euros. Hemos hecho un viaje cómodos, parando varias veces. Una de ellas en Torrijos.

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