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feranza

Con la bicicleta

Descubro tus cambios a veces en pequeños detalles. He viajado a Jarandilla con el convencimiento de que iba a estar contigo solo todo el fin de semana, aunque el sábado por la tarde llegó mamá. El viernes te recogí en el frontón. Allí estabas con Esther jugando y con la bici aparcada sobre las gradas de granito. Va avanzando el otoño que poco a poco entra por la portilla Jaranda y que se puede notar en los amarillos de los arces y en esos pardos que cubre la sierra.

Con un tira-chinas que compré en Granada, nos entretenemos tirando piedrecitas. Juegas con otros niños en los columpios.

Como sigues temiendo que te lleve a Losar a dormir y eso para tí es una losa ( nunca mejor dicho ). Así es que no me ofreces tu lado más amable cuando te recibo y cuando me ves. Poco a poco dejas las lágrimas y se marcha Esther. Esa figura femenina que te acoje, es suplantada por mí, que me veo impotente de captar tus emociones para que estés a gusto en mi compañía. No nos vemos desde hace tres semanas y se nota. Pero trato de distraerme y distraerte en el parque.

Recuerdo que hemos ido a la finca. Todo está lleno de maleza y crecen las zarzas por doquier, así es que no se puede casi entrar en el terreno. Nos distraemos cogiendo manzanas rojas. Muchas de ellas reposan bajo el manzano generoso del vecino. Hay otro manzano con manzanas verdes, más pequeñas. También has cogido algunas pequeñitas, como pelotas. En el suelo se van pudriendo algunas, con agujeros por donde ha penetrado el gusano. Salvamos de la putrefacción segura algunos frutos y me los llevo al coche. Nos hemos metido algunas en la boca, sacándoles brillo con la camisa y otras, has enterrado junto a la pared, con energía.

He notado tus manos ásperas. Es la primera vez que las veo así. Eso me quiere decir que vas creciendo, que te van dejando huella los  juegos y trabajos, que tu piel no es tan débil ya. Me reconforta y extraña al mismo tiempo.

Te veo sentado junto al surco jugando con la tierra, jungo a los helechos amarillentos. La emprendes a palos con la higuera de higos chumbos y te riño. Vamos al Gante para jugar. Se hace de noche, hace frío y juegas con Enrique, que ahora lleva gafas, con Minerva y Islam. Después de cenar hemos salido a la plaza, frente a San Agustín a dar vueltas y jugar a atrapar. Islam se esconde detrás de mí y vosotros le lanzáis no tan ingenuamente, patatas y manotazos. Su fino cuerpo con jersey de cuello blanco, se esconde como puede, protegiéndose de vuestras agresiones.

A cada momento te acuerdas de mamá. Esto a veces me desconcierta porque no sé como llamar tu atención para que estemos el uno en el otro sin esta ausencia tan palpitante que no te deja ver que te quiero. Es duro para mí aceptar esta realidad pero es así. Un mero visitante que tiene que conformarse con las migajas de tu tiempo en fin de semana. No siempre escapo de este nudo en la garganta. Son cinco años dando vueltas, viajes a veces sin una luz cierta al final del túnel.

Trato de no lesionarme demasiado, de hacerte todo fácil, de no caer en los nervios. Me desvivo por salir de este círculo donde te encuentras desvalido sin consuelo cuando mamá no está y luego la reclamas y solo me rindes una sonrisa cuando la sientes cerca. Quisiera que todo esto fuera fácil. Creo que voy a hablar con mamá para que estemos juntos más tiempo y compartamos actividades donde te entregues, donde yo te parezca amable y el mundo redondo.Pienso prescindir de todo si estás bien.

Hay luna llena sobre los tejados, una luna azul, con un halo sobre las nubes rotas. Una luna medio fría, sin lluvia, una luna  como un candil.

Al llegar a casa, solo has querido que te cuente un cuento, un cuento grande con letras grandes y dibujos. Querías ver las ilustraciones y al poco rato, te he visto dormir, abrazado a " osito " , un osito de peluche tierno y grandote, pardo, bonachón, agarrándote profúndamente a él.

El sábado hemos desayunado. Te haces el remolón viendo la televisión, tus dibujos. Vamos con la bici en el coche, al frontón. También hemos bajado a echar un vistazo al árbol que pone Carlos. Disfruto de este calorcillo de otoño sentado en una piedra. Al otro lado, están agrandando la capacidad de la garganta con enormes piedras colocadas en la pared.  

El domingo por la mañana fuimos a la finca de Raúl, con Minerva, Raúl y Enrique. Fuimos con el coche de mamá y con la bici que compró para ella y con la tuya, ya de una talla acorde a tu edad. Salimos por el camino y cuando sientes la velocidad y libertad, gritas y te alegras.

Hemos asado castañas sobre una hoguera que hicimos en el suelo con restos de ramas y hojas. Es el tiempo de este fruto, cuando los erizos se abren y enrojecen las vides. Es tiempo de vinos, de fermentación. La tierra agradece la humedad y recicla lo orgánico. Sentimos el sol como un astro que nos acaricia, que nos deja salir de paseo por la mediodía.

El domingo, antes de marcharme, he ido a limpiar algunas hierbas en la finca. He sentido su poder, el poder de la entrega a lo vivo. El sudor, tu olor a niño de nuevo al volver a casa y ese último beso que me regalas.

Badajoz, 25 de octubre de 2010

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