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feranza

Un viaje llamado hostitalidad. Rumanía, Mara Mures, septiembre de 2007

Ludovica, en Targu Lapus, me dijo : " Drumetie". Ese es mi nombre ahora: "caminante".

En tren desde Budapest a Debrecen, Hungría. 3 de septiembre.

No sé qué decir de este silencio. Me gustaría pensar : "Estoy vivo, la llamé y me habló. Su tierna voz llenó mi oído como mi sangre. Me gustaría pensar que estoy sobre un vergel de raíles y primaveras como una cascada de agua y unas piernas jóvenes que van al río. Pero cae la noche en las ventanas del tren y estoy dentro de un agujero de idioma que no comparto.

Valea Lui Mihai, 4 de septiembre.

Vago desesperanzado y reflexivo por las calles de este primer núcleo rumano al lado de la frontera. Los escaparates con polvo se olvidan en su vacío. Pasan, andrajosas, tres niñas gitanas, esqueléticas y coloridas como una rama. El suelo es de polvo, de polvo viejo, arruinado.  Bostezan los obreros de la limpieza. Me dejo llevar con la búsqueda pausda del que no quiere encontrar nada. tomates para el sustento. Un mercadillo de nuevo, abandonado. Desperdicios, suciedad y olores. Y no cae ni una sola gota de besos, apenas sonrisas en un pueblo sin alma. Y yo, sin tí, sin esa mirada de pantalla, pero fértil y hermosa al fin. Y yo sin tí, sin esos labios que me prometen lagos, que me dicen, ven !. Hay que elegir: viaje hacia dentro - viaje hacia fuera.

Decaído por la noche, arrastrado por ella, soy un cuerpo que se sienta en una estación cualquiera. Que va entre el recuerdo destilado y hermoso y la espera. Miro mis botas que anhelan caminos entre bosques casi otoñales, fuentes ebrias de hospitalidad y sueños reparadores. Sentado en la estación, espero un tren inmóvil y azul, como una estrella. Ahora, soy una figura demasiado nostálgica, demasiados ojos y poca fuerza. Ay!, estás estaciones y estos trenes y estas mañanas fresquitas de septiembre. Y este ímpetu de lugares y esta colección de gestos! Quiero tener fé en ti y llevarte un manojo de viento y de rosas! Uf !, pero qué bandoleros más despiadados: tu silencio y esas odaliscas que me asaltaron..

En el interior del tren hacia Satu Mare

¿De dónde nace la alegría? ¿ De qué caudal, en qué momento surge esa fuerza que te empuja y que te lleva como una cadena ? Estoy en una sala, solo, soleado, como dentro de un paisaje y al mismo tiempo, ajeno. Creo que voy a dormir en una gran siesta para despertar con un gesto más amable. Qué desvencijado y roto está todo !. Esta primera prueba de fuego, solo confío en la verdad de que nada surge si no hay dolor. Nada nace sin este primer cimiento, primera condición.

 " Más allá de las llanuras urbanas, busco tu bosque, tus ríos, la paz de tu vientre. Asomado a la ventana del tren voy mirando los campos verdes y las llanuras extensas, los pájaros de los maizales, las apuntadas torres de las iglesias ortodoxas. Al fondo, el perfil de un bosque negro. Aquí mismo, las casas grises y sus cercados. las hojas de los castañares amarillean en sus bordes."

 He llegado a Satu Mare, pero la simple intuición de los precios y de la despersonalización de la ciudad, no me concentraron en su visita. Cuando alguien te dice: " aquel lugar donde vas a ir es hermoso y ofrece alojamientos, se enciende una llamita que ilumina un poco el alma del viajero.   Miro los trenes azules de nuevo ahora en la estación de Satu Mare. Hay gente que come dulce por la calle y se arrastra por los pasillos con su tristeza. Miro estos trenes antiguos y pienso de nuevo que la vida transcurre entre idas y venidas. Hay pasividad, casi rural y soledad, desesperanza. Miro a las gentes. hay dos chicas a mi lado, apenas adolescentes. Unas torres negras, redondas, se alzan detrás de los vagones. Se abochorna la tarde y engrisece. Y yo, sentado, cansado y casi triste.

Negresti Oas. 4 de septiembre

Y cómo van cambiando las cosas. En el tren ya casi al llegar y aún como estaba envuelto en mis pensamientos y otros que no me dejaban pensar, una señora en el tren rompió esa capa que nos separa. Su curiosidad pudo más y con ella, otras personas se agregaron haciendo común en todo el vagón esa curiosidad primera. Ello me hizo recuperar algo el ánimo, comenzar a despertar, señalar con el dedo el próximo camino y desembarcar en Negresti Oas. Cae la tarde en esta zona del este. Parece que enseguida se hace tarde y voy buscando algo barato para dormir, que parece que nunca llega. Hay una enorme basílica blanca y gris. Al principio de una calle y buscando un lugar que me indicaron, he pasado al lado de una casa donde una mujer se afanaba en sus quehaceres. Casa humilde y desordenada donde los niños crecen sucios, pero donde hay risas y gloria, donde hay algo infantil en el ánimo de todos que me alegra. He parado, retrocediendo sobre mis pasos y directamente proponiéndole que me alquilase una habitación. A partir de aquí todo ha ido sucediéndose deprisa. Vino el marido de la señora y con su aprobación, enseguida nos encontramos todos envueltos en una escena de magia y descubrimiento. No hay baño, no importa. Me he echado agua con un cubo por encima para asearme, en el patio, junto al huerto. Se afanan en mejorar su hospitalidad.

Ahora estoy dentro de un cuadro, jugando con los personajes, actuando y alegrándome del juego. Uf!, me ha servido ese baño ! Hay unas niñas vecinas que juegan también. Fotos. La tarde va cayendo, siempre cayendo. LLueve ahora un poquito, lo justo para remojarlo todo. ¿ A dónde me llevará este camino de realidades y sueños?. Cómo va el sueño inventando la realidad que vivo, cómo la nutre y luego, rota ya la pompa de jabón, vuelven en sí, despierta.  Ese niño de siete meses que se llama Daniel, si viérais como se agarra a la vida !. Apenas hay hueco para el llanto, apenas. Les he dado 30 lei por el alojamiento. Su madre compró chocolate y golosinas. Me gusta que las cosas sucedan así. Somos provocadores de circunstancias. Enciendo la mecha de las cosas, fijándome en ellas, protagonizándolas sin aplastarlas. Voy a enterrar la noche entre el calor de mi saco.

Museo de Negresti Oas. Certeze. 5 de septiembre

 Anidado, no oí los ruidos de la calle, ni las luces. Solo la mañana me despertó. Escribo esta nota en un pueblo a 5 kilómetros al norte de Negresti Oas, Certeze. He ido a visitar dos museos. El primero de ellos en el centro de la ciudad, museo de arte contemporáneo y etnográfico y luego, el museo al aire libre de Tarri Oasului, de la mano de Dana, que habla también portugués. Es un recorrido interesante por esta aldea-museo donde se encuentra la lavadora natural, aprovechando la fuerza del agua y un remolino a modo de centrifugado en una vasa de madera que hay al fondo. Hay aperos de labranza, casas antiguas, cerámica, útiles domésticos de la zona, etc. He despedido a Rodica y Alejandro, donde dormí anoche. LLueve. Por la noche también lo hizo. LLueve con mayor o menor intensidad, depende del momento. He optado por hacer autostop. Me ha montado un coche donde viajaban dos polacos que viven en Bucovina, donde al parecer, hay una minoría polaca, unas seis mil personas. Uno de ellos ha editado varios libros, entre ellos una guía de turismo de la zona. Hemos llegado a Sapanta y frente al famoso "cementerio alegre", hemos tomado café en una terraza. Es emocionante su actitud, su ímpetu por expresar las cosas, pero la verdad es que he entendido poco. Me ha dejado varios libros publicados, de regalo, pero creo que me van a pesar demasiado. He olvidado, escuchando a este hombre hablar mitad rumano, mitad inglés, lo que ocurría alrededor en ese momento.

En una casa particular he encontrado alojamiento. LLovía, me estaba mojando y he encontrado a un hombre mayor que pasaba por la calle con un carrito. Apalabré el precio y me dirigí con él a su domicilio.  En su casa, resguardado de la intemperie, he escrito estas notas: " Estoy en Maramures, ,no me olvidé de tí ni te he metido en mi baúl en ningún momento. Agrando tu imagen y no creas que es por la distancia, por la nostalgia o el deseo. Es que te tengo enfrente sin tenerte. Ahora mi actitud es hacia tí, como lo es la nueva mañana que nos ilumina a pesar de la lluvia , a pesar de la niebla. "

Siento calorcito en la espalda con el fuego encedido en la soba , que es una estufa de exterior cerámico y en forma de L que sirve tanto para cocinar como para calentarse. Normalmente se usa madera de haya o de quercus. Estoy escribiendo sobre la mesa del hogar. En la televisión rumana se habla de lo que sucede en el mundo. Fuera, los campos, demasiado verdes, absorven en redundancia, más agua aún. He metido mis manos en agua caliente para lavar la ropa. Esto me ha tranquilizado. He pasado algún rato de frío, pero todo se remedia, menos eso que sabemos. He vuelto a escribir, quizá para no sentirme muy solo : " Con la seguridad de hogar que vendrá, así me gustaría tenerte. Este tenerte, sin embargo tan lejos, ese querer hacerte un lado en mi asiento, abrazarte quizá hasta los huesos, tocarte sin invadirte, eso, es lo que ahora se abre camino en este mundo que quisiera compartir contigo."

El suelo es de madera. Presume la estancia de calor y orden. Fuera, el frío llega a decir que el otoño llegó. Hoy he visto rostros de hombres y mujeres que se curtieron con la tierra y un hombre que me hablaba apasionadamente de lo que escribió. Voy manejando la realidad con una actitud abierta, provocadora quizá, pero sin cortapisas ni rincones. Quiero dejar esa sonrisa o quizá despertar curiosidad. Me conformo con mi estar sin opulencia ni orgullo. Quiero mirar, estar ahí sentado, junto a la vieja o al joven que me enseña sus vacas. LLega un hombre mayor, con su sombrero, voz ronca, caminar lento, interrumpido. Me dejo la intención tratando de entenderle, pero su voz entrecortada y mi escaso dominio del idioma no ayudan. Ay ! y como llueve fuera y qué gusto sentirse así, abierto a todo, cambiado aunque alrededor, el entorno, no dista demasiado del mío. Pero sin más que ese jugar entre la necesidad y la búsqueda es suficiente para alcanzar a tocar la panza del pájaro de la felicidad. El calor de la cocina, la entrega de esta señora de negro, la luz, este cuaderno.. la lluvia fuera, su música. Huevos con tomate para cenar, mi estómago y mi alma en paz. Le he dejado 30 leu.  Creo que nada de esto se puede pagar,  ni vender, ni comprar, pero es coo un tributo a mi atrevimiento, el precio de mi atrevimiento.

Estoy en la cama, una cama grande en una habitación bien iluminada. He ido a dar un paseo pero no hay luz en las calles. LLueve. Nota dominante. En el salón hemos hablado de la familia, fotos, también, como he podido, de la hospitalidad. Al subir, Ioan, que duerme solo con su perro Niki a los pies, ha salido descalzo por el patio. Hace frío, se anuncian más lluvias. Son cerca de las once. Es curioso esto, no hay emociones fuertes, pero soy feliz en esta casa. ¿ Cómo debería ser un viaje?. No sé hacer otra cosa que esta prueba que me sugiere mi alma. He gastado poco dinero, destilándolo. Me quedo con el sabor de la voz portuguesa de Dana, las explicaciones emocionantes de Wojciech y la convivencia con Anca y sus padres, cada uno a su manera. Anca con su biblia, su madre al trajín y su padre al vino y a su tele.

Un nuevo día. He llegado a Viseu de Sus: 6 de septiembre

He dormido en una cama grande donde caben dos, sin duda. Amanece temprano y sobre las siete y media, arriba. Nublado pero no llueve. He aprovechado para dar un paseo hacia el cámping pero sin llegar a él, ya que la lluvia,poco a poco se ha hecho presente. He caminado entre las casas y los huertos, los jardines naturales, el barro de la calle, el frescor y la humedad del monte. He caminado abriendo el pecho y saludando a la gente que encontré y con la que me paré a hablar. Cae una llovizna apenas perceptible, pero que no abandona el pueblo. Hay niebla en el monte, sobre los árboles. Caminito y manta después de dar cuenta de unas patatas fritas, tomates y chocolate de sobre. En un pueblo cercano me fuí con auto - stop a Sigheti. Una señora, dueña de una pensión, me llevó hasta la ciudad. Fuí andando durante unos kilómetros. En Shigueti hice tiempo dando una vuelta. " Con poco dinero y con la actitud adecuada, se puede viajar y sentirse bien". En un bar pequeño, como una cueva, se oye música rumana folk, alegre y atrevida. Se fuma y huele a comida. Mezcla de olores y hueco para el viajero. Una chica que no encontraba sitio, se sentó en mi mesa. Ella fuma y bebe y yo, pienso, descanso y escribo. Ay!, pero mira como mis pasos van guiándome por las lindes de personas que se disponen para ofrecerme su hospitalidad sin reducciones. Allí, en un locutorio, me esperaba Florin, que nació justo cuatro años después que yo, un 13 de diciembre de 1973 y que habla bien español, producto de su periodo de vida en  Barcelona. Es un buen hombre. Fuimos a tomar cerveza y con su coche a un lugar del campo. Hablamos de negocios, de las posibilidades. Luego estuvimos en una pensión de madera en el campo. Es buen tipo este.  Comimos en un restaurante típico y me llevó a la estación justo en el momento de salir el tren para Viseu de Jos. El viajero se siente bien con su compañía

De Viseu de Jos a Viseu de Sus en auto-stop. Aquí hay mucha gente que trabaja en España y en Cataluña, sobre todo. He llegado a Viseu de Sus. Desde aquí sale un tren turístico. En el despacho de la policía comunitaria, buscando información , he recordado el futuro, con nostalgia y cierto gustillo: "¿Te acuerdas, Antonio, cuando en Rumanía, cualquier casa era una pensión?. Buen, pues en ese momento, que pertenecerá al pasado, estoy inmerso ahora en este presente, que pasa delante mía con una parsimonia como la que tienen las cosas que se resisten a cambiar. El policía escribe sobre un papel la información sobre horarios que le dieron por teléfono, con el nombre de la compañía y todo. Antes, he encontrado una casa con habitación de alquiler. Huele extraño, a viejo. Y al principio, me ha echado un poco para atrás, pero he salido a dar una vuelta, pasear y tomar una cerveza, hablar con Beti y el niño y al volver, una ducha, me ha reconfortado.

Quiero dedicarte unas palabras. Mira, aquí, los campos húmedos y verdes pasan corriendo como ciervos delante de la ventana de un tren viejo que me lleva por los túneles de este otoño anticipado en Maramures. Estoy algo confundido, algo triste quizá, algo nostálgico, mirando por la ventana y solo en el compartimento del tren. Pasan como ráfagas los túneles oscuros y no hay luz en el vagón. Me siento un poco ido en este lugar y mi alma no se aclara, pero te recuerdo, recuerdo tus besos a través de esa pantalla y recuerdo tus palabras dulces. No estoy seguro, aunque confío en que vuelvas a mí con la seguridad del pájaro que vuelve a su nido. Confío por entero con una fe que ahora trato de alimentar y fortalecer, en ese lazo que nos prometimos. Adivino tu gesto frente al acantilado y tus brazos alrededor de mí. Quiero imaginarme todo eso. Te escribo desde una mesa de cocina, al lado de una señora que pela cebollas y que me hace saltar las lágrimas. Créeme, no estoy triste. Más bien, un poco caído sobre mi, no sé. Te entrego estas palabras sobre la alfombra que espero regalarte, una alfombra de besos, caricias, ,un lugar, un pozo de agua. Espero la mañana, el día y de nuevo, un recorrido. No cuento con nada, tan solo con mi fuerza y mi alma, con mi fe y con la alegría que salga de mi para llegar a otros en un juego de espejos que me iluminara.

El tren turístico y ese paisaje. 7 de septiembre.

Se levanta temprano la mañana. He salido de la casa tras un desayuno a base de te y pan con mantequilla. He ido a la parada del tren turístico. Un tren lento que conduce, camino de la montaña y la madera, hasta un lugar llamado Faina. He sacado el billete. Un francés que viaja solo, acompaña mis primero momentos. El tren va despacio, alimentado por carbón y leña de pino. Se puede observar todo desde él: la vida del campo, las casas, el río que baja en dirección contraria a la marcha, los árboles del bosque, la fertilidad de la vegetación. Una mujer mayor pide limosna en una parada. Es una señora medio ciega, que viste harapos. Sigue el tren. En la vía casi se pueden contar las traviesas. Voy haciendo fotos y videos. Ahora, una pareja de alemanes de Dresde, ahora, unos rumanos que han bebido en grupo, ahora, una señora. Todo entra en conjunto y armonía extraños. He bebido cerveza con los rumanos. Uno de ellos se llama Gabi. Justo en este momento el tren ha descarrilado, cosa que sucede con bastante frecuencia, pero sin llegar a caerse. Hemos estado detenidos más de media hora junto a la vía y en mitad del bosque. Hace frío, bastante frío. La señora ha encendido una chimenea que hay en el vagón. Luego, me he quedado dormido antes de llegar al final del trayecto. He comido un poquito de carne a la parrilla "mich". La vuelta sin incidentes, pero un poco saturado y cansado por el humo, el olor a carbón y el tiempo. La locomotora avanza con su carga de maquinaria, ganado y personas. Al llegar a Viseu de Sus, he buscado la salida del pueblo y con una furgoneta, a Viseu de Jos. He preguntado horarios en la estación y a la búsqueda de habitación. He encontrado una en la casa de madera de Stephan, un señor enjuto de carnes, cincuentón, divorciado, de voz ronca y que habla a golpes. Pero hospitalario, a fin de cuentas. En su vieja habitación he dejado mi equipaje y luego, he salido a dar un paseo en busca de novedades, recalando en un bar de gentes que se dejan el dinero en la bebida blanca de las lamentaciones. Ha habido un momento de disputa, por las diversas ofertas que me hicieron por habitación. He prendido la pólvora del reclamo. Una especie de puja. Una abuela con pañuelo me acaricia, mientras, por detrás, los pelos y los hombros. Mientras, otro señor bastante bebido y con la mirada ida, me propone dormir en su casa y conducirme después a la estación. Al otro lado se ha sentado una familia y enfrente, una señora me muestra su carné con la fecha de nacimiento: 1960. Vive en concubinato con un hombre mayor con sombrero, que la acompaña. La otra familia, compuesta por un hombre de mediana edad, una señora de similar edad, una señora mayor con pañuelo y una chica de 18 años, me asalta a preguntas y me informa que trabajaron en Málaga, que conocen Torremolinos. Al poco tiempo, ha llegado Stephan y me ha sacado, literalmente, de allí, a mi pesar. Parecía una historia en la que no llegué a conocer el desenlace. Sin embargo, me he marchado con él a su casa, donde también le acompaña un amigo que vive en Arad. Pero he estado silencioso y disconforme. Cuando he podido, he vuelto al bar, a sabiendas de que la situación se habría disuelto.  En efecto, termino una cerveza solo, espectador en el lugar. Los ánimos se han acalorado, surgido las tensiones. He vuelto a casa de Stephan para dormir y hablar un poco.

En Targu Lapus, con Ludovica en su pensión. 8 de septiembre

LLueve. Esa es la primera noticia que tengo del día. Cae por una canal, un chorro de agua y el ronroneo de la lluvia, me acuna en el saco. He dormido sobre un sofá, abrigado addemás en una de ess mantas envueltas en sábanas. Me he levantado de madrugada para orinar en el patio, pues el baño consiste en un habitáculo de madera con un foso. Sobre las ocho de la mañana, arriba. Café de puchero, despedida con un abrazo y al tren. Aunque llueve, conservo el suficiente optimismo para empezar un nuevo día en Maramures. Compro el billete en dirección a Nasaud, Dej y Galgau. Es un tren de estos azules, con asientos enfrentados. Escribo en mi cuaderno y en mayúsculas : " Buscador de hospitalidad, cada día es un desafío". Quizá podría ser este un buen lema del viaje. Dejo mis brazos a disposición del que los quiera. Ahora el tren pasa por un túnel y se hace de noche completamente. No hay luz en el vagón. Así, durante dos o tres minutos. Se bajan viajeros, siempre con sus ropas oscuras. En Salva, donde hay que cambiar de tren y esperar casi dos horas, he dado un paseo y parado en casa de María, que tiene un nieto que se llama George y cinco hijos trabajando en Roquetas de Mar. Me ha ofrecido huevos, queso y tuica. He comprado salam y pan . He comido en su casa al calor de la lumbre. Luego, ha llegado su hija con su marido. Hospitalidad y fotos en el patio. Más tarde, he cogido el tren en dirección a Dej.

El día está gris, triste. He llegado a Dej y tengo que esperar otra hora y media. Este tiempo en las estaciones de tren, tiene su filosofía. Me he lavado las manos en una fuente. Desde Dej, salen trenes a Cluj, hacia el sur y también hacia Baia Mare y Jibou, al oeste. He esperado frente a las vías, pensando en no se bíen qué cosas. Este tiempo muerto, tiene lo suyo. Pasa una niña pequeña pidiendo dinero y tocándolo todo. El día está gris y estoy frente a un tren azul, este cotidiano tren azul. En Dej estuve el año pasado para ir a Baia Mare. Es una estación con bar y tiendas pequeñas donde venden de todo. La gente come en cualquier lado, a base de víveres. Hace un día de otoño. Estoy solo, realmente solo en mitad de las vías. De vez en cuando pasa un tren haciendo un ruido metálido y pesado. He entrado al bar para escribir y tomar una cerveza marca Noroc, que en rumano quiere decir "suerte" y que cuesta 1,5 lei. Cuando he pedido un vaso, el camarero, tras la barra, no ha sido muy amable, pero en fin. No sé bien qué escribir, pero te dedico mi recuerdo a la espera de tí. Esto no va a ser fácil, pero tengo un ascua encendida desde que llegaste. Ahora vivo en un viaje que no busca otra cosa que hospitalidad, pero si estuvieras tú, sin duda, haríamos partituras con el cielo gris y cantaríamos las noches con poca luz en las calles como dos locos. Si estuvieras a mi lado, cuántas cosas podría enseñarte, no ya de un país que voy conociendo bien, sino de este mundo interior que alimento ahora y que no quiero abandonar. Esto no va a ser fácil, pero los amaneceres a tu lado serían de miel, porque nos encantaría saborear la hospitalidad de la cocina y las estufas y de los abrazos. Guardo para tí este sentimiento que ya te comenté, mezcla de tristeza, intimidad, nostalgia y peregrinaje. Tanto espero ese momento de destapar delante de tus ojos estas páginas húmedas ..!. Solo , en mitad de la estación , en el ecuador de mi viaje, extiendo una alfombra de esperanza. Espero esa luna y esos días largos y luminosos, como quien espera un parto. Mientras, voy reuniendo fuerzas,  mitad para esperarte, mitad para seguir vivo y brillante.

En el cruce de Galgau a Tirgu Lapus, he esperado el autobús. Entre que llegaba y no, unos chavales, alguno de ellos bebido, me rondan y preguntan. No tengo ganas de hablar. Quiero estar solo. ha llegado el autobús. Es un trasto antiguo con asientos de pelo, como un sillón viejo y destartalado, pero que me ha llevado a Targu Lapus. he entrado en Maramures judetul ( provincia ). El paisaje es distinto. No son grandes montañas con árboles enormes. Son más bien colinas y prados verdes, casitas y otra decoración. Unas cruces de madera y tambien iglesias apuntadas.

He llegado a Targu Lapus. Es una ciudadita pequeña, con bloques de viviendas y casas, rodeada de monasterios. He buscado alojamiento a la salida, hacia Covnic, pero muy caro. Luego, dentro del pueblo, pensión Elena, más económica que la anterior, pero sin agua, por avería. La señora me ha indicado el camino a Casa Ludovica, en la misma dirección que la salida al monasterio de Rohia. Es una mansión grande, a las afueras. Ha salido a recibirme una chica muy linda que se llama Lavinia y tiene 18 años. habla un poco español. Me he duchado y lavado un poco de ropa. Se hace de noche y he dado un paseo por los alrededores. Hay una familia que viven en Palafrugell, Barcelona. Muchos emigrantes por aquí. Después, he buscado a Lavinia y hablado un poco  con ella en la calle. Al lado, atenta a la conversación, su abuela, una señora mayor con pañuelo. Ludovica es mujer hacendosa, diligente y con cara de buena persona. Lavinia se ha marchado para salir a una discoteca en un pueblo cercano y me vine a la habitación para meterme en el saco. En la estancia, hay una segunda puerta con sillón y cristaleras.

Monasterio de Rohia y lluvia en el valle. 9 de septiembre

La mañana la marca el canto del gallo y una neblina sobre las casas y el campo. He compartido el desayuno con Ludovica. al café solo le hemos añadido un polvo blanco como la leche en polvo, que se llama Cofetta y que suaviza su sabor. También, sobre la mesa, en varios platitos, ella ha servido una ensaladilla de berenjena, pimiento y algo más de color rojo anaranjado, que se llama zacusca. El nombre de esta comida me lo ha escrito en la libreta, Ludovica. Ha parado para atender a una familia y luego continuamos. Ludovica tiene dos hijos, uno en Atenas y el otro en Constanta. La emigración está a la orden del día. Además, en muchos casos, sin retorno. Ha comenzado a llover, cuando he tomado el camino de Rohia, un poblado cerca del cual se encuentra el monasterio Santa Ana de Rohia. Voy con paso decidido por la carretera asfaltada, pero a ratos en obras y donde el pavimento se confunde a trozos con la arcilla pegajosa del terreno. Entro en zona de bosque y al lado mía, se suceden las cruces ortodoxas de madera con su cristo, que en algunas toma una postura algo chistosa y laica. Me he adentrado hasta la cresta del valle y enfrente mía como en un mirador, se puede observar entre brumas, casitas de madera, tejados de hojalata e iglesias de plata, la cavidad femenina del valle. He observado todo esto con verdadera emoción y al llegar allí, he buscado el camino del monasterio a unos tres kilómetros. Antes, paré en u n bar donde me dieron agua del grifo, amablemente. Cruzo el arco que da paso a la zona santa y un hombre al que le falta una pierna, posa para una foto. Parece un mendigo medieval. He subido una cuesta y tropezado con dos chicos: Andrei y Hihali, de 12 y 13 años, que me condujeron por un camino primero y un sendero después , hasta las lindes del monasterio. He sudado mucho al atravesar el sendero entre las húmedas hayas, el suelo cubierto de hojas, entre un olor a orgánico y a vegetación húmeda. al llegar, he bebido agua y me he dispuesto para escuchar una parte de la misa. Antes y desde lejos, se oyen los cantos de los calugas. Son hombres religiosos de pobladas barbas. He fotografiado y filmado meintras descansaba algo exhausto por la subida. Todo el mundo escucha en silencio. A la bajada, lloviendo, mojándome y la humedad traspasando mis ropajes, me he sentido feliz y he extendido mis brazos en forma de cruz entre esta vegetación tan divina. Es difícil llevar a la palabra, comunicar mediante estos escritos, las sensaciones que llegaron a mí. Caminaba ligero, algo cuesta abajo, ligero y cordial, sereno. Caminaba creyendo que estabas ahí sonriéndome y gozando gloriosa de este camino. todo estaba húmedo y exhuberante, aunque sin sol. Todo aparecía mojado. De las altas ramas de las hayas caían chorros de agua muy pura y dulce. De las pequeñas plataformas de sus verdes hojitas, donde apenas se retenía por unos momentos la lluvia, caían sobre mi viejo paraguas una tras otra, gotitas de otoño y libertad. el sonido que produce, invita a soñar y a dejarse acunar como un ronroneo dentro de esta atmósfera en calma, al calor quizá de alguna brasa o de alguna cocina. Bajo solitario, pletórico y abierto como un pulmón sesgado, con el alma en un reguero de esos que dibujaban líquidos los lindes de la carretera. Y me he mojado, claro que me he mojado, pero he querido seguir bajo esta lluvia que no cesa, pero que no hiere, que acompaña bajo un bosque encantado. A la bajada me he esperado a que pasaran dos chicas. Una de ellas se llama Davinia. Las he parado y hemos hablado bajo los paraguas. Me he llevado un recuerdo de fotografía. Tienen dieciseis años. Desde Rohia se puede ir, siguiendo la carretera, al monasterio de Boiereni, pero no he ido. He regresado sobre mis pasos. Hay una familia que trabaja en Alcantarilla, en Murcia. La mujer, en una fábrica y el marido, en la construcción. Tienen un coche lujoso y oro en el cuello. No deja de llover y el agua, se ha colado en mi bota derecha. Ahora trato de no mojarme demasiado, pero tampoco  me importa demasiado, durante los siete kilómetros que me separan de la pensión. He llegado  pero Ludovica no está. He tendido mi ropa en una percha metálica, pero sigue la lluvia persistente y por la humedad del ambiente, nada de lo que lavé se ha secado. Me pongo las escasas prendas que traigo de abrigo y salgo a comprar algo para comer, en el centro de la ciudad. Las calles están desiertas en esta tarde de domingo y resulta complicado encontrar un lugar abierto. Me he traido un trozo de mortadela de pollo y pan. Estoy bastante cansado y algo desfallecido. Parece, que al escasear las fuerzas, el ánimo está más débil. Eso ya lo sabía y he tomado mis precauciones. Me he echado sobre la cama, al abrigo del saco y así, tendido, he dejado que pasaran algunas horas. Cae la lluvia y en la calle, venden las gitanas no sé qué cosas, con una bolsa grande de cuadros. Entran en las casas, descaradamente y con un saludo habitual : " Alo, domna". Y entran, deshojando la margarita que llevan escondida entre el silencio de las chimeneas y el pasto de los graneros que forman parte de la misma casa. Unos espacios para el hombre y otros para los animales en una distancia apenas perceptible. También, en algunas casas, hay lugar para los cultivos, sobre todo de maíz, que han evolucionado hacia el patio de recreo, en el caso de que el modo de subsistencia haya derivado al turismo o se hayan convertido en viviendas vacacionales para emigrantes que regresan por verano.

Cena anticipada con Ludovica sobre las seis de la tarde, a base de chorba de burta  y carne. También, pepino en vinagre, ardei jute ( pimiento picante ) y un poquito de tuica ( orujo ) de coarne. Sobre la estufa ( la soba ), se va secando mi ropa mojada. Hay un silencio absoluto y una magia incomparable dentro de él. Yo escribo y ella me mira en silencio. Hablamos de ciertos frutos como las avellanas y la propia coarne, un fruto silvestre que no conozco y no encuentro traducción. Más tarde, he ido a hacer una visita a unos rumanos que viven en España. Ales se quedó en silla de ruedas debido a un accidente en Barcelona. Hemos hablado de las circunstancias del accidente, de cómo se produjo y de cómo les cambió la vida desde entonces. Tras la cena y hospitalidad, hemos ido a un pueblo cercano en coche, Rogoz. Allí, tienen una casa, y hemos visitado la iglesia de madera que no está iluminada y apenas se ve nada. Las calles son de piedra y barro. Hay charcos por todos lados. Cada casa nueva ha sido construida por emigrantes en España, en Alcantarilla, Cieza, Palafrugell...Hemos parado en la casa de la madre de su señora, una mujer mayor, que convive con animales y un bivol ( búfalo específico de aquí ) hembra. Es una casa mugrienta, pero acomodada a esta señora, que es ciega desde pequeña y que vive sola. Hay animales de granja, cerdos, gallinas y otros. Al despedirnos, me dió una botella de plástico con dos litros de leche de bivol que le llevé a Ludovica para elaborar mamaliga.

Hacia las iglesias ortodoxas de madera ( Biserica de lemn ). 10 de septiembre

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