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En la Garganta Parral

El fin de semana fué entero de agua. De agua que baja, deja su rastro de frescor y baño y luego se precipita hacia el Tiétar. Bueno, de agua y de piedras y arena. Ese trocito de playa junto a la garganta, bajo el puente Parral, es un lugar donde nos abrazamos, donde jugamos, nos bañamos. Es nuestra feria, nuestro tiovivo de las mañanas ahora calentitas de junio, en las que da gusto dejarse caer por allí. Huele a vegetación, verde, animada y al mismo tiempo hay una magia de juego atrevido que compartimos. La secuencia es la siguiente. Mamá te puso ropita de baño y en una mochila echamos la toallas, crema protectora contra los rayos de sol, algo de comida, como galletas redonditas en paquetes y zumos y los manguitos, cada uno de una manera. LLegamos a la garganta, ahora podemos meter el coche dentro , en el recinto. La garganta, aún corre sin barreras y un poco más abajo hay una charca que cubre. Te quitas las chanclas, te desnudas, te echo crema con pulverizador, te hunto por todo el cuerpo sin restricciones, hasta en la cara y luego te coloco los manguitos. Antes de tirarte al agua casi de cabeza, pero a corta distancia, me pides que compruebe si los manguitos están bien colocados. Te arrojas sin miedos a esa pocita y yo te veo descalzo sobre las enormes piedras, sobre las lanchas que cercan el regazo de agua. Desde allí te miro unos instantes mientras te veo chapotear sin tregua, mover con energía los brazos y las piernas y hacer saltar el agua a tu alrededor. Mantienes como puedes la cabeza fuera del agua y sabes que no te hundes porque un aire te mantiene a flote. Me meto contigo, tengo ganas de acompañarte aunque noto el agua fría como va subiéndome cuerpo arriba. Luego, tras una pequeña vacilación, me arrojo también. El unos momentos, estamos los dos dentro y como es aún algo temprano, no ha llegado nadie a la garganta y estamos solos. Ese momento es indescriptible. Chicho recorre los rincones en busca de insectos y está pendiente de lo que ocurre. Te llevo detrás, subido en mi espalda, mientras braceo sobre el agua y floto como puedo. Recuerdo esto cuando yo, más o menos con tu edad, también me subía a la espalda de mi padre, ahora tu abuelo, para que me llevara sobre el agua como un delfín. Yo no tenía miedo, aunque sí cierto reparo al agua que no veía el fondo. Al cabo de un ratito te veo temblar, con la piel firme, fría, erizada. Te saco los manguitos,te envuelvo con la toalla como si quisiera abrarte al mismo tiempo y te siendo delante mía para darte calor sobre las piedras grandes, que son como camas puestas al sol. Te recojo en mi regazo, te abrazo, siento tu piel, el olor de tu pelo, tu suavidad, la frescura que te quedó en la superficie, tu tacto, tus besos...

Siento todo esto y aún más, es la naturaleza la que ahora nos deja su esencia y nosotros saboreamos de esa delicadeza con riesgo y aventura.

Tienes moratones por todo el cuerpo y señales de heridas pasadas y otras nuevas que te salen a cada momento.

Yo sé que eres un niño inquieto, descubridor, explorador. Eso lo llevas dentro, en tu sangre, en tu alma.

No pierdas nunca ese fuerza sin freno. Te voy a querer de todos modos, pero no quiero que dejes de ser quien eres. Ahí está tu esencia, eres tú así.

Talavera la Real, 17 de junio de 2009

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