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feranza

SEGUNDO DÍA : 11 DE JULIO

He dormido rodeado de un viento horrible, pero resguardado entre la pared y las piletas de cemento, dentro de mi saco. Hace frío y rugen los chopos. Cafelito mañanero en el bar. Antes, me puse al sol, para coger grados. El camino al castillo es una ruta señalada como PRHU-105. Llegada y fotos desde distinto ángulo. Dentro del monumento, impresionante genealogía de reyes : Aragón: Ramiro I (1035-1063), Sancho Ramírez (1063-1094). Se comenzó a construir en 1071 como defensa contra el ataque de los moros. Desde aquí se puede divisar el rio Sotón y embalse de la Sotonera que abastece a los Monegros, donde se está cultivando arroz. Depresión del Ebro a lo lejos y Ayerbe en dirección suroeste. Hay una vista inmensa. He bajado al pueblo por el camino, cogido la mochila y me he despedido de la gente que lleva el bar. Caminando por la GR-1 hasta Santa Engracia a unos cinco kilómetros. He cogido melocotones a la salida, junto al cementerio, unos rojos y otros amarillos. No he entrado en el pueblito, situado bajo la Sierra de Loarre, pero en una indicación que hay a la entrada pone que tiene veintiocho habitantes y que celebra fiestas por Santa Lucía, tambien informa que la iglesia es del siglo pasado. A la salida, en el cruce para Sarsamarcuello me he parado un buen rato para hablar con Jesús Coronas, que va de labranza con su tractor y que lo ha detenido al lado de una cruz de piedra. Hemos comentado sobre la incomunicación de hoy en día, sobre el aborregamiento, sobre el despoblamiento , a veces rabioso, del campo, de los hijos que abandonan su familia y su entorno en busca de una vida mejor, etc. Al poco tiempo he llegado a Sarsamarcuello. Me ha sorprendido que sobre la puerta de cada casa figure, en azulejos, el nombre de la familia que en ella habita, de este modo no hace falta numerar las viviendas ni bautizar las calles y las cartas por correo, llegan donde tienen que llegar. Bajo la iglesia se suceden lápidas incrustadas a sus muros de antiguos enterramientos. Sepulcros de niñas que murieron al poco tiempo de nacer, a principios y mediados de siglo y que ahora, si vivieran, sería mujeres mayores, abuelas quizá, a punto de morirse. Todo es cuestión de tiempo y me he quedado sentado, pensando. El viento me ha hecho moverme, levantarme para dar una vuelta. Callejeando he conocido a una chica que iba vestida de rosa y que se llama Rosa y a su prima Leticia, 22 y 17 años respectivamente. Hemos hecho confianza y me han llevado a su casa, casa Morlans, a compartir el almuerzo con ellas, no se desprecia. Es una casa de tres plantas con cámara a modo de ático. Es edificio antiguo con vigas de madera en el techo. Han preparado una comida de filetes fritos y ensalada con pasta de tirabuzones. Todo bien y ambiente agradable, como en casa. Me han enseñado, como un secreto, todos los rincones de la casa, las fotos antiguas, los aperos de labranza de antaño. Rosa es ancha de cuerpo, pero hermosa y frágil de cara. Está estudiando en Zaragoza, terminando el proyecto de su carrera de ingeniero técnico agrícola, y sabe mucho de los cultivos. Frente a la casa hay un huerto, frente al huerto, la iglesia. Una visita al templo y subida al campanario. Tras la comida tomamos té verde, bastante bueno y nos hicimos unas fotos. Me veo de nuevo en el camino en busca de Riglos, con mi mochila inseparable a hombros, siguiendo el camino que pasa por Linás de Marcuello en la misma ruta GR-1. He pasado sin parar por este pueblo hasta los mallos de Riglos. ( Mallos en el dialecto fabla en el alto Aragón, significa montaña ). He caminado entre el aire de los pinares, perfumado por el viento, pensando en las oportunidades de la carne, en los placeres prohibidos, en las renunciaciones a las que está sujeto el hombre nómada. Me he parado en una fuente que está justo a la desembocadura del camino con la carretera. Continué por ella, no sin arrepentirme un poco, hasta Riglos. Al fondo, a la izquierda, se ven las casas de la estación. He entrado por las empinadas calles y he caminado por ellas para reconocer, para familiarizarme con este lugar y buscar intuitivamente un sitio para dormir, un poco protegido. Al igual que en Sarsamarcuello, las casas tienen nombre, las calles no. He ido a para al único lugar público, bar El Puro, que es desde donde escribo estas últimas notas. He hablado con el dueño y con Ramón, con quien he intercambiado conversación sobre el Camino de Santiago. Según me cuentan, el nombre de Riglos hay que debérselo a la Orden de los Riglenses. Los mallos, enormes y perpendiculares, se yerguen majestuosos sobre el pueblo, como gigantes sobre sus casas, y son codiciados por escaladores verdaderos, perfiles verticales como filos de cuchillos primitivos. He dado otra vuelta más por Riglos, pero en vista de que no encontré lugar adecuado, he decidido pasar la noche en este local que además de comidas ofrece habitaciones a precio asequible y en buen estado y comodidad con el nombre de Casa Toño. La luna juega entre las nubes, hace frío fuera. He lavado la ropa después de ducharme y me fuí a la cama después de una cerveza.

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