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feranza

SEXTO DÍA: 20 DE AGOSTO DE 2001

El viajero se ha despertado ya con el sol arriba y pasadas las ocho y media de la mañana. El viajero siente daño en los pies y varias ampollas en el pie izquierdo que le hacen cojear un poco. He mirado a todos los lados y solo se ven campos desiertos de color blanquecino. Me he incorporado y bajado como he podido a desayunar a la travesía del pueblo, al bar Isabel. Un chico de los de anoche, me sirve un café con dulce y sin más, me he colocado una tirita y dejado el pueblo, tomando a la izquierda la carretera hacia Campos del Río, a unos cuatro kilómetros. Hay que subir un poco, nada más salir, para luego llanear por los campos que sueñan con una buena tormenta en condiciones.He llegado a Campos del Río, casi sin darme cuenta y al entrar, me he metido por un paseo peatonal. He comprado zumos y chocolate y al salir a mi derecha, después de que un señor muy amable me ofreciera un lavabo para refrescarme al final de su garaje, paso delante del busto sobre pedestal de la Tía Juana de Calderón. Debajo hay una dedicatoria con fecha : “ Su pueblo 2.. - 6 - 86 “. Al nº 2 le falta acompañante, otra cifra que se ha perdido. He continuado hasta Alguazas a unos doce kilómetros por la misma carretera. El sol pega con fuerza, desfiando y el viajero tiene que echar mano de su cantimplora para calmar su sed. He pasado el cruce de Los Rodeos, que dista un kilómetro y medio de la carretera. Terrenos de melocotoneros y albaricoqueros en menor proporción. Huele a aguas residuales y las cigarras chillan con desesperación. El viajero nota molestia en el pie y se resiente. Cuando pasan los coches, tiene que apartarse un poco del asfalto y estar pendiente. Percibe el olor de los ocupantes de los vehículos, un olor que se quedó atrás, que viaja más despacio y que poco a poco se disuelve. A la izquierda, queda la finca Los Almendros, con árboles frutales. Se ven de vez en cuando balsas de agua para el regadío y algunas casas a lo lejos apiñadas, tambien edificios. Detrá, otras montañas. Tras pasar el cruce que a la derecha conduce a la Presa de Los Rodeos, de la Confederación Hidrográfica del Segura, he pedido agua en una cortijada con frutales, que me han servido, rellenando mi cantimplora desde una gran cántara con pitorro. Hace un calor sofocante, vuelven los cultivos de limoneros y el paisaje se hace algo más rico, más verdoso y con más arboleda.He llegado antes de lo que esperaba a Alguazas, pasando delante de los primeros almacenes, fábricas de conservas y polígonos industriales. He ido a una fuente a refrescarme, una fuente que tiene un pulsador que dura poco tiempo. El viajero, para apañarse bien, tiene que pedir ayuda a un chaval y la ofrece a su vez a una chica bonica que lleva un carrito para repartir correspondencias, un carrito amarillo con ruedas. Hemos hablado y mis palabras iniciales obtienen respuesta en su rostro empapado, en su cara sudorosa y aliviada por el agua. Ella, como yo, ha sentido la necesidad de agua y el alivio de la fuente. Algo nos une. Hemos caminado juntos hasta la plaza del Ayuntamiento. La he invitado a una botella de agua mineral en el pórtico ensombrecido del Hogar del Pensionista. La conversación nos ha hecho intimar, en confianza, sorprendidos por los efectos comunicativos, algo cómplices, coincidentes. Ella se ha marchado para comer, dejándome su dirección y yo he hecho lo propio. Se llevó mi móvil para recargarlo. He ido a almorzar al bar Pinar en la plaza de la iglesia de San Onofre. Plato combinado con alto contenido de grasa y huevos fritos, ensalada incluida. Desde mi mesa, con el resto de comensales a mi alrededor, escribo estas notas. He pagado, precio asequible y buen servicio ( 900 pesetas ). Sobre las tres menos cuarto he ido al lugar de la cita con la chica: cafetería Centro, que está situada en una esquina de la Plaza de la Región Murciana, donde hay una gran chimenea de ladrillo y a sus pies una fuente redonda. He tenido que esperar a que abrieran el local. Al poco tiempo he entrado y después, enseguida ha llegado ella, con otra blusa que deja al descubierto su delgadez; es una blusa azul con volantitos y está guapetona, linda. Hemos charlado alrededor de un café en una mesa de la parte de arriba; luego me tomé un pacharán.

El viajero se siente bien, locuaz y dicharachero y ha hablado de lo lindo. Sobre las cinco y media aproximadamente, le han llamado por teléfono y le ha entrado prisa por marcharse. Así es que la he acompañado y nos hemos dado varios abrazos de cariño en su puerta. Me ha dado, de recuerdo, varias ceras de colores con golosina dentro y una baraja de cartas de Mortadelo y Filemón que quise abrir pero no me dejó. Al marcharse me he sentido un poco nostálgico, pero no mucho que digamos. He pasado por la Plaza de Pío XII, donde en el centro de la misma el pueblo de Alguazas, en una estatua, rinde homenaje a su médico D. Francisco Ayala Hurtado, año 1979. He salido del pueblo antes de las seis y me he puesto a caminar bordeando un polígono industrial para después tomar la carretera N - 344 hacia Molina de Segura, todo el trayecto a pie por el arcén. Al llegar a este pueblo, mejor, a esta ciudad con grandes edificios y tráfico abundante, no quise parar y continué la marcha por la N - 301, cruce a la derecha dirección Murcia, pasando al lado de la antigua estación de Renfe con todas sus letras : “Molina de Segura”. Tiene encanto este edificio y contrasta su belleza con el resto de los edificios que le rodean, modernos e impersonales.
El viajero va pensando que Alguazas ( es curioso, tardo en acordarme del nombre ), significa “entre dos aguas”, tal como me dijo la chica. Y que de igual manera existe un paralelismo entre los dos amores que mantiene ella y que ninguno puede dejar.

A la salida de Molina, caminando con precaución, pendiente del tráfico a cada momento, he tomado por la calles paralelas a la autovía, donde el fluir de vehículos es incesante. He entrado en un bar para pedir agua y continuado por el arcén hasta aproximadamente un kilómetro, donde he podido tomar la vía de servicio. Caminar por carretera y aún más por esta, se hace arduo, monótono, fustigante. Huele a ajo; es un olor penetrante.
He tenido que pensar en mil cosas buenas para aliviar el peso. Tras un par de horas de camino, con el pie izquierdo dolorido por las ampollas y sudoroso al máximo, he podido alcanzar las primeras viviendas de Espinardo, un pueblo situado en los aledaños de la ciudad a la que parece que no voy a entrar nunca. Ahora camino por una vía en construcción, unos acerados de baldosas rojas, al lado de unos jardines.
Cuando he llegado a Murcia caía la tarde. He entrado en dirección a la Gran Vía Escultor Francisco Salcillo y he caminado por ella hasta dar con el paseo al lado del Segura. He preguntado a un municipal que se llama Antonio, en la puerta del Ayuntamiento y al que tambien le gusta caminar. Me ha dado un plano de la ciudd y después he cruzado el Puente de los Peligros, o Puente Viejo, donde una una placa que nos informa que comenzó a construirse en 1718 y que fué diseñado por Toribio Martínez de la Vega. He bajado el puente para buscar una pensión y me he metido en la primera que he visto: Pensión Avenida, calle Regaliciar, pasando por Canalejas y luego a la derecha. He subido las escaleras con dificultad. Me han tomado los datos, cobrado 2500 pesetas y las llaves de la habitación 205 y aunque me ha parecido cara en relación con la calidad pésima del establecimiento, he aceptado por el cansancio que llevaba y las pocas ganas de seguir buscando. Me he metido en la habitación y luego en la ducha. He lavado ropa y tendido la colada como he podido con una cuerda desde la ventana al perchero. Hay un ventanuco, un lavabo, una silla, mesita y cama desvencijada. Al viajero todo esto le parece un abuso y piensa que la naturaleza le ofrece mejores condiciones para su caminar, aunque tambien tiene que reconocer que en las ciudades es mejor meterse a cubierto aunque sea aceptando lo que te echen. El viajero es para el campo y los caminos como la miel para las hojuelas y ahora tiene que hacer de tripas corazón y tragárselas.

He salido para curarme un poco las ampollas al Hospital Universitario o de La Cruz Roja, donde me atendió una enfermera que se llama Beatriz, tumbándome en una camilla para inyectarme dentro de la ampolla yodo con una jeringuilla. Luego me he marchado cojeando hasta un banco al lado del rio, donde me he sentado para hablar con Beti por teléfono, durante casi media hora. El Segura transcurre silencioso, como silenciosa es la noche de Murcia. Luego he ido a la pensión para dormir. Se oye el ruido de los vehículos, un ruido estridente que entra por la ventana como un grito. “ ¿ Dónde ese olor de pinos ?, ¿ dónde esa noche de estrellas ?. “ El viajero corre riesgos, uno de ellos al escribir, pues se da cuenta de que a veces es alguien misterioso quien escribe sobre él. El viajero escribe sobre su camino y el camino, al mismo tiempo va escribiéndolo a él, va haciendo al viajero. Camino y viajero son, casi siempre, la misma cosa.

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