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feranza

DÉCIMO DÍA:23 DE AGOSTO.

Al levantarme he visto el pueblo distinto y tras el café he tomado la carretera en dirección a la autovía. Voy recitando de memoria lo que se. Unas chicas pararon con un coche para llevarme, iban a Guadix y lo cierto es que fué una buena oferta, pero me negué. El día se presentaba algo nublado, con brumas y decidí andar deprisa por una pista paralela a la autovía que unas veces te echaba para la izquierda y otras para la derecha, tanto da. Así es que fuí recorriendo entre pensamientos que rumiaba, recuerdos que ya se me aparecían lejanos en los tiempos y otrás cábalas, los últimos kilómetros hasta Guadix. Antes de este último pueblo, inicio, al mismo tiempo de mi camino circular, hallé otro con nombre de apellidos: Hernán Valle, situado en lugar de paso y con un lavadero que se resiste a desaparecer y donde conocí, de paso, casi por coraje, a una chica que acababa de hacer la colada y que estudió en Granada. Me acompañó hasta un horno donde compré un dulce en forma de cuña y luego continué mi camino sin más historia hasta que fuí divisando ya a la hora del almuerzo las primeras casas de Guadix. En un bar, a la orilla de la antigua carretera hacia Baza, me paré para celebrar mi llegada triunfal a la ciudad y me tomé una o dos cervezas con tapita de pescado y musiquita de fondo. Me senté en la terraza y leí un poco el períodico. Este año hace un siglo del nacimiento de F. Nietzsche y dedican una o dos páginas a este extraño y original filósofo alemán del que conservo algunos libros en mi biblioteca y que nunca llegué a leer del todo. La entrada en Guadix fué a confluir casi por el lugar de origen y en la estación de ferrocarril, pero bajé al pueblo antes de salir y de paso me tomé algo en un bar y saqué dinero en metálico del mismo cajero automático donde hace nueve días comencé a andar. El viaje se acaba y en la estación esperan el tren varios turistas italianos que visitaron las cuevas. Se apoyan en sus macutos mientras descansan y se aburren un poco. Les he ofrecido unas almendras. Por el camino se encuentra de todo y todo te entretiene. El camino no se termina, se abandona, como dijo algún genio, refiriéndose a su obra y yo he abandonado estos terrenos, estos pueblos donde crece el esparto y a veces pega un calor que te derrumba, pero donde tambien te puedes echar la siesta junto al frescor de un regato o una alberca repleta de peces. En mis numerosos ya, viajes por estas latitudes de Andalucía, he aprendido de sobra, que lo importante es andar libre, al albur de los días y de las noches que siempre esconden una sorpresita, como se esconde el rey mago en el roscón de reyes y que por mal que se pase, palos con gusto saben a almendras. Este viaje me ha servido para mucho, o para poco, depende de como se mire, pero lo cierto es que he vivido lo suyo y me he sentido como el pajarillo madrugador en busca de gusanillos, volando sobre los chopos o bajando al río, según le dé. En el tren, siempre se siente que has dejado un año atrás aunque sea verano y que el tiempo vivido es el que realmente se reconoce en tu vida y te hace más dichoso. Uno, en su rutina diaria, cuando recuerda el viaje, lo hace siempre con una nostalgia sobrecogedora y eso le ayuda a vivir y a ir tirando con ilusión, es algo así como un bote salvavidas para los momentos más duros, cuando los días se suceden uno tras otro, todos igualitos y cortados con el mismo patrón. He llegado a comprender la importancia que tiene viajar solo, con la mochila y todo lo demás a cuestas, embebido en sus pensamientos y bañarse en el primer arroyuelo que se precie o beber el agua de toda fuente que encuentre en el camino. Y que para eso, para esa felicidad tan cercana, no se necesita tener ni billete de avión disponible, ni el depósito de gasolina ni la cartera llena, que son placeres pequeños y que están ahí, al alcance de la mano, para todo aquel que quiera sentirse libre y que no tenga demasiados pajaritos en la cabeza ni demasiadas estampas de revistas de viajes, retenidas en su cerebro y que le hagan sufrir profundos y costosos encantamientos que al final acaban secuestrando tu voluntad y comerciando con tu tiempo.
Fin,.-


 

 

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