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“SEGUNDO DÍA: 16 DE JULIO

Hoy es día de la Virgen del Carmen. Me ha despertado José Antonio sobre las ocho de la mañana y he oído el canto del gallo y el del loro llamando a la abuela : “ Soledad, Soledad “. Al lado del cortijo tienen tierras donde crece el maiz, girasoles para la alimentación del lorito, habichuelas, patatas, árboles frutales como el manzano, el peral, etc. He desayunado con Soledad y nos hemos hablado de algunas cosillas, luego me ha acompañado hasta el río, atrochando entre huertas con una agilidad asombrosa, para despedirme en el camino a Serón. He ido al ayuntamiento para que me pusieran el sello en la libreta de recuerdo. He hablado con dos funcionarias que se pararon a escucharme, a una le dá miedo andar sola, si es así mejor que no lo haga, y según dice si no fuera por esto se pasaría el tiempo andando de un sitio para otro. He tomado carretera hacia Tíjola caminando por el arcén. He fotografiado, por pintoresco, a un hombre mayor, a su burro blanco, al árbol que les dá sombra y al cortijillo de fondo. El burro tiene doce años y es animal estático e indiferente. Pasan deprisa los coches, camiones y autobuses. Un camión que transportaba automóviles, al pasar, me voló la gorra y tuve que bajar a la cuneta a recogerla. He llegado a Tíjola y después de sellar en el ayuntamiento, he comprado fruta. En un letrero de carretera pone: Tíjola, Estación de Tíjola, Purchena y Bayarque. Me he sentado en la plaza del ayuntamiento, en un banco con listones de madera. En la casa del médico hay una placa que pone: “M. Provincial. E. Neoclásico ( S.XIIX ). Tambien hay residencia para la tercera edad, una librería, una tienda y unas barras de bar con publicidad de cerveza San Miguel, de esas de chapa. Iglesia de Santa María, con su torre y glorieta de D. Diego. Me he parado a comer la fruta junto a una fuentecilla al lado de un quiosco y del bar Profe. Carretera de Huércal Overa hasta unos dos kilómetros, la Armuña de Almanzora. He descubierto una piscina antes de llegar al pueblo; enfrente se oye el rumor del agua en unos riegos canalizados. He subido una rampa, el terreno está organizado por terrazas para el cultivo y el agua cae fresca en medio del caluroso día de julio. He aprovechado para lavarme la cara, brazos y pies y de paso comerme un melón amarillo y redondo como una pelota chamuscada y que estaba dulce como él solo. He preguntado el precio del baño en la piscina y por doscientas pesetas me he refrescado y descansado bajo la sombra de un sauce. Hay tres chicas cerca de mí, que se exponen al sol a bocajarro, arriesgándose a coger una insolación. Cantan las cigarras entre los melocotoneros y hay moscas pululando por todos lados. El recinto de la piscina es reducido. La Armuña de Almanzora tiene ayuntamiento y unos trescientos cincuenta habitantes. He ido al ayuntamiento antes de que cerraran para colocarme el sello. En el edificio consiltorial se ubica además el consultorio y justo al lado, se encuentra la iglesia toda blanca, con su torre, tejadito de teja árabe y reloj. Al lado del Centro de Educación de Adultos, hay una plazuela con grandes pinos piñoneros y bancos de mármol pintados con excrementos de aves. Se oye la moscarda y los pajarillos en lo alto, comienza la hora del almuerzo y la siesta, nadie por las calles. Llega un aire perfumado de pino y en una cabina de teléfono han puesto un cartelito, firmado con fecha 7 de julio por D. José Berruezo Padilla, Alcalde - Presidente, con un bando del ayuntamiento para prevenir a los vecinos de posibles incendios, al agravarse la situación por el calor. Bajo un balcón hay un nido de golondrinas, la madre no da a basto antes las bocas enormes y hambrientas de los golondrinos pequeños, que además parece que tienen sed. He dado una vuelta: la calle Virgen del Rosario está llena de flores. En la puerta del ayuntamiento hay una placa de mármol : Ayuntamiento Constitucional.


He vuelto a la piscina, tomado un vaso de leche caliente y echado la siesta bajo el sauce hasta que la gente a comenzado a llegar en masa y con ella el jolgorio y las risas de los niños en el agua. Sobre las cinco me he levantado, duchado y recuperado el camino por carretera en dirección Huércal - Overa. Por la orilla izquierda, madura el melocotonero; he cogido tres melocotones, uno para comerlo sobre la marcha y los otros dos para la mochila. He llegado al cruce de Purchena, Suflí y Sierro y he tomado hacia la derecha en dirección al primer pueblo que me ha costado dos kilómetros más. Desde el camino se puede apreciar la repoblación de pinares que contraponen la frescura densa de su olor al del combustible de los vehículos. A la izquierda quedan Lúcar, Somontín y Urracal, en la falda de la montaña. Ya en Purchena, he entrado por la calle principal y enseguida me he parado en un bar que mantiene con simpatía Antonio, de carácter abierto y hombre amable. Fuera, en la terraza hay gente sentada en los veladores, entre ellos se encuentra uno que nació en Villaharta y varias mujeres. He tomado café con dulces mientras mantenía con ellos una conversación no exenta de ironías. Aquí se sienten muy andaluces, según me dicen. Son las fiestas del Carmen y hay verbena en la plaza. De los edificios cuelgan lazos negros con motivo del asesinato en manos de ETA del concejal de Ermua, Miguel Angel Blanco Garrido, de veintinueve años. Ha revolucionado socialmente por la trascendencia de la crónica de una muerte anunciada. En la plaza central hay un monumento que representa en mármol a un hombre trabajando y que está firmado por un tal Sabiote. He ido a buscar pensión y me he alojado en el Hostal Cano por mil doscientas pesetas. Las habitaciones tienen tres camas y cuarto de baño, aunque si se prefiere agua caliente, hay que ir al que está al final del pasillo. El hostal tiene terraza y ofrece sillas de madera plegables, tendero de ropa y pila con grifo para lavar a mano y me ha venido como miel para ojuelas, así es que después de la duchita he lavado ropa y me he sentado fuera a comerme los melocotones y a escribir notas en mi cuaderno. Sobre mí, estallan los cohetes festivos y detrás ladran los perros como locos ante el ruido. Desde la terraza se puede ver el edificio de los juzgados con bandera andaluza raída y desgastada por el tiempo y otra de color azul en idéntico estado. Hay luces en las calles, se prepara la fiesta, luce la buganvilla, el sol comienza a ocultarse y he decidido salir para dar un vistazo. Hoy he caminado mucho menos que ayer, solo dieciseis kilómetros, pero no importa, nadie me obliga. Me colocaron el sello del hostal con dirección y número de NIF incluídos y me tomé una cerveza con tapa de careta de cerdo.Purchena tiene unos mil setecientos y pico de habitantes, he cenado variado y bebido cerveza y después he caminado errante por el pueblo. Plaza de Gustavo Villapalos, Iglesia de San Ginés con virgen bajo una bóveda iluminada, arriba El santo y el castillo. En el ayuntamiento, al lado, hay varias estatuas: una de ellas representa a una mujer en piedra que echa agua por los senos. He llamado a Mari Carmen y hecho amistad con uno que se llama Ramón y tiene dos chiquillos y al que invité a cerveza. Me he sentado fuera para cenar y ver a la gente pasar. Me he echado en la cama con la luz encendida, quizá para hacer tiempo para que se anime la fiesta. Cuando me he despertado he ido a bailar. En la plaza, bajo la orquesta, he bailado pasodobles y otras danzas con una chica delgada, de veintidós años que se llama Rosario y le llaman Sario, trabaja en la escuela taller con los albañiles, vive en la zona alta del pueblo, donde los gitanos. Una pareja de ancianos se han quedado sentados toda la noche en la puerta de la Caja Rural, los niños saltan, bailan las parejas y los amigos en corro. En el centro de la plaza, la escultura arroja agua a modo de fuente y los niños juegan con ella salpicando y haciendo travesuras; la luna crece sobre la montaña. Me he animado mucho bailando y al final nos hemos ido Sario y yo a dar una vuelta para las afueras. En la soledad, la chica se muestra tímida pero le he agarrado su cabeza con mis manos y le he dado un beso prolongado con los labios cerrados, antes de que se marchara, mirando hacia atrás hasta que ha pasado la esquina de la plaza Gustavo Villapalos, para perderse por una calle cuesta arriba, he levantado mi brazo para despedirla, sabiendo que seguía mirándome.

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