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feranza

OLORES

        He ido caminando entre un bosque de encinares. Hace calor y el grupo se dispersa. Seguimos una etapa en una de las rutas del Camino de Santiago, la de la Vía de la Plata, desde Guillena, en Sevilla, hasta Castilblanco de los Arroyos. Voy caminando solo y de vez en cuando me acerco para charlar con algún miembro del grupo. Me gusta caminar en silencio y sentir los pasos y el esfuerzo como algo propio, vivido, sufrido incluso, para darle verdadero sentido a la actividad. Me pongo a caminar en serio, concentrado y voy casi a la cabeza, cuando de pronto rebaso un perfume femenino que me desconcierta: "Eau d'été " ( Agua de verano para los castellanos ). Es una chica alta, morena, ya madura, pero juvenil y esbelta. Ha dejado al aire este rastro de olor que yo atrapo y comienzo a soñar y a desear. Cuando hemos parado al lado de la carretera, ella se ha sentado a la sombra de un poste de cemento. Irremediablemente me he sentado también lo suficientemente cerca, sin invadir su espacio. Le he preguntado el nombre: Carmen. El sol sigue pegando de lo lindo. La complicidad del caminante ha hecho su efecto y ahora vamos caminando juntos, ella delante y yo atado a su perfume, como una droga. Su fragancia me lleva a despertar mi estímulo y estoy inspirado todo el resto del día. He sido víctima del perfume, víctima de ese deseo oculto y esa irresistible tentación de comer, de saborear, de tragármelo todo. Las partículas pequeñísimas e invisibles de su colonia hicieron mella en mí y ahora, lo que más anhelo es una prenda suya


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