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CARTA A CARLOS. SEVILLA 13 FEBRERO 2007

 

Querido hijo mío, Carlos.


        Esta semana pasada, convaleciente de un dolor lumbar, he estado en Jarandilla contigo, cerca de tí. Es cierto que me dolía bastante la espalda, pero fuera de esta dolencia, he compartido contigo buenos momentos y hemos pasado bastantes horas juntos. Ahora he vuelto a Sevilla, pero hago memoria y recuerdo por ejemplo, aquel domingo día 4 de febrero, en que nos fuímos a vivir un poco el ambiente de la Ruta del Emperador. Fuímos en el coche hasta un punto alto y allí vimos pasar a los caminantes, entre los que se encontraba Aurora, la amiga de mamá de Barquilla de Pinares y otras personas que le acompañaban. Desde aquí, te llevé a hombros hasta Aldeanueva, aproximadamente un kilómetro y medio y después vuelta por la carretera. Yo creo que aquí fué donde cogí este dolor de lumbago. Luego fuímos a Cuacos de Yuste, allí y en la plaza mayor, había un ajetreo de gente impresionante y estuvimos un buen rato de aquí para allá hasta el mediodía. Como no pude volver a Sevilla debido al dolor, permanecí en casa todo el tiempo, curándome con descanso y por las mañanas, al estar allí, Maite llegaba algo más tarde y desde que se iba mamá al Hospital hasta que llegaba ella, lo pasábamos en la cama los dos. Por las tardes, con algo de esfuerzo, podíamos jugar. Estás haciendo travesuras por la casa y pintándolo todo. He visto que hacías murales con las paredes y con los botes de crema de zapatos color azul. Todo esto es tu primera incursión en el mundo del arte, aunque suene a gracia. Mamá, claro está, no piensa lo mismo. El domingo, último, llovía y todo el bosque estaba mojado y húmedo. Fuimos hacia Valfrío, en el camino del Puente Jaranda y desde el coche hice fotos. Tú ibas detrás, en la sillita fijada al asiento y Chicho, que ya ha cumplido tres años, a tu lado. Me ibas pidiendo galletas para comer, una tras otra. Paré el coche al lado del río, que venía crecido y fuimos corriendo bajo la lluvia hasta un refugio abandonado, pero que al menos sirvió para resguardarnos. Por poco te pierdo, ya que te separaste de mí y le diste una vuelta completa corriendo. Te gusta pisar charcos, meterte en ellos y tirar cosas al agua, piedras que ves sueltas y no creas, prefieres las grandes. Hemos pasado buenos momentos. La última noche, dormí con mi mano en tu cuerpecito, desde mi cama al lado de la tuya. Te quiero hijo mío. Cuando me marché el lunes por la mañana te lo dije al oído mientras dormías, para que mi aliento te cubriera el recuerdo.

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